Adrián Fernández, picando piedra en Holanda

Primera parte

El inicio en la carrera de Adrián Fernández no fue sencillo, le tocó picar piedra, pero a pesar de quedarse con 10 libras en la bolsa hizo todo lo posible para que “ese sueño loco” fuera realidad.

Adrián Fernández antes de la carrera en Zandvoort, con su coche Quest (Especial)
Adrián Fernández
Ciudad de México /

Probablemente conozcas mis éxitos como piloto a nivel internacional. Que he ganado carreras en CART, Champ Car e IRL, algunas de ellas con Fernández Racing, un equipo que yo mismo fundé, y con el que llegué a ser campeón de la American Le Mans Series (ALMS) junto con Luis Díaz El Chapu. Una historia mucho menos conocida es cómo empezó mi carrera internacional en el automovilismo. Hubo momentos en los que habría sido más fácil abandonarlo todo, tomar un vuelo de vuelta a casa y buscar un trabajo normal. Y no sólo habría sido lo más fácil, sino también lo más sensato, ya que a veces las cosas parecían bastante inalcanzables, pero nunca me rendí.

Permítanme que me remonte a finales de los 80’s. Después de convertirme en bicampeón de Fórmula Vee y de competir en lo más alto de la Fórmula K durante tres temporadas seguidas en México, me había propuesto ir a Europa en 1986 para correr en la categoría de Fórmula Ford. Realicé un proyecto que se llamaba “Adrián Fernández a la Fórmula 1”.

Hice una súper presentación con la esperanza de atraer patrocinadores, pero por desgracia en aquel momento nadie estaba interesado. Recuerden que los días de gloria de los hermanos Rodríguez y Héctor Rebaque ya habían pasado. Si le decías a alguien que querías correr a nivel internacional, esa persona te decía que era un sueño de locos. Pero, aún así, yo hacía todo lo posible para que ese sueño loco se hiciera realidad. Pero luego vino el terremoto del 85 y, naturalmente, todo se retrasó.

En 1984 fui invitado por Rogelio Rodríguez, un gran piloto amigo mío que ya había corrido en Estados Unidos, a acompañarlo en un viaje a Inglaterra para comprar piezas para los autos con los que corríamos en México. En ese viaje, Rodríguez me presentó a mucha gente del ambiente automovilístico internacional, y cuando visité por primera vez el histórico circuito de Brands Hatch, lo tuve claro: tenía que venir a Europa. Mientras veía dar vueltas a los coches, me dije: ‘Voy a trabajar todo lo que pueda para venir aquí’.

De vuelta de mi visita a Brands Hatch vendí todo el equipo de carreras que tenía y con el dinero pagué un anticipo para correr con un coche FF1600 en los campeonatos británicos de Esso y RAC en 1987.

El resto del dinero debía venir de los hermanos Abed, que organizaban el Gran Premio de México en aquella época. Al menos, eso creía yo. Necesitaba unos 20 mil dólares y José Abed me había dicho que trataría de ayudarme. Yo era joven e ingenuo y lo tomé como una promesa. Pero el dinero no llegó.

Mi primer contacto con Europa

Mientras tanto, en Inglaterra todo había sido arreglado por Ken Stanford, una persona influyente en el medio que conocí. Me dijo que yo iba a ser el próximo Ayrton Senna y que él me podría ayudar... Me emocioné tanto que le di todo mi dinero. Fue un gran error. Parte del dinero se fue para pagar un test en la pista de Snetterton que nunca se llevó a cabo debido a que había nevado y nunca me reembolsaron, otra parte se fue para pagarle el anticipo al mecánico que iba a formar su propio equipo para mí y para pagarle parte de la vivienda pues yo iba a vivir en su casa.

Trabajando con Bridgestone, en Dinamarca, para darle servicio a los equipos (Especial)

Ya viviendo con él y a unas pocas semanas de empezar el campeonato, recibí una llamada de los hermanos Abed. No iban a poder ayudarme económicamente. Me quedé desolado.

Llamé a mi padre para preguntarle si podía prestarme 10 mil dólares. Me escuchó tan desesperado que me dijo: ‘Sí, pero tienes que pensar si esto te va a llevar a donde quieres’. Porque la próxima vez, si quería subir un peldaño en la escala de las carreras, serían arriba de los 100 mil dólares. Y no veníamos de dinero. Mi familia no era pobre, pero tampoco rica. Así que no dormí en toda la noche mientras meditaba qué hacer. Al día siguiente llamé a mi padre para decirle que no quería los 10 mil dólares y que muchas gracias por su apoyo. ‘De acuerdo. ¿Cuándo vuelves a casa?’, me preguntó. No voy a volver, le contesté. ‘¿Qué quieres decir?’. No voy a volver. No quiero volver a casa como un fracasado, voy a trabajar sin descanso hasta lograrlo, este es mi sueño.

Había llegado a la conclusión de que los 10 mil dólares de mi padre no me llevarían muy lejos.

Y que, en vez de ayudarme podría perjudicarme. Porque no iba a estar en el mejor equipo y no iba a estar en el mejor ambiente, ya que no tenía ningún tipo de apoyo detrás de mí. Y mi padre no habría podido prestarme más dinero para el siguiente paso en mi carrera. Y los 10 mil dólares ya habrían sido un golpe para él. Así que no quería eso. Sabía que necesitaba encontrar patrocinadores, gente que pudiera ayudarme a llegar muy lejos.

Así que allí estaba yo, en el Reino Unido y sin dinero. Lo único bueno que hizo Ken por mí, fue ponerme en contacto con Henny Vollenberg, que tenía una empresa de camiones en Holanda llamada VIT, un equipo de carreras y una distribuidora de llantas de carreras marca Bridgestone.

Ken llamó a Henny y le preguntó si quería ayudar a este joven piloto mexicano. Le explicó lo que me había pasado y le dijo que no tenía dinero. Desafortunadamente Ken se quedó con el resto de mis ahorros y no me regresaba mi propio dinero ni para comer.

Lo perdí todo. Le explico que yo no tenía forma de ganar dinero en el Reino Unido, así que por eso tenía que irme. En ese momento sólo me quedaban como 200 libras.

Henny estaba dispuesto a darme una oportunidad. Me llamó y me invitó a ir a la ciudad de Sint Anthonis. Envió un camión con Anton van Rijn, quien dirigía el equipo de Fórmula Ford de Henny y resultó ser cuñado de Arie Luyendyk, ganador de las 500 Millas de Indianápolis de 1990 y 1997 y con quien años después competí y formé una gran amistad. Me reuní con él en Dover y nos fuimos a Calais, Francia, en un Hovercraft que yo jamás había visto. Pero nunca me dijeron que necesitaba un visado ni nada. Así que cuando llegué a Francia y me pidieron la documentación, no pude enseñarles la visa. ¿Qué significa eso?, pregunté. ‘Pues que tienes que volver’. Pero tengo muy poco dinero, respondí. No tuve opción más que volver a Dover en Inglaterra y acabé con sólo 10 libras en el bolsillo.

Con Anton, el cuñado de Ariel Luyendyk, en la hora del lunch del taller (Especial)

Escondido en un camión

Llamé a Henny y me dijo que en dos días vendría otro camión. Y que esta vez pasaríamos por Bélgica en vez de por Francia. Vendí algunas cosas que llevaba en las maletas para poder comer y dormí en la terminal durante dos noches. Me aseaba en el baño público, dormía en una banca y el resto del día me dediqué a pasear con las maletas para no aburrirme, mientras esperaba a que llegara el otro camión. Al cabo de dos días llegó. Este era un camión más grande. Y en lugar del Hovercraft, tomamos un Ferry. Recuerdo leer en las noticias que unas semanas antes se había hundido uno similar. El mar estaba muy agitado, así que sentía mucho miedo. Yo estaba durmiendo con los camioneros abajo en el Ferry que no era una zona muy agradable, preparé y repasaba en mi mente rutas para poder escapar en caso de emergencia.

Mientras tanto, también tenía temor de que me devolvieran de nuevo a mi llegada a Bélgica pues no tenía tampoco la visa para entrar. Le pregunté al conductor si podía ayudarme. ¿Puede ayudarme a esconderme en el camión para cruzar la frontera? Era mi última oportunidad.

Necesito entrar al país, le dije. El tipo no quiso saber nada. ‘Estás loco’, respondió. Le conté mi historia y entonces me miró y me dijo: ‘¿Qué piloto mexicano quiere ir a Holanda?’. Fue muy difícil hablar con él, porque no hablaba muy bien inglés. Pero al final logré persuadirlo.

Dos horas antes de llegar al puerto de Zeebrugge, en Bélgica, entramos por la parte posterior del camión. Fui hasta el fondo para esconderme y me llevé como tres botellas vacías para poder orinar. Acordamos una señal para saber cuándo era seguro salir. Probablemente pasé tres o cuatro horas en la parte trasera del camión que se sintieron eternas, fueron momentos de mucha tensión y preocupación, cualquier ruido que escuchaba pensaba que me habían descubierto. (Continuará)...

ZZM


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