La cita del domingo 14 de julio de 2019 en la cancha central del All England Lawn & Tennis Club tiene todo para llamarse excepcional. Entre los dos rivales reúnen 12 campeonatos ganados –ocho de Roger Federer, cuatro de Novak Djokovic– para un total de 35 trofeos mayores –20 del suizo, 15 del serbio–. Números astronómicos que hace ya tiempo hicieron palidecer los de grandes guerreros como Björn Borg, Rod Laver, Don Budge o Bill Tilden, y ahora nos habitúan a encontrar cotidiano lo que antes habría sido fantasía.
Basta con que el Coloso de Basilea pise una cancha para que imponga alguna nueva marca. Muchos conocedores llevan ya más de un lustro augurando su próximo retiro, amén de asegurar que no está en condiciones de volver a llevarse otro torneo grande, y el resultado es una larga fila de lenguas mordidas. Las últimas apenas el viernes, cuando dio cuenta de Rafael Nadal en cuatro sets bordados implacablemente y enfiló hacia su duodécima final en la cancha más respetada del mundo.
El Trueno de Belgrado no le va muy atrás en perspectivas. Un año atrás se dio también el gusto de taparle la boca a sus críticos, al ascender en unos cuantos meses del lugar 22 hasta el primero del ranking planetario, llevándose de paso y de corbata los trofeos de Wimbledon y el US Open. Por si quedaban dudas, arrancó este año ganando su séptimo Abierto Australiano y sigue firme en el número uno.
Observan los cronistas –John McEnroe entre ellos– que Federer necesita jugar los puntos cortos, no solo porque está a tres semanas de cumplir 38 años, sino por el desgaste de haber peleado la semifinal contra el manacorí, que es como una terapia de abrasión. Una vez más en contra de todo vaticinio, el octacampeón de Wimbledon sale a la cancha dispuesto a demostrar por qué es considerado el tenista más agresivo del circuito. No escatima energías ni rehúye los riesgos, va por todas y amarra su servicio, si bien tampoco logra quebrar el del serbio, no menos aguerrido y en la última instancia –llegando a la muerte súbita– un pelo más consistente.
La ecuación está clara y ya no va a variar: Roger asume los riesgos, Novak multiplica el fuego. Perdido el primer set, vuelve a la carga el suizo contra un adversario súbitamente descolocado que virtualmente se deja arrollar, con dos servicios rotos y la brújula fuera de control. Luego, ya en el tercero, la pelea recobra su fiereza, si bien el suizo sigue con el servicio intacto y de nuevo es preciso llegar al desempate para quitarle el set con tirabuzón.
¿De dónde saca Roger la fuerza para sobreponerse y reventarle a Novak dos servicios al hilo en el cuarto set? ¿Cómo ha podido el hombre de Belgrado recuperarse del segundo bajón, arrebatar de vuelta un servicio perdido y aterrizar en la quinta manga con la escopeta en alto y echando humo? Nada aspira a ser lógico a estas profundidades. Uno y otro adversario combaten con las uñas por la supervivencia, y es así que se quiebran los servicios para ponerse tablas otra vez, ahí donde no hay ventaja terminante ni pronóstico digno de validez.
Uno espera que con el marcador en 8-7 y el servicio en 40-15 –doble punto para campeonato– Roger acabe ya con la guerra de nervios que electriza el estadio, pero Novak –el más aventajado de sus discípulos– está dispuesto a morirse en la raya y al partido le quedarán aún 47 minutos de incertidumbre intensa y turbulenta –como bien dirá el serbio, ya pentacampeón, al fin de la tercera muerte súbita (regla nueva: desempate en 12-12) de la final más larga en la historia de Wimbledon–.
Fue en 1991 cuando Jimmy Connors hizo cierto el milagro de alcanzar, a los 39 años, una semifinal del US Open. Hoy ya no queda duda de que Roger Federer es al menos igual de peligroso que tres lustros atrás, aunque sin un milagro de por medio. Quienes tuvimos la fortuna de atestiguar el épico zipizape hablaremos, en años por venir, de uno de los partidos más feroces que jamás se hayan visto, ante el escepticismo de quienes no tendrán cómo saber que lo ocurrido en la Cancha Central de Wimbledon recae en los dominios de lo sobrenatural y desafía toda explicación.
Fuera sombreros, señoras y señores.
FCM