El 18 de septiembre de 1973, durante el sepelio de don Eugenio Garza Sada, más de 150 mil personas se unieron al cortejo fúnebre. Hubo tres oradores: Ismael Villa, en nombre de los estudiantes del Tec de Monterrey; Jerónimo Valdez, en representación de los empleados de las empresas de don Eugenio; y Ricardo Margáin Zozaya, en nombre de la comunidad empresarial.
Las palabras de Margáin resonaron fuerte en los corazones de los mexicanos. Aquí un extracto del discurso:
Estamos todos enterados de la forma alevosa, cobarde, inaudita en que fue acribillado a tiros de metralleta un regiomontano ilustre, el Sr. Eugenio Garza Sada. También lo fueron los señores Bernardo Chapa y Modesto Hernández, personas que lo acompañaban y que en estos momentos son también inhumados por sus familiares y amigos.
Existen ocasiones, ciertos momentos en la vida de los pueblos y en la historia de las ciudades en las que los hechos son más elocuentes que las palabras. Contemplar esta multitud en la que se encuentran, como siempre ha sucedido en Monterrey, unidas todas las clases sociales, nos hace reflexionar en la calidad humana y moral de don Eugenio.
No son exagerados nuestros conceptos si afirmamos que no había causa noble, empresa generosa, obra benéfica, que no fuera estimulada por este hombre extraordinario que enseñaba con el ejemplo. En lo social, se adelantó a su tiempo. Por eso sentimos que su muerte puede constituir un auténtico duelo nacional.
Que sus asesinos y quienes armaron sus manos y envenenaron sus mentes merecen el más enérgico de los castigos, es una verdad irrebatible. Pero no es esto lo que preocupa a nuestra ciudad. Lo que alarma no es tan sólo lo que hicieron, sino por qué pudieron hacerlo.
La respuesta es muy sencilla, aunque a la vez amarga y dolorosa: solo se puede actuar impunemente cuando se ha perdido el respeto a la autoridad; cuando el estado deja de mantener el orden público; cuando no tan solo se deja que tengan libre cauce las más negativas ideologías, sino que además se les permite que cosechen sus frutos negativos de odio, destrucción y muerte.
Urge que el gobierno tome, con la gravedad que el caso demanda, medidas enérgicas, adecuadas y efectivas que hagan renacer la confianza en el pueblo mexicano. Con sinceridad creemos que es necesario que se reexaminen actitudes del pasado. Si en algo o en mucho se ha fallado, es el momento de corregir el rumbo. Si se ha malinterpretado la acción prudente de la autoridad, que la misma se haga sentir en forma seria y responsable.
Tal vez la mejor herencia que deja don Eugenio a esta tierra regiomontana y, por qué no decirlo, a México, son sus obras y son sus hijos, seguramente continuadores de sus elevados principios y reconocido altruismo. Es por ello que para terminar estas palabras y haciéndome eco de sus sentimientos filiales que quisieran decir al padre que se ausenta, voy a terminarlas con el pensamiento del poeta:
Sin que lo sepa nadie, guardando igual misterio, en dos sepulcros tienes augusta posesión; el uno, donde duermes, es este cementerio, el otro, donde vives es nuestro corazón.
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