MeTooMx: el impacto que tuvo en las mujeres mexicanas

TODAS

Autodefensa, cuidado y reescritura es un poco de lo que dejó en la sociedad.

Las mujeres hablan y reescriben sus historias desde sus vivencias de las violencias que se ejerce sobre ellas (Foto:Cuartooscuro).
Editorial Milenio
Ciudad de México /

Estamos en el momento justo del quiebre. Los nombres y las historias ya nos las sabíamos de memoria. Quizá las repasábamos por la mente cada vez que veíamos sus rostros, cuando se encontraban junto a nosotras, en silencio, mientras nos repetíamos “es él, él lo hizo”. Quizá las escondimos en los intersticios de los recuerdos que nos hieren, ocultos bajo llave, al fondo de todos los cajones dolorosos. Pero en marzo de este año salieron con rencor y enojo incendiario, con la misma fuerza que las tenía ocultas. Todas esas historias y todos esos nombres se hicieron públicos.

El #MeToo mexicano surgió como una forma de contarnos esa otra parte de la historia entre nosotras para recuperarnos, para cuidarnos y entender que esas violencias también nos habían atravesado: no estábamos solas. 

El movimiento empezó con el posicionamiento público de nuestros afectos, de las afectaciones de nuestros cuerpos para revelarlos ante el mundo: llevarlos de lo privado hacia lo público; hacer política y revolución con ellos desde el cuidado colectivo. Escribir desde el cuerpo, señalar, increpar con el texto fue y sigue siendo una manera de hacer autodefensa.


Ante las fallas del debido proceso por parte del Estado frente a las denuncias legales, el enunciamiento público de las violencias se hizo necesario por medio del #MeToo, a través de los hashtags y las cuentas gremiales. Esta voz pública que tomamos las mujeres para nombrarnos alcanzó no solo a la violencia tipificada en la ley sino a la que quedaba soterrada.

Las mujeres hablamos y reescribimos nuestras historias desde los intentos de violación, las violencias psicológicas, los abusos machistas, los techos de cristal, todas las palabras misóginas, el mansplaining y un ad infinitum de enunciados que se fueron sumando a la visibilización política de todos estos encuentros y formas lacerantes de perpendicularidad desde la distancia y el abrasamiento del legado del patriarcado. 

El Dato.

312 denuncias

confidenciales fueron las que recibió la agrupación Periodistas Mexicanas Unidas en solo nueve días de apertura de su cuenta #MeToo.


Contar nuestra propia historia de violencia no es fácil. Nuestro cuerpo, que es al mismo tiempo nuestra escritura y el texto que dejamos atrás, queda expuesto al cuestionamiento, al allanamiento de “la verdad”, a ese mismo sistema que condena y criminaliza a todas esas voces que se atreven a gritar “a mí también me pasó”. Por ello me cuesta creer en el atrevimiento de las “denuncias falsas”.

 Ninguna mujer se muestra así para ser revictimizada, rota e increpada por nada. ¿Qué queda después del #MeToo? Quiero pensar que permanecerá esa nueva forma de cuidado, de encontrarnos, de hacernos amigas y conocer a las mujeres que, según el sistema, nunca hubiéramos conocido. 

Habría que buscar nuevas formas de sanación y de resarcimiento del daño más allá del punitivismo y de las políticas públicas que condenan a aquellos que son atravesados de una manera más honda por la clase y la raza. Una manera insólita de redescubrimiento y de justicia.

Escribir, entonces, esas historias privadas, esos cuerpos de mujer no invisibles pero sí atravesados por la violencia que los redujo a otro espacio es, también, político. 

El reverso de la totalidad, el otro, el no-sujeto, un continente oscuro: así han sido definidos nuestros cuerpos desde la narrativa de la construcción patriarcal. Estamos atrapadas en un eterno lenguaje falocrítico y en un tejido amañado de construcciones culturales que no nos representan. 

Hasta el siglo pasado, salvo pequeñas islas luminosas de la contra-historia, las mujeres estábamos exiliadas de nosotras mismas, incorporadas y circunscritas a una economía, cultura, política y deseo identificable con las necesidades masculinas. La importancia de construir no solo una narrativa política por medio de la escritura, sino un espacio político para nosotras recae en esto. Y lo estamos construyendo.



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