Alejandro González Iñarritu nos pide que no le exijamos lógica a Bardo, porque fue creada como un sueño, no trata de razones sino de emociones. Y así, comenzó esté viaje del que no se aterriza fácilmente.
La primera imagen que vemos es una sombra que puede o no aterrizar en una tierra que a ratos se percibe como hostil y a ratos como hogar. No sabía eso cuando llegué corriendo al cine, lo que sí sabía era que en menos de 12 horas estaría hablando con el director después de mucho tiempo en nuestra tierra.
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Así que brinco tres horas después de sentarme en esa butaca y olvidando mi agotamiento al entrar me encontré con una ciudad cubierta de lluvia. Al día siguiente, sentada una vez más frente a Alejandro, me confesé. “Tengo más emociones que preguntas”, le dije a modo de apertura. “Me gusta más lo de las emociones”, respondió con una amplia carcajada, lo cual me dio paz.
Esto sería una plática, un enorme privilegio ante las emociones que me causó la cinta. “Eso es exactamente lo que es. Una búsqueda a través de las emociones –me aseguró el ganador del Oscar–. Bardo es, lo que para los católicos es el Limbo. Donde nada es binario. Donde no hay un sí o un no. Esa parte, donde algo ha muerto. Migrar es como morir un poquito, te exige integrarte, y a la vez te exige desintegrarte. Siempre he dicho que eso es migrar. Esta es una película sobre las dualidades en la que no hay certezas; siento que, desde esa perspectiva personal, siento que comparto no solo con millones de mexicanos, sino también con los que no han inmigrado”.
El personaje central, Silverio Gama, aborda muchos temas, empezando por la incertidumbre. “Es una película que habla de dejar entrar a la incertidumbre sin miedo. Esta siempre ha existido en la humanidad, siento que sí se ha intensificado esa incertidumbre en la que ahora estamos todos”.
Queda claro que esto trata de más que la historia de un documentalista mexicano que lucha por su identidad después de haber inmigrado a Estados Unidos. “Es una película que pensé para que fuera vista en cine. Es una cinta que te invita a meterte en un sueño, en la que te invito a relajarte, porque no hay mucho que entender, pero sí hay mucho que sentir. Hay mucho de que reírse”.
Le pregunté sobre la naturaleza y orden –¿o desorden?– de Bardo. “Es una comedia nostálgica. Nuestra vida siempre va navegando entre el dolor y lo sublime, lo ridículo. La película va navegando en esta naturaleza. Es como vivir un sueño. No le puedes exigir lógica a un sueño. Es como desconectar ese chip automático que nos hace estar siempre exigiendo razones. Su centro de gravedad es emocional”.
Quienes estamos experimentando pérdidas recientes –la de mi hermano menor–, encontramos una profunda oportunidad de encontrar otra forma de entenderlo. ¿Ese fue el caso para él? “Creo que la gente se va, pero se queda la idea de esa persona; ya no existe, pero su ausencia se hace presente a través de la idea que tenemos de ella. Y a veces nos aferramos a esa idea que tenemos de esa persona. A veces nos aferramos a ese pensamiento y nos hace sufrir muchísimo. Aquí hay una posible exploración de dejar ir hasta el pensamiento. De liberar esa obstinación de algo que ya no es, pues ahora es otra cosa. A toda la gente que ha perdido a alguien, creo que sufrimos mucho al querer aferrarnos. Dejar ir es, al fin, es una posibilidad”.
“La vida es una serie de pérdidas. Perdemos nuestra niñez, la inocencia, a nuestros padres, la salud, el pelo, la fe, perdemos amigos. La vida es eso, la forma en la que llevamos esas pérdidas y de aferrarnos a lo impermanente”.
El viaje de Silverio Gama y su familia visita temas tan relevantes como la identidad y la existencia en tiempos donde somos la imagen pública que queremos que el mundo vea.
“Para mí fue muy liberador. Acabó siendo una gran autoficción, a través del gran Daniel Giménez Cacho”.
Y es que Bardo es precisamente eso, una oportunidad para encontrar la belleza en lo más oscuro. Orden en el caos. Emociones donde antes, solo buscábamos respuestas simples. No acabo ni quiero acabar de aterrizar de ahí. Igual que Silverio Gama.
DAG