Tatiana Huezo posee una visión muy clara de México y así lo demuestra con cada historia en la que plasma la profunda herida de la violencia. Pero, “después de tanta oscuridad” tras el rodaje de Noche de fuego y Tempestad, la cineasta buscó un remanso de paz; y por ello, filmó El eco, un documental donde retrata a las infancias campesinas y los ciclos de la vida.
“Tengo muchos años trabajando con historias muy dolorosas, con esa herida que nos atraviesa y que atraviesa al país a causa de la violencia, por la impunidad, por la desigualdad que vivimos y mi alma necesitaba esta pausa, mi corazón necesitaba descansar un poco de toda esa oscuridad de los trabajos previos”, dijo Tatiana Huezo en entrevista con MILENIO.
“Quería seguir hablando de México, pero desde otro lugar, quería una película amorosa, una historia que te abrazara. También quería hablar sobre las infancias, atrapar ese impulso vital que se vuelve fugaz, porque la infancia está llena de magia y ternura, pero también nos perturba la incertidumbre que hay enfrente, el crecer”, agregó Huezo, sobre su historia.
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Su necesidad creativa la llevó a Puebla, donde encontró una comunidad alejada de prácticamente todo, “donde parece que el tiempo se detiene”. Se llama El eco y por cuatro años sus habitantes se convirtieron en prioridad para Tatiana, “viví con las familias, me metí a sus casas, a sus relaciones, conocí el paisaje y luego filmamos por más de 18 meses”.
“La película le ha dado mucha luz a mi alma, me ha dado esperanza, me ha dejado tocar una belleza muy profunda, una dignidad enorme y una fortaleza que hay en la gente del campo, de cosas muy humanas como el cuidado por el otro. Creo que esta luz que hay en la gente de los ámbitos rurales es una sabiduría que también nos pertenece”, agregó Huezo.
La educación y el rol de las mujeres
A través del Consejo Nacional de Fomento Educativo, Huezo llegó a la escuela local, donde encontró a la mayoría de los protagonistas de El eco, “los primeros ojos que me enamoraron fueron los de Luzma, una niña que cuida a sus ovejas e iba a enseñar a unos gemelos un tema asignado por la Conafe, tenía emoción y miedo para hablar sobre los seres vivos”, dijo.
A lo largo de su investigación conoció al resto de los personajes, incluida Montse, una chica que monta su caballo a escondidas de sus padres, “ella es una niña rebelde que busca su lugar en el mundo”, explicó Tatiana, sobre las nuevas generaciones de mujeres que hacen de su voz una herramienta de cambio, “aquí los personajes femeninos no son estáticos”.
Y esa fue también una de las razones por las cuales Tatiana desarrolló el documental; si bien las infancias campesinas tienen el foco central, el papel que las mujeres juegan en el sistema es clave, “porque cuestionan el rol que les ha tocado ocupar en una comunidad patriarcal, vertical y conservadora. Gran parte de los personajes son niñas, adolescentes y sus mamás”.
De hecho, una de las escenas muestra cómo en el campo las cosas también están cambiando en relación a la equidad de género:
“Hay una mamá que le dice a su esposo: ‘Hay que cambiar de roles y la próxima quincena tú te quedas aquí a cuidar a los niños y yo me voy a trabajar’. Esto para valorar el trabajo del otro, algo está cambiando a las generaciones”, compartió Huezo.
“No es una confrontación, es atreverse a plantearle a tu compañero de vida algo, parece que es muy fuerte y machista, que le dice a su hijo: ‘No levantes el plato, eso lo hacen las mujeres’, pero es un padre presente que sale a partirse la cara para traer dinero a la casa, le duele estar lejos; igual toma el machete y le enseña a la hija a usarlo”, agregó.
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Los ciclos, la vida y muerte
El documental sigue a un grupo de niños y niñas que reflejan la cotidianidad del campo, “está enmarcado en los ciclos del año, empieza con las grandes tormentas, luego viene el otoño, donde todo se vuelve dorado, y el invierno con su frío y su niebla, hasta llegar a la sequía, y termina en un momento muy duro de la vida campesina”, explicó Tatiana.
“Es una película que habla de los ciclos, de los ciclos de la tierra, de los animales, de la muerte, del nacimiento y el ciclo de la escuela. Los niños aprenden de sus padres y de los abuelos a entender la vida, la enfermedad, el trabajo y la muerte”, detalló la directora sobre El eco, que buscará siete estatuillas en la próxima entrega del Premio Ariel.
En El eco, los ciclos de la vida concluyen de una forma especial que honra a quien trasciende, como ocurre aún en muchos pueblos mexicanos, “durante el rodaje ocurrió algo muy fuerte, uno de los personajes protagónicos, una abuela maravillosa de 97 años, falleció; fue un momento crítico para mí, emocionalmente, y también para la película”, dijo Tatiana.
“Pensé que se me iba a caer a pedazos, porque ella era una parte fundamental. Después descubrí que la ausencia de esta mujer hermosa era también una línea narrativa en la historia y entonces se convirtió en una película que también honra a la muerte, en mis películas anteriores la vida le es arrebatada a los personajes, pero aquí es distinto”, agregó.
De hecho, la noche que murió la abuela “empezaron a llegar varios abuelos de comunidades aledañas, llevaron pan, café y tamales, se llenó de gente, prendieron fuego, comenzaron a rezar, todo eso fue como un abrazo, como un sostén colectivo muy importante para esa familia que cruzaba por un momento tan doloroso”, explicó la cineasta sobre la pérdida.
evt