La cineasta Yang Yonghi solo tenía seis años cuando su hermano mayor se fue de Japón rumbo a Corea del Norte. Era uno de los estudiantes que las familias coreanas regalaban al régimen por el 60º cumpleaños del dirigente Kim Il Sung.
Antes de que el barco zarpara de Niigata, bajo una lluvia de confeti y con el himno norcoreano sonando de fondo, su hermano le dio una nota:
"Yonghi, escucha mucha música. Mira todas las películas que quieras".
Corría el año 1972. Un año antes, sus padres, miembros de la comunidad coreana Zainichi de Japón, le habían reservado el mismo destino a otros dos de sus hijos.
Lo hicieron encandilados por la promesa del régimen de un paraíso en el que la educación y la atención médica serían gratuitas; y el empleo, abundante.
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El trauma vinculado a esas dolorosas separaciones impregna todos los filmes rodados por Yang Yonghi. La directora, nacida en Osaka, menciona el sufrimiento padecido por varias generaciones de su familia, desde el fin de la colonización de Corea por parte de Japón a las décadas que siguieron a la división de la península.
"Mis padres entregaron su vida a [...] un proyecto insensato que los obligó a sacrificar a sus propios hijos", cuenta, con dolor, Yang, de 57 años.
A ella, el cine le ha permitido expulsar sus demonios y darle un sentido a la devoción de sus padres por un Estado aislado y represivo del que sus hermanos nunca han podido escapar.
"Quería ser libre"
Su padre, activista pro Corea del Norte en Osaka, envió a sus hijos en el marco de un programa de repatriación organizado entre Pyongyang y Tokio.
Entre 1950 y 1984, cerca de 93 mil coreanos radicados en Japón se mudaron a Corea del Norte a través de esa iniciativa.
El hermano mayor de Yang Yonghi era uno de los 200 estudiantes elegidos para honrar a Kim Il Sung.
Las promesas del régimen quedaron prácticamente en agua de borrajas pero los 'zainichi' recién instalados se vieron obligados a permanecer en Corea del Norte, y los esfuerzos de sus familias en traerlos de vuelta fueron en vano.
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Los padres de Yang Yonghi "no tuvieron otra elección que mostrarse aún más comprometidos con el régimen, para que los hijos estuvieran seguros" en Corea del Norte, recuerda la directora.
Pero, al contrario que sus padres, ella se rebeló.
"Yo quería ser libre... Podría haberme hecho pasar por japonesa y no ser honesta sobre todo ese asunto de mi padre y mis hermanos, y hacer como si no viera ningún problema, pero para liberarme realmente, tuve que enfrentarme a todos ellos".
Después de dar clases en un liceo vinculado a Pyongyang durante tres años, Yang Yonghi se fue a Nueva York a estudiar cine documental.
La dirección de filmes será su catarsis. Su primer documental, Dear Pyongyang (2005), fue muy aplaudido por la crítica, sobre todo en los festivales de Sundance y de Berlín.
Con planos grabados durante sus visitas a sus hermanos, en Pyongyang, el filme ofrece una mirada independiente e inusual de Corea del Norte.
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"No me arrepiento"
Después de aquello, Yang Yonghi obtuvo la nacionalidad surcoreana por lo que ya no puede visitar a sus hermanos.
"Es un precio enorme, pero no me arrepiento en absoluto. Al menos, me he mantenido fiel a mi deseo: hacer una película y contar una historia sobre mi propia familia", enfatiza.
El último trabajo de la cineasta es el filme Soup and Ideology , cuyo estreno está previsto este año.
La cinta está dedicada a su madre, Kang Jung-hee, rescatada de la sangrienta represión orquestada por las fuerzas surcoreanas en la isla de Jeju de 1947 a 1954 para aplacar una insurrección y que desembocó en la muerte de al menos 30 mil personas, según los Archivos Nacionales de Corea. Entre ellos, se encontraba su prometido y varios familiares suyos.
"Mi madre quería desesperadamente una patria. Quería vivir en Jeju, pero la obligaron a irse. Ella no se veía quedándose en Japón", declara Yang.
"Buscaba un gobierno en el que pudiera confiar, y creyó en Corea del Norte", cuenta.
Durante 45 años, la madre de la directora envió comida, dinero y otros bienes a los hijos que tenía en Pyongyang.
La cineasta tiene un recuerdo de su madre "anormalmente y excesivamente feliz" en público, diciéndole a la gente que a sus hijos les iba bien en Pyongyang "gracias a los dirigentes norcoreanos".
"Pero en casa, lloraba a solas", dice.
Uno de sus tres hermanos ha muerto y los otros dos siguen en Corea del Norte. Sin embargo, Yang no piensa callarse nada.
"Desde joven, me han dicho constantemente: 'no digas esto, no digas aquello, di siempre esto', pero yo no quiero, sea cual sea el precio que tenga que pagar", sostiene.
evt