Cuando Todd Phillips decidió darle un cambio a su trayectoria cinematográfica colgada en comedias amorosas y fábulas simplonas, para sumergirse en el pantano carnívoro que derivó en el nacimiento del mítico Guasón, tenía muy claro que quería cambiarle los esquemas a los baby boomers que crecimos con un Guasón encarnado por el elegante y mítico César Romero en su versión más pop; allanarle los esquemas a quienes se educaron por la psicopatía del Guasón hecho con los materiales del humor negro que Jack Nicholson, le puso en la versión darkie de Tim Burton; y desmadrarle las certezas a la fanaticada de Header Lethger que hizo un Guasón maníaco en sus desmesuras típicas de quienes sólo esperan ver arder al mundo.
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Una tarea epopéyica pero titánica que sólo podía ser emprendida por Joaquin Phoenix y que estuvo a dos minutos de convertirse en su propio Guasón no sólo desde el momento en que se le adhirió al rostro aquella cicatriz por labio leporino (algo que superó los estándares de Hollywood siempre adicto a las drogas de la perfección corpórea de sus estrellas) sino desde el día en que vio morir a su hermano River en el Viper Room, una noche de pesadilla que quedó plasmada en una llamada al 911 donde se puede atisbar su espíritu abismal, mismo que se reveló a plenitud en el documental I'm Still Here de Casey Affleck donde el actor en su esfuerzo por convertirse en artista de hip-hop derrapa en todas las curvas cerradas del Livin la vida loca.
Algo que sólo puede ser comparado cuando Jim Carrey se transformó literalmente en The man of the moon, el lunático, cuando decidió hablar sobre la vida y obra del delirio hecho comediante, Andy Kaufman, en un ejercicio que le hubiera alterado los nervios a los mismísimos maestros Stanivslaski y Lee Strasberg.
Igual como se los alteró Phoenix (con algo del corazón de su inolvidable y traicionero Cómodo en Gladiador) a Tod Phillips cuando comenzó a dejarse poseer por los demonios de Arthur Fleck transformándose en Guasón y luego le dio por insultarlo al estilo de la niña de el exorcista al padre Karras.
Dicen que el gran logro de Joaquin Phoenix al construir su Joker fue recuperar algo de Robert Deniro en Taxi driver, Deniro en El rey de la comedia (por eso don Robert aparece en la película porque será el detonador del monstruo que devino en payaso o viceversa) y Michael Keaton en Un día de furia (¿quién no ha tenido un día así?), cuando en realidad supera de lejos a Michael Rooker —Yondu en Guardianes de la galaxia— en la perturbadora Henry, retrato de un asesino serial, que es la deconstrucción de un matarife que descuartiza primero por coraje, luego por capricho y finalmente por placer.
Y por eso odias a Phoenix, porque te desmantela a tus antihéroes y porque su interpretación es tan salvaje y provocador, sucio y pornográfico, que se traga completitos a sus antecesores, los deglute y los expulsa mientras sonríe como el gato Chesshire, dejando al Penywise de Stephen King como un triste payaso al que no hay que hacerle ni caso porque carece de valor ni para pegarse un balazo.
Todo en Guasón te sacude, te aturde, te provoca y te cuestiona. Es un alegato sobre el principio del fin del mundo y los abismos que habitan a las personas. Es también el cuestionamiento sobre el espíritu kafkiano que todo lo permea, sólo que esta vez Gregorio Samsa no se transforma en cucaracha sino en el Guasón cuya vida es una mala broma pero un magnifica comedia de malas situaciones.
Pero lo más perturbador del personaje no es tanto que haya sido condenado a vomitarle a los decadentes ciudadanos de la Ciudad Gótica donde los murciélagos hacen su nido, todos los esperpentos que le anidaban en su alma llanera, sino que a pesar de ser un suspiro correoso de persona, ajeno a cualquier tipo de alimentación medianamente nutritivo, desprovisto de tono muscular y con un sempiterno cigarro en la boca, sino que a pesar de todo eso, consiga hacer unas carreras con sus zapatones de triste pagliaccio que quisiera Usain Bolt.
Corre contra el destino que lo arrastra hacia su patibulario destino que lo quiere gobernar mientras él se aferra sin fortuna a no se seguirle la corriente; corre para evadir a su incierto pasado que es como una perniciosa enfermedad venérea; corre por el boulevard, corre corre sin mirar atrás, donde la caterva de linchadores que lo persiguen con sus antorchas de menosprecio, alineación y rechazo que están más cerca de lo que aparentan. Los freaks que escapan a las etiquetas y no se reconocen ni son admitidos en el contrato social, arderán en la hoguera no de las vanidades sino de las buenas conciencias.
Lo que no se contaba es que no obstante lo que se fuma el Guasón antes de ser Guasontle con la fruición de un chacuaco, este corre como alma que lleva el diablo con sus patas de cabra.
Quizá por eso al terminar la película no te dan ganas de salir a quemar todo y a convertirte en anarquista que no ha leído a los Flores Magón, sino más bien a pintarte el pelo de verde aunque quedes como Krusty para hablar con tu Joker interno y concederle que el mundo es una mierda pero que bien vale una misa, o dos o tres.