Vuelo militar, hangar oficial, un gran operativo de seguridad, despliegues informativos en las televisoras rompiendo su programación... parece un funeral de Estado, para un hombre bueno... es el funeral de José José.
Sólo en Metro se puede llegar a la Basílica. En la ruta de ida, pasan las cuadras con José José cantando en locales fijos y puestos callejeros; el sistema de sonido del Metro hace sonar su música en las bocinas de todos sus pasillos rumbo a los andenes... lo mismo sobre el gran andador de la Calzada de Guadalupe. De regreso, igual. Todos, todo el tiempo, en todos lados, van hablando del personaje. Es el único nombre que la gente se sabe en la ciudad.
Él nunca se enteró de quiénes lo usaron, lo usan y lo seguirán usando. Nunca, tampoco, de cuántos y cuánto lo quisieron, lo quieren y lo querrán.
Llega El ataúd bañado con chapa de oro de 24 kilates. Ese que desde que bajó con rampa del avión, recuerda aquellas imágenes del 57, cuando arribó el de Pedro Infante, cubierto con un tapiz floreado. La gente volcada en las calles. Todo es genuinamente emotivo. En el atrio de la Basílica de Guadalupe, miles de gargantas los reciben cantando “México lindo y querido, si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí”. Desde cuando Jorge Negrete en el 53, nunca tan oportuna. Luego se va haciendo el silencio... hasta escucharse nada más el rugir de los motores... de la portentosa réplica fúnebre de un Cádillac 1928, seguido por otras tres camionetas.
Viene de Bellas Artes... del homenaje oficial en donde nunca cantó. Lo han traído al sitio donde tantas veces vino. En público, a 'Las Mañanitas' los doces de diciembre. En privado a dar gracias. Una y otra vez. Estremecedor lo que se empieza a vibrar bajo el manto de cobre que cubre al santuario. Hay cinco mil person... no, cinco mil almas, esta vez, sí. Afuera otro tanto. Le cantan, le rezan, le tiran agua bendita... del lagrimal.
Poca pose. Acá no caben las pasarelas, ni los familiares meneando la mano como reinas de la primavera en Tabasco o Xochimilco. El santuario y sus millares de fieles los inhiben.
Puntualiza Monseñor Guillermo Bravo en sus primeras palabras y pa’ que nos quede claro: “Esto no es un homenaje, es una celebración litúrgica”. Piporro dixit: “No es parranda... ¡es serenata, raza!”.
Helo ahí a José... al pie del altar: el más guadalupano de los presentes. Se reporta que sólo llegó la mitad de las cenizas: todo indica que había un algo más de este hombre.
En el momento correspondiente de la ceremonia, el canónigo mira a los familiares: “... la paz sea con todos.” Algo les sabe.
Al final interpreta Marysol un tema que suena cristiano; luego José Joel ‘Cómo fue’ y ‘Amar y querer’... no alcanzo a ver la cara de los anfitriones cuando aquella estrofa de ‘el querer es la carne y la flor, es buscar el obscuro rincón, es morder, arañar y besar... es deseo fugaz, es deseo fugaz’.
Depositan el áureo féretro en la carroza; los reporteros y fotógrafos corren entonces detrás de los hijos y los famosos. José queda solo... sin atención de la prensa. Pero el pueblo no le quita la mirada.
Se pierden entre la multitud. En el cielo sobrevuela un helicóptero. En el piso quedan las flores. Sobre las flores queda la gente... que no se va. Y canta.
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