José José, medio siglo entre éxitos y excesos

Adiós a 'El Príncipe de la Canción'

El cantante, uno de los más grandes del español, fue una transparencia, un irse muriendo, paradójicamente, mientras daba vida a la zozobra, a los celos, a la perdición del enamorado

José José en 1982 recibiendo un disco de oro.
Mauricio Mejía
Ciudad de México /

Ha muerto una herida, una profunda herida de México. José José no fue un príncipe feliz, ni pretendió cargar con semejante peso en el alma de un país desconsolado desde el nacimiento. 

​La herida se llamó José Sosa, la herida de una voz sublime, cuando las noches requerían exclamar sin pena lo que la rutina oculta, allí estaba la herida y lo que ayudaba a sanarla. 

Pepe-Pepe, así con el cariño entrañable, llenaba el vacío del alma, del corazón, de la alcoba. La tristeza fue un síntoma, pero también una enfermedad, un épico soplo, de extraordinaria fuerza, se apagaba poco a poco delante de todos. 

El cantante, uno de los más grandes del español, fue una transparencia, un irse muriendo, paradójicamente, mientras daba vida a la zozobra, a los celos, a la perdición del enamorado pocas veces correspondido. Lo duro no es amar, tampoco no ser amado, lo duro es amar sin vuelto, sin equidad.

​El ídolo desgarraba; sus autores atinaron al cantador: la ejecución precisa del dolor, por ausencia, por celos, por infidelidad, por haber nacido en la cara oscura de la medalla.

No es casual que las obras más entrañables de José José sean melancolías, ese estado de ánimo que no supera la causa del agravio ni da un paso hacia delante, la alegría. 

En ese puente, el tino y el tono daban en el blanco del sentimiento, de la frágil emoción de un corazón abatido por la noche; por lo que en la noche vive.

Ninguna cara más triste que la del genio cuando interpreta El Triste. Lo que apabulla, lo que desborda, es que es genuina, nítida, el comienzo de una marca única del desasosiego. 

La tarde de este sábado se ha cumplido la condolencia de una muerte presentida desde hace mucho, como las de algunos poetas malditos. Pepe-Pepe fue una voz poética y toda poética tiene dagas, cargas, la cruz del cantante no escondía la enfermedad, la decadencia, el paulatino ocaso: fue una paradoja: lo que le hacía vivir lo iba matando, como un boxeador que a cada golpe de la existencia se imponía con su único recurso: el gancho al hígado

Nietzsche sostuvo que nadie soporta –salvo por instantes- la plenitud divina. Al vivir, José José se mataba, la trágica vocación del héroe: el don se convierte en flecha, en espada en la garganta.

José José se adueñó de varias generaciones y muchos le culpan de la alta natalidad de los setenta. Las noches eran días. Y el largo rosario de días se convirtió en un futuro relato de la traición, de la soledad, larga sábana de penurias en la que el ron se servía con Coca-Cola y hielo. 

La fiesta en México, país en el nadie sabe vivir pero sí morir, como dijo Julio Torri, no termina en jolgorio, en algarabía; acaba en lágrimas, en falsos recuerdos freudianos. El alba era un golpe de más. Nocaut letal que abre la falsa cicatriz de las penas. 

Allí, cuando había pasado la euforia, aparecía el playlist de la desolación. Y algo macabro. La voz reproducía voces, pero no sólo voces. 

Algo asombroso sucedía: el público del disco, desde que fue elepé, imitaba (casi Zelig) el teatral discurso de las canciones: los dolidos, se dolían; los abandonados, se abandonaban y los celosos, se justificaban. El amor es un cuchillo que mata por la espalda.

Cantó mucho José José, cantó todo. Todo su repertorio incluye a la especie. No hay quien no se identifique, que se quiera poner el sombrero de un pasaje de sus canciones. 

Portavoz de una extraordinaria generación de autores, Rafael Pérez Botija, Manuel Alejandro, José María Napoleón y del reciente fallecido Camilo Sesto, entre otros, el Príncipe se convirtió en puente entre la palabra escrita y musicalizada y un público que no tenía palabras para exclamar lo que un día nunca será. 

En ese sentido, José José recupera la figura clásica del intérprete. Píndaro convertido en millones de copias vendidas. Dice Borges que un hombre que cita a Shakespeare es Shakespeare.

Cuando esta tarde una niña cante El Triste, cuando un viudo escuché Si me dejas ahora, cuando una secretaria evoqué. Será será en verdad José José y sus autores.

Pepe-Pepe es una voz del dominio público, como los versos de Machado, como las dolencias de José Alfredo. Pero aquí una particularidad: José- José no quiso ser dicha ni festividad como, en momentos, Juan Gabriel: se limitó a ser la más grande herida del corazón mexicano. Será futuro, porque el amor no tiene fecha de caducidad. Una lágrima ya se desgarra pasado mañana.

Mauricio Mejía | Twitter @ludensmauricio

​bgpa

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