Rigo Tovar, desde su Matamoros querido hasta el baile de los 400 mil

En marzo se conmemoran el natalicio y el fallecimiento del cantante quien partió de su lugar natal para hacer historia en otras partes de México, como en NL, donde se cuenta llevó más gente al río Santa Catarina que el papa Juan Pablo II.

Rigo Tovar, desde su Matamoros querido hasta el baile de los 400 mil.
Israel Morales
Monterrey /

Figura de la música tropical, creador de los éxitos más bailados de la historia y que también expresó sus sentimientos a ritmo de baladas. Rigo Tovar es único, Rigo es amor, Rigo el guapo, Rigo el músico chiflado que “estoy seguro que recordarás”. Por supuesto Rigo el de “a orillas del Río Bravo, hay una linda región... con un pueblito que llevo muy dentro del corazón”, el de su Matamoros querido.

Y “Rigo es amor. Una rocola a dieciséis voces” (Tusquets) es un libro que coordinó Cristina Rivera Garza, también nacida en Matamoros. Y quién no le ha preguntado: “Eres de donde es Rigo”. Sí, ella es del norte de Tamaulipas, de la frontera con EU, esa que tanto cruzó el cantante.

Este libro no son solo palabritas, es una serie de evocaciones que reescriben su vida y canciones, un homenaje digno para Rigoberto Tovar García –hijo de padre tamaulipeco y madre texana–, quien nació un 29 de marzo de 1946 y murió, 59 años después, un 27 de marzo de 2005.

El desfile de voces empieza con Daniela Tarazona con “Lo que vieron sus ojos” , con el protagonista llamado Igor Travo, un juego de palabras con su nombre y una evocación a “Mi testamento”, que como se sabe a cada una le dejaba algo, en este caso, es Tesera, con quien en la ficción viaja hasta Asia Central.

Irma Pineda mezcla la poesía con extractos de canciones de Rigo Tovar y una serenata imposible. Porque qué muchacha no hubiera querido una serenata de él: “Mi madre sonríe atenta a una serenata que Rigo nunca le dará” (pág. 31). Y sí, el cantante lo fue todo, que llegó hasta los puestos de piratería, en algún lugar de Veracruz, como lo narra el locutor Betto Arcos en “Recordando a mi hermano con las canciones de Rigo Tovar”.

“No me odies por ser tan guapo”, de Fabrizio Mejía Madrid empieza con algo que refiere a Monterrey, lugar al que le compuso una canción, que por algo habrá sido: “Si existe alguna, la definición de ídolo popular en los años setenta es aquella que convoca más que el ave maría: en 1979, Rigo Tovar y su Costa Azul exceden por diez mil asistentes a la concurrencia que el entonces papa, Juan Pablo II, reúne en Monterrey. Se usa la cifra de bailantes eufóricos y fans afónicas como argumento de que el ídolo es más popular que cualquiera de sus voceros. Sin decirlo, Rigo insiste en la frase de Lennon sobre la divinidad pop contra la popularidad crística. No la necesita: ese 1979 arranca con la idea de que la música popular puede imponerse desde los bailes multitudinarios y las rocolas antes que desde la televisión. Rigo, al igual que Juan Gabriel o Los Tigres del Norte, invierte la lógica de la promoción desde la mercadotecnia. Rigo es un ídolo sobre todo porque no necesita de la payola. No hace cosas indecibles para aparecer en el programa de moda –no hay otro– de cantantes, Siempre en domingo. Basado en su popularidad lo solicita y el conductor del programa, Raúl Velasco, le responde:

–Nunca serás una estrella. Eres muy naco”. (pág. 45).

Más adelante Alisma de León da la cifra extraoficial de ese año de 1979 bajo el Puente San Luisito, después conocido como el Puente del Papa: 400 mil personas.

Mejía ahonda en el clásico cumbiambero por excelencia, para quienes ya lo hayan bailado, o visto bailar, y no importa si se le cambia el nombre a “El sirenito”: “Convertido en himno a caballo entre el sexo playero y la esencia tropical, ‘La sirenita’ (sic) es la consagración de Rigo Tovar como vocero de una cultura que solo produce efectos traducibles por su simplicidad emotiva: ‘Rigo es amor’”.

“Yo también nací en el 46”, de Élmer Mendoza, retrata una convivencia de Rigo con personajes disímbolos, pero con unos invitados especiales de Monterrey: don Catarino Leos y Los Rancheritos del Topo Chico. Leonardo de Jandra se va a las canciones ligadas a aconteceres especiales de la vida, Carlos del Castillo a un popurrí kitsch con esencia rigotovariana y Juan Carlos Bautista a la pasión de un personaje como Rigo que muta, pues también hay que decirlo, de parte de Benerva!: “el azaroso viaje de las drogas” estuvo presente en su vida. La locura también.

Eduardo de Gortari llevaba en su walkman “Lamento de amor”, Yuri Herrera le saca jugo a las lentas de Rigo con “El hilo de tu voz” y Susana Iglesias con un personaje que busca la estrella de Rigo en Hollywood. Julio Pesina recuerda las pachangas familiares con discos de 45 rpm y Pepe Rojo en el digno playlist de Rigo que incluye “Mi amiga, mi esposa, mi amante”, “Perdóname mi amor por ser tan guapo” o su canción más triste: “Todo por ti”, porque “Rigo fue amor. Claro que sí”.

Elda L. Cantú resume el breve legado del cantante y el lugar de donde partió para el mundo: “Tamaulipas, provincia discreta del noreste mexicano, cuenta con los dedos de la mano a sus celebridades. Reynosa se ufana de ser la patria chica del padre de Benny Ibarra y de una miss que protagonizó cuatro telenovelas; Tampico celebra haber visto nacer al subcomandante Marcos, pero solo Matamoros tiene a Rigo. Ahí, en la calle donde vivió de niño y que ahora se llama igual que él, el ídolo está en un monumento sobre un pedestal de ladrillo. Los pantalones medio acampanados, la camisa de cuello, el micrófono, los anteojos, la melena dura de metal. A los hipsters que visitan Tamaulipas y preguntan por su icono kitsch, los locales les cuentan que van a quitarla porque los conductores se distraen al mirarla y chocan. Pero lo cierto es que nadie se queda embobado mirando al padre del movimiento grupero mientras maneja. Su hechizo no está en el brillo de su estética ochentera que atrae en la capital, ni en el cepillado de su sedosa cabellera. Ahí, en Matamoros, y en todo Tamaulipas, Rigo Tovar no es una ironía sino el protagonista de nuestra nostalgia. El tío greñudo que nos enseñó a bailar” (pág. 98).

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