El arte perdió ayer a uno de sus grandes creadores. A los 91 años murió en Roma el compositor y director Ennio Morricone por complicaciones de una rotura de fémur.
Uno se pregunta cómo habría musicalizado su carta de despedida que, entre otras cosas, dice: “Yo, Ennio Morricone, he muerto. Lo anuncio así a todos los amigos que siempre me fueron cercanos y también a esos un poco lejanos que despido con gran afecto”.
Quienes crecimos con su música nos sentimos parte de esos amigos lejanos, pero muy cercanos en afecto por una obra grandiosa, articulada con películas maravillosas, plena de hallazgos y que ha probado funcionar fuera de las salas cinematográficas.
Él mismo lo demostraba con los conciertos que ofrecía como director y que tuvimos la fortuna de escuchar en 2008 en el Auditorio Nacional de Ciudad de México, la Arena Monterrey y el Auditorio Telmex de Guadalajara.
En el libro de conversaciones sostenidas con el también músico Alessandro De Rosa, Ennio Morricone. En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida (Malpaso, 2017), el compositor declaraba: “Escribir música es mi oficio, el que me gusta y la única cosa que sé hacer. Es una manía, sí, un hábito, pero también una necesidad y un placer; el amor por el sonido, los timbres, el poder dar forma a las ideas, transformar el interés y la curiosidad hacia la obra que el compositor ha imaginado en algo concreto”.
Larga es la lista de los directores que buscaron la firma indeleble de Morricone para sus películas, como Sergio Leone, Pier Paolo Pasolini, Federico Fellini, Ettore Scola, Bernardo Bertolucci, Clint Eastwood, Quentin Tarantino, Brian de Palma y Oliver Stone, por mencionar algunos.
Los ejemplos de su genialidad sobran, representada en cintas como El bueno, el malo y el feo, Por un puñado de dólares, Érase una vez en América, La misión, Los intocables, La leyenda de 1900, Érase una vez en el Oeste o Cinema Paradiso.
Durante su visita a México, el maestro comentaba que asistía al cine como si fuera dos personas: una que ve la película como cualquier público y otra que es crítica y analiza el trabajo de sus compañeros. Sin embargo, advirtió: “Mi pasión por la música es absoluta, el cine llegó después”.
Su universo sonoro era vasto e incluía música de cámara, orquestal, coral y ópera. En entrevista realizada hace un par de años, De Rosa afirmó que descubrió a “un compositor con muchas peculiaridades. Ha tenido la oportunidad de trabajar en ambientes muy diferentes en la producción musical del siglo XX, lo que por supuesto no es muy común. No solo es muy famoso por la música de las películas de Sergio Leone, el tema de La misión y todo esto, sino que hay que destacar que estudió con Luciano Berio y Karlheinz Stockhausen”.
En su visita a México, Morricone dijo: “No me arrepiento de haber elegido este camino y después de muchos años de haber abandonado la escritura de la música absoluta, en los años ochenta regresé a ella”.
La inmovilidad dinámica
Ennio Morricone usaba el término inmovilidad dinámica para describir su música, lo que para Alessandro De Rosa es “una idea filosófica, pero muy simple. Su música es reconocible, sabes que es suya en cuanto la oyes, pero a la vez hay algo producto de una investigación, algo nuevo. Escribe algo fácil de recordar, al tiempo que hace algo que no es tan obvio; esto le permite trabajar con la tensión”.