Y que Serrat y Sabina, que han sido de todo y sin medida, se visten como el pirata cojo con pata de palo, con parche en el ojo y cara de malo, y con el escarnio en llamas con un navío al fondo, anuncian que ha pesar de haber sido lo mismo un negro en Nueva Orleans y un gitanillo en Jerez, ellos preferirían ser a la manera del viejo truhán capitán que tuviera por bandera un par de tibias y una calavera.
El Auditorio Nacional se levanta y corea como ha venido haciendo desde que ambos emisarios de la poesía y la música y la conciencia y el humor unieron sus naves para tomar por asalto nuestras vida con sus voces ya cascadas pero con su música y sus palabras siempre pertinentes y conmovedoras.
Juntos hacen legión. Serrat como el egregio maestro de lo sublime que nació en el Mediterráneo de Algeciras a Estambul donde forjó su alma de marinero y donde navegan los migrantes siempre al borde del naufragio. Sabina, que lo niega todo, que no es el Dylan español, ni ocupa ni esquirol y al que Hacienda le robó todo, en un arrebato de 19 días y 500 noches, hasta el mes de abril.
La base de espectáculo No hay dos sin tres no es solo la conversación que se monta a fuerza de canciones y grandes pantallas que van coloreando y construyendo escenografías íntimas y dicharacheras, sino el juego que se da entre Joaquín y Joan Manuel como si fueran dos tipos de cuidado, dos embusteros que hacen un recuento de sus andanzas con esa clase de nostalgia que termina con una sonrisa irónica y pícara que se resume en una frase fundamental: a la gente lo que le gusta es que nos faltemos el respeto.
Y se lo faltan estos embusteros con gracejadas sobre el genio, la edad y cuestiones de la geriatría fantástica.
Porque además explican sin mucho sentimiento de culpa que quizá tengan algo de culpa sobre los incendios sociales que se han desatado en América Latina pues, curiosamente, su gira, a través de la cual buscaban escapar de Europa que “está hecha una mierda”, los ha llevado por Buenos Aires, Quito, Santiago, y ahora la Ciudad de México donde todo está tan tranquilo. “Si aquí le han dado asilo a Evo Morales, seguramente también nos lo podrían dar a nosotros”.
Y claro que sí porque estos pájaros de cuenta, como se autodenominan en la espléndida animación que da comienzo a su presentación donde terminan chocando en el escenario, son unos viejos consentidos de los mexicanos que conformamos una muy fervorosa fanaticada. Esa que acude al llamado, golpe a golpe, verso a verso, del caminante no hay camino, se hace camino al andar, hasta abrazar la certeza de morirme contigo si te matas y matarme contigo si te mueres, porque amores que matan nunca mueren.
Sabina y Serrat que reniegan de la solemnidad, los lugares comunes y los malditos achaques de la edad, Por eso pueden evocar a un tal José Alfredo y a Alberto Cortez, nomás para que te busques otro perro que te ladre, princesa.
Serrat y Sabina como un bálsamo para los falsos dioses y el reguetón; un antídoto para el exotismo tóxico de las redes sociales y las fake news y los algoritmos putrefactos.
Aunque nos hayan faltado Penélope para reconciliarnos con el olvido, juegos de manos mientras veíamos una de romanos y ese Pueblo blanco que te crece en el interior.