Domingo, seis de la tarde. Ya se metió el sol. Ya salió el aire. A la explanada del Auditorio Nacional van llegando ilusionados, por centenares, los olvidados que no olvidan.
Mucho bastón y el doble de pasos lentos. Aunque también mucho cincuentón. Crecieron como crecimos todos en el México del cercano siglo XX: con canciones y con padres y madres y abuelas y abuelos. En ese orden.
El camino largo de Rodrigo de la Cadena
Comenzó formalmente a los 14 años. Íbamos a ver a un escuincle cantar boleros al Bar Prim, en la colonia Juárez. Entraba ahí de la mano y con el permiso firmado por su papá. En meteóricos 22 años ha realizado una labor no únicamente de difusión. También de investigación y periodismo. Entrevistador en infinidad de espacios radio y televisión. Su columna en La Prensa y otros diarios bien podría ser el libro en que se convirtió.
Rodrigo de la Cadena tiene 36 años. Es, todavía y apenitas, un joven salvándose en su soñadora niñez vigente. En 2005 lanzó su primer disco. Hoy tiene más de 40. Más que una curiosidad, es un fenómeno. Rara avis que no vuela en parvada. Aparentemente nacido a destiempo, con la urgencia de recuperar lo que hubiera querido vivir, viviéndolo. Socorrista que le sabe a las maniobras de resucitación para que no se le muera, especialmente, el bolero.
Una noche de boleros y filin
A las 6.43 comienza a afinar los 60 músicos de la Filarmónica de Xalapa, bajo la dirección del maestro Abraham Barrera. Su fiel Marco del Muro, en el bajo. Iluminado, el piano blanco de octavo de cola en el lado izquierdo del escenario. Dos minutos después entra Rodrigo. Lo sigue el grupo coral de Los Miranda. No sólo son sus mejores alumnos. Son sus hijos en más de un sentido. Son cuatro y suenan como los doce Hermanos Zavala.
Homenaje a los grandes compositores de México
“Llegar al Auditorio Nacional, no es un golpe de suerte, no llegué por una canción viral… llegué por el camino largo”. Ovación de sus 10 mil cómplices. “No vengo de la industria, vengo del tiempo”.
Tres temas de cada uno de los once recordados. María Grever, Luis Demetrio, Vicente Garrido (mi favorito), Álvaro Carrillo, Consuelo Velázquez, Roberto Cantoral, Agustín Lara (su favorito) Ema Elena Valdelamar, Armando Manzanero, José Alfredo Jiménez y Juan Gabriel. Prende al público que canta y canta y canta. Arreglazos propios de la filarmónica, que además usaron alguno de ese genio que fue Mario Ruiz Armengol. Qué bien está cantando Rodrigo. Limpio. Sin trampas. Lo mismo cuando "se avienta" y se oye a tres cuadras, que cuando respeta el sentido del ‘filin’ a media voz.
Rescatador de otros tiempos, pero montado en la nueva era, hay proyecciones inmersivas… a los espectadores se les regala un encuentro virtual con los célebres compositores. Todo a manera de altar. Para Rodrigo son sus muertos. Interactúa con ellos utilizando IA o recreaciones teatrales. Pero los devuelve a la vida, cantándolos.
Sin ser efímero artista de masas, es lo que es lo que es, un llanero solitito, que esta noche ha levantado la cosecha de la perseverancia. Aquí ha empezado una nueva etapa de este indispensable eslabón… de la Cadena.
Público y legado intergeneracional
Su primer Auditorio, sí. Por donde pasaron y pisaron, además de todos los que consagrados sabemos —de los tiempos que corresponden a Rodrigo— en ese escenario estuvo parado Pedro Infante con el Mariachi Vargas en 1954; o Igor Stravinsky en 1961, cobrando los boletos de 4 a 25 pesos el más caro; y ese mismo año: Louis Armstrong; y Duke Ellington en 1968. Vaya conquista… vaya conquista la de Rodrigo de la Cadena. Tiene derecho a volverse insoportable. Ojalá y no lo ejerza.
De último momento entró el flautista Horacio Franco a tirarse un palomazo con un tema de José Alfredo.
Esta noche la habrán esperado varios. Entre muchos: Carlos Lico que tanto lo quiso; Pepe Jara, su gran inspirador de origen; nuestro Gualberto Castro, al que llamaba cariñosamente padrino, nuestro Armando Manzanero —que hizo con Rodrigo su última producción—… y más contento que todos juntos, Héctor Álvarez de la Cadena, su padre. Se lo arrebató la pandemia. Esta noche no llego. Pero el viejo sabía que iba a pasar. Y todo indica que, en ausencia, lo sigue llevando de la mano.
Tres horas después, casi 10 mil almas salen. En los locales del vestíbulo algunos se quedan brindando: noche, boleros y ron. Adultos mayores y no tan mayores se convierten en río de gente. El Paseo de la Reforma es el cauce que se los lleva. Ya desembocarán tarareando, uno a uno, una a una, en sus almohadas. Aquel niño, también.
CST