Acompañada de su novio, Elisa Lagunas, una joven de 25 años, se apresura para salir caminando del pueblo de San Luis Ayucan, en el municipio de Jilotzingo, Estado de México, antes de que caiga la noche.
Es sábado y las brigadas de rescatistas continúan buscando a las personas que hayan quedado bajo el lodazal de una avalancha provocada por la tormenta que azotó a esta pequeña comunidad durante la noche del viernes.
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“Vamos a evacuar porque no es seguro, dicen que se va a colapsar otra parte”, platica en una pausa de su caminata entre las calles llenas de lodo y entre el ir y venir de personas, autoridades y brigadistas que trabajan en las inmediaciones de donde quedó la montaña de fango. El deslave del cerro dejó al menos 14 viviendas sepultadas.
Sus padres, de 67 y 62 años, sobrevivieron. Fueron de los primeros en salir con vida con ayuda de los vecinos que se movilizaron en la madrugada del sábado.
“Los encontramos a las cuatro de la mañana y están bien afortunadamente”, dice Elisa en aparente calma. “Desde donde se empezó a colapsar la tierra ahí es donde ellos vivían. La casa está toda llena de tierra”, explica.
“Los encontraron entre los escombros, en su casa. Están bien. Nosotros no nos pudimos acercar porque en medio del bosque hay una piedra muy grande y está sosteniendo lodo, entonces están esperando quitar esa tierra para que termine de colapsar”, platica Elisa y se refiere al “bosque”, porque esta localidad, de origen otomí, está ubicada en la cadena montañosa de la Sierra de las Cruces, al poniente del Valle de México.
“Se vivió muy feo, muy feo, se deslavó. Gritaban muy horrible cuando bajaban las piedras. Decían ‘¡Corran!, ¡Váyanse!, ¡Empiecen a desalojar a la gente que tienen abajo, la gente grande!’. Fue un temblor horrible. Truenos horribles sonaban. Piedras horribles, grandotas”, recuerda angustiada Verónica Antonio, mientras sostiene un zapapico porque ha intentado ofrecerse para ayudar a las labores de búsqueda entre el lodazal, pero no la dejan porque es riesgoso.
El sitio donde se acumuló el fango, detrás de unos locales comerciales que frenaron el avance de la avalancha, se convirtió en un pantano hondo y resbaladizo.
“Tengo de lodo hasta por aquí”, dice Rafael Martínez, integrante de la Brigada Rotaria de Seguridad y Rescate en un descanso que se dio, luego de horas trabajando en el lodazal.
“Hay partes que hemos entrado y nos llega arriba de la rodilla; una de las funciones que también hacemos es poner troncos, maderas, para poder accesar para poder hacer más segura el área de trabajo”, explica.
Entre los que van y vienen, están elementos del Ejército, de la Guardia Nacional, bomberos del municipio, personal de Protección Civil federal y local, policías estatales, agentes de la Marina, paramédicos de Cruz Roja y brigadistas voluntarios, especializados en rescate de personas.
Christopher Coronel pertenece a la agrupación de Bomberos Voluntarios Pirámide. Llegó unos minutos antes de las 4 de la mañana al sitio de la tragedia y su equipo logró localizar el sitio en donde estaban las únicas tres personas que los rescatistas pudieron sacar del lodazal con vida.
El gobierno del Estado de México los identificó como Madona Ocampo Rodríguez, de 36 años, y sus hijos, Alan Damián Trinidad Ocampo, un niño de 12 años, y Othón Guadalupe Trinidad Ocampo, de 10 años. Fueron llevados al hospital. Junto a ellos, se encontró el cuerpo de una bebé de tres meses que no sobrevivió.
“Eso fue alrededor de las cuatro de la mañana, pero las operaciones nos llevaron alrededor de tres horas, tres horas y media, para poderlos retirar de los escombros”, platica Coronel, satisfecho.
Pero después de ese rescate, durante todo el sábado, las labores se concentraron en buscar y encontrar al menos a ocho personas más que, según sus familiares, estaban desaparecidos.
“En el área que nosotros estamos trabajando, estamos buscando a una señora y dos menores, están con nosotros los familiares; después de una remoción de escombros, encontramos ya las credenciales, estamos ya accesando a lo que es la recámara, lo que fue la recámara de la casa, y, sin embargo, sí vemos una gran cantidad de lodo y creo que son pocas las posibilidades de que puedan estar con vida”, dice Martínez.
“Es complicado el lodo porque no permite el ingreso de maquinaria, maquinaria grande, entonces es una labor muy lenta, muy cansada”, añade.
Los trabajos se suspendieron la noche del sábado porque volvió a caer un aguacero. La falta de electricidad, de señal telefónica y lo agreste del terreno complicaron todo.
“Cuando estamos hablando de estructuras colapsadas, existe la teoría del triángulo de vida, existe la posibilidad que quede un espacio de aire, que no sea comprimido por la losa, pero aquí, lamentablemente, además de las losas derribadas, toda el área ha sido llenada por el lodo, incluso hay cuartos inundados, bajo el agua, empiezas a mover la losa… y está todo inundado”, detalla Martínez, que ha participado en rescates en sismos del extranjero y hasta en Acapulco, tras el huracán Otis.
La gente quedó asustada. Al menos 120 viviendas fueron desalojadas por estar en zona de riesgo. Algunos se refugiaron en la iglesia de pueblo. Otros, como Elisa, buscaban llegar a un lugar más seguro. Pero los más reacios, esperaban sentados en las banquetas, en espera de poder ayudar a sacar a sus vecinos y familiares de entre el fango que parecía no tener fin.
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