La noche en Acapulco ya no es la misma después de Otis. No hay fiesta ni barullo. Sin embargo, han surgido oasis de luz y sonido: discotecas y bares que poco a poco comienzan a reactivarse.
“En esta zona de aquí somos aproximadamente como seis, ocho locales, no son muchos; hasta donde me dicen que Diamante sí no ha abierto nada, el área de la costera sí ha abierto un poquito más de lugares y esperemos en los próximos días muchos más van a seguir abriendo”, contó Martín Andrade, uno de los restauranteros que se aventuró a abrir aun en condiciones limitadas.
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“Más que nada dándole servicio a mucha gente local y a muchos de los que amablemente y afortunadamente están viniendo a apoyar a Acapulco, esas personas valiosísimas que están todo el día trabajando; te pongo un caso: CFE, que todo el día anda trabajando y en la noche andan buscando algo de cenar, andan buscando algo de comer, esa es la clientela que estamos teniendo”, dice.
Seguramente al paso de los días, la vida nocturna volverá, pero por ahora lejos están las noches de tumultos y antojitos en la quebrada, donde los clavadistas solían lucir sus arriesgadas piruetas en medio de un espectáculo de luces que arrebata aplausos de los asistentes.
Sí, Acapulco es hoy una ciudad silenciosa y de sombras que se desvanecen con los tenues destellos de las luces de los autos que pasan, de alguna lámpara del alumbrado público que comienza a reactivarse o las torretas de las patrullas de la Guardia Nacional que hacen rondines.
Muchas gasolineras están destruidas, pero con luz. Y de noche, la Guardia Nacional las vigila.
Solo unas cuantas personas se quedan en la calle. La mayoría camina presurosa, con celular en mano encendido para iluminar su paso. Siempre buscando algo. En el zócalo de Acapulco, que se quedó sin los altos árboles que lo embellecían, se congrega la gente en silencio, mirando insistente el teléfono celular.
“La verdad estamos aquí porque es donde se mantiene más la señal de teléfono para comunicarnos con los familiares”, platica David Olguín, que viene desde Pie de la Cuesta, a media hora de Acapulco, para tener señal. “Uno se viene acá se reporta y ahora sí que de regreso a casa”.
En ese punto, Jorge Domínguez, un empleado del gobierno estatal, coloca una planta de luz para regalar electricidad a manera de apoyo a la comunidad.
“Quien guste, de las colonias populares, que requiera de la carga de batería, yo me puedo desplazar con la batería sin ningún costo para que sus vecinos puedan recargar sus celulares, porque es muy importante mantener comunicación con la familia”, ofrece.
Unos pasos más allá, un individuo, escondido entre los autos estacionados, también ha colocado su planta de luz. Pero él cobra 50 pesos por unos cuantos minutos de recarga del celular.
SCZ