En Bahuichivo cuentan que Noriel Portillo Gil, El Chueco, es devoto de San Judas Tadeo y, de vez en vez, iba a rezar a una pequeña capilla de piedra blanca con techo de lámina que mandó construir a pie de la carretera a un par de kilómetros a la salida de esta cabecera municipal en la sierra Tarahumara... hoy, las veladoras están prendidas.
"Yo creo que se ha de haber encomendado a San Juditas porque no lo han agarrado", exclama un poblador frente a esta capilla edificada sobre una lomita que incluso pavimentaron para colocar loseta como piso y encima incluso pusieron un camino de cemento cual alfombra.
Adaptado en plena Tarahumara, este pequeño recinto religioso también cuenta con dos ventanas para ventilar el interior, un barandal de metal y un pino bien podado que, todo en conjunto, da la impresión por fuera de ser más un penthouse que una capilla.
Al interior hay tres imágenes grandes de la Virgen María, el Sagrado Corazón de Jesús y, por supuesto, San Judas Tadeo. También hay varios arreglos florales, veladoras y otras pequeñas imágenes religiosas, así como una alcancía en forma de casa. Todo, resguardado por rejas.
“Solo el Viejón (El Chueco) podría hacer algo así”, aseguró el poblador en referencia a los recursos económicos y la excentricidad -y fe- para construir una capilla en plena montaña.
Hasta hace no mucho El Chueco vivía tranquilo y operaba su red criminal en Bahuichivo, pero después de asesinar a dos sacerdotes jesuitas, un guía turístico y a un joven de 22 años en Cerocahui, todo cambió.
Apenas ocurrieron estos crímenes, las autoridades en Chihuahua incluso aseguraron que El Chueco sería capturado en cuestión de días; este viernes cumplió 130 días, más de cuatro meses impune.
Esto ha provocado que pobladores aseguren que Noriel Portillo Gil ya volvió a la región que tiene sometida desde hace años e incluso narran que estuvo presente, resguardado con un pequeño grupo de sicarios, la noche del 15 de septiembre durante los festejos por las fiestas patrias en Bahuichivo.
No sólo los pobladores de la sierra Tarahumara tienen miedo, los religiosos establecidos en la región también temen represalias de El Chueco por levantar la voz ante los asesinatos de los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales y Joaquín Mora Salazar.
"Seguimos nosotros en la misma situación de riesgo y creo que más todavía”, clamó un sacerdote jesuita que, por seguridad, pidió no identificarlo.
El miedo de sacerdotes y pobladores no es para menos: en estas comunidades apartadas de la sierra Tarahumara, el operativo sin precedentes que fuerzas federales y de Chihuahua desplegaron para capturar a Noriel Portillo Gil se esfumó: nada queda del búnker que fue Cerocahui cuando ocurrió el crimen, hoy, apenas cuatro policías estatales están en la plaza principal, un grupo de agentes de la Fiscalía General del estado están establecidos en el municipio de Bahuichivo, a unos 20 kilómetros y media hora de distancia.
Tampoco hay ya los retenes militares en distintos puntos carreteros que, en su momento, resultaron en varias detenciones.
“Aunque ha pasado tiempo, pues no sabemos cómo va todo, entonces todavía estamos en un riesgo”, abunda el sacerdote jesuita.
Aunque hay un pequeño grupo de guardias nacionales destacamentado en la parte trasera de la iglesia en la comunidad de Cerocahui, los pobladores siguen teniendo miedo y prefieren ni siquiera mencionar el caso de los religiosos asesinados.
Por eso también hay zozobra por una de las fiestas patronales de este poblado enclavado en la barranca de Urique y que se realizará este fin de semana en honor al sacerdote jesuita Andrés Lara. A un costado de la plaza principal ya está instalado un pequeño templete y arreglos de papel picado en las calles contiguas.
Desde el crimen de El Chueco, nada fue igual en Cerocahui: la familia Berrelleza no regresó tras el asesinato de Paul, la casa que fue incendiada por los sicarios permanece igual con las láminas que una vez fueron un techo y el resto de pertenencias a medio quemar en el pasto.
El campo de béisbol donde se jugó el partido que habría ocasionado la ira de El Chueco no se ha vuelto a utilizar por los Venados de Cerocahui, el pasto está crecido, las gradas sucias y hasta unas porterías de fútbol ya cubren el diamante.
El templo de San Francisco Javier también está como los últimos meses: en una esquina un pequeño altar en el que destacan retratos de gran tamaño de los padres Gallo y Mora y, mucho más pequeños, el de otra decena de víctimas de la violencia en la sierra Tarahumara.