Churros y elotes, el deleite gastronómico de la basílica

La festividad del Día de la Virgen de Guadalupe reactiva el comercio en la zona de la Independencia. Toda la calle Juan Pablo II se convierte en el principal corredor de comidas, postres... Y por supuesto, es el camino de los matlachines.

El aroma despierta el apetito y abre la cartera.
Gabriela Jiménez
Ciudad de México /

El termómetro marca 13 grados, y el reloj, la una de la tarde. Afuera de la Basílica de Guadalupe se concentran grupos de personas a quienes no parece incomodarles la llovizna. Todas tienen algo en común: en sus manos sostienen elotes o churros de azúcar.

La temporada de peregrinaciones ha comenzado. Aún falta un mes para la gran celebración, el Día de la Virgen, pero las procesiones ya llegan poco a poco.

Esta festividad guadalupana reactiva el comercio en la zona de la Independencia en los últimos dos meses del año. Toda la calle Juan Pablo II se convierte en el principal corredor de comidas, postres, artículos religiosos, colchas... Y por supuesto, es el camino de llegada de los matlachines.

Según los vendedores, es notorio el aumento en el número de visitantes, pero todavía no es significativo. Será hasta finales de noviembre e inicios de diciembre cuando la actividad se vuelva “intensa”.

Así lo cuenta Juan Carlos, fundador de los elotes “Jean Carlos Centeno”. Su negocio fue bautizado así en honor al cantante de música vallenata, el ex vocalista del grupo Binomio de Oro.

Aunque dice que aún va poca gente, de todas formas trabaja todos los días sin descanso.

Hay más de una decena de vendedores de elotes en esa área, pero cada comprador tiene su sitio preferido. Los precios son similares, pues oscilan entre 15 y 30 pesos según el tamaño. Sin embargo, el que más cerca esté de la entrada a la Basílica, más clientes puede captar.

En medio del clima otoñal, estos negocios también son puntos de calor y confort. El vapor que emana del maíz caliente y remojado en las ollas empaña los anteojos y alivia el frío. El aroma despierta el apetito y abre la cartera.

En una de las esquinas hay un local grande de color verde que tiene cuatro filas de atención. Suena rock en español a todo volumen y algunos cantan o mueven la cabeza al ritmo de Soda Stéreo mientras esperan su turno.

Churros y champurrado son el producto a ofrecer. Al parecer tienen los precios más baratos: 10 pesos por una bolsa de cuatro churros.

Al otro lado de la acera, la competencia, en un lugar más pequeño y modesto, admite vender más caro, pero con mejor sabor.

“Vienen clientes de allá a comprarme churros a mí. Dicen que están baratos, pero el sabor no es lo mismo. Los de allá, me han dicho, están duros, como pan francés”, cuenta la dueña del negocio, quien prefiere omitir su nombre.

Al caminar se mezcla el olor de tacos, enchiladas, sopes, menudo... y más. La mayoría de los comerciantes tienen más de 15 años laborando y son habitantes del barrio de la Independencia. Lo presumen con orgullo.

“Lo bueno apenas viene... esto no es nada”, afirma con entusiasmo el elotero instalado en la entrada de la Basílica. Sabe que su agosto lo hará en diciembre.

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