Francisco I. Madero no tiene ni para ofrecer un vaso de agua

La problemática de la falta de agua se agrava en las comunidades cercanas a esta ciudad, pues ni con una bomba la consiguen.

El panorama en Francisco I. Madero y sus alrededores es desolador, donde los pobladores batallan para hacerse de agua. | Mauricio Román
Editorial Milenio
Francisco I. Madero, Coahuila /

Sobre la carretera a Francisco I. Madero, Coahuila se expande el olor a forrajes y las “pequeñas” propiedades configuran el nuevo latifundio en la Comarca Lagunera. Se trata de cientos de hectáreas destinadas a la siembra del sorgo y la alfalfa que alimentan al hato ganadero más grande de América Latina.

En contraparte, en las comunidades ejidales el acarreo de agua de las norias para consumo humano es tan común como el reciclaje de agua que se utiliza en el proceso del lavado de la ropa. 

Los recibos no se pagan al no contar con agua potable y el enojo social se deja sentir en un ambiente donde incluso el gobernador Miguel Ángel Riquelme Solís se comprometió recientemente a perforar dos pozos más. 

Los lugareños más viejos tienen la certeza de que el agua es acaparada. De la superficial, apuntan defensores del medio ambiente que al menos 200 millones de metros cúbicos al año son los que desaparecen gracias al control que los empresarios ganaderos ejercen sobre los módulos de riego.

En tanto que los campesinos dicen, que en Francisco I. Madero, que abastece a Matamoros y San Pedro de las Colonias, ya no queda agua ni para continuar con la tradición de ofrecer un vaso de agua a las visitas. 

Todo recipiente cuenta

Desde hace un año María de Lourdes Luna Díaz, decidió vivir en el ejido La Coruña, comunidad donde se batalla a diario para tener agua en las casas. Ella extiende una enorme manguera que recorre todo su domicilio. 

Lo primero que hace es llenar un tambo que tiene enterrado en el patio principal, luego la lavadora, el tinaco y las tinas. Todo recipiente cuenta. 

“Allá más para adentro (de la comunidad) se batalla mucho, deben de ir para adentro porque allá no hay nada de agua. Hoy es día que sale agua, haga de cuenta que nomás la echan dos veces por semana, yo la almaceno en los tambos. De por sí, cuando ya no hay agua uno tiene que pagar para que le traigan. Es agua de noria y tiene que cuidarla mucho”, señaló María de Lourdes Luna Díaz.

Con dos menores y dos adultos en casa, ella la recicla y es por eso que con el mismo líquido trapea los pisos por dos días. María de Lourdes dijo que le cuesta 200 pesos el que le lleven mil 100 litros de agua a su casa. 

“A veces que de plano no hay, pago una o dos veces el acarreo pero allá adentro batallan más. Aquí debemos pagar el recibo porque aunque no tengamos agua, vienen y cortan. Tiene que aprovechar uno que hay, agarrarla para tenerla, porque a veces uno no tiene ni para bañarse o ir al baño”. 

 Al adentrarse al ejido se confirma que junto a todas las casas hay reservorios: tinas, tambos, tinacos y jaulas con recipientes de plástico que se utilizan para reservar el líquido. 

O se paga el agua o la compran

 Armandina Alfaro comentó que, “aquí no cae nada de agua y debo comprarla, esa es la que estoy rebombeando para que caiga en el tinaco y tenga para el baño; yo compro cada dos semanas, me cuesta 150 el viaje".

“Aún así llegan los recibos, pero ahorita estamos bien endeudados porque o pagamos el agua o la compramos. Ahora mi hijo y su familia no han lavado, ahí está toda la ropa amontonada”. 

El ruido de la bomba no para aunque el propio sonido seco, advierte que es más el esfuerzo que el agua que conduce.

“Esto es muy estresante. Hace un calorón y tengo aire lavado pero no lo uso, tenemos puro aire normal. Eso a veces nos pone mal porque estamos acalorados, malhumorados. Hace mucho tiempo nos decían que no teníamos agua porque una válvula estaba descompuesta y ahora ya ni sé, la verdad”. Antes de entrar al ejido hay un sitio donde hacen adobes. Armandina dijo que ahí se queda el agua, al igual que en las propiedades donde hay ganado. “El agua que llega, por poca que sea, ellos la utilizan, nadie apaga su bomba hasta que deja de salir”.

Garrafones en camino

El camino al ejido Finisterre, es poco transitado. Pero hacia el fin del mundo las empresas que comercializan el agua embotellada son capaces de enfilar sus camiones para hacer su agosto en julio. 

Por donde quiera los signos del agotamiento del acuífero son visibles y la gente bromea, quizá para evadirse ante el temor real de que están siendo puestos en riesgo la existencia de sus personas y sus comunidades.

 Así es fácil oír que a una chica por conquistar se le debe llevar un galón de agua en vez de flores. Y para seducir a su familia, mejor aún comprarle un viaje de mil 100 litros de agua, en vez de prepararles una carne asada.

Todos los signos son dolorosos en este municipio que contabiliza una población de alrededor de 30 mil habitantes. 

María del Rosario Martínez Vázquez vive en el ejido Compuertas y dice consciente que los matamorenses y sampetrinos dependen del agua de Francisco I. Madero, más ellos que se ubican a tres kilómetros de Chávez. 

María del Rosario señala que, “el agua es de todos, que está como el Presidente que es de todos. En Chávez critican mucho que no hay agua, sí, estoy de acuerdo, pero la gente no paga y debe pagar su agua y su luz para que haya dinero para que ellos puedan trabajar”.

CALE

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