Los meses de abril, mayo y junio, ya no se conciben en Guadalajara sin las pitayas. Esa fruta que se produce en sólo tres lugares del estado y llega a las calles metropolitanas, específicamente las Nueve Esquinas, para llevar sabor y de paso, un festín de colores a los tapatíos.
En su mayoría, son jóvenes y adultos quienes con melancolía rodean los espacios y los distintos puestos en busca de las mejores pitayas, que hacen un recorrido desde Techaluta de Montenegro hasta la ciudad, día con día, traídos por sus cultivadores quienes viven jornadas intensas y de pocas horas de sueño en esta temporada para poder traer las frutas.
En la privanza, temporada en que florece la fruta, los vendedores vuelven de Guadalajara a Techaluta y, casi sin dormir, a veces una hora es suficiente, comienzan a cortar la venta del día siguiente, “y ya cortamos y pelamos y vuelta pa atrás (sic)”, cuenta uno de los vendedores más longevos de las nueve esquinas, veinte años de hacer el mismo ritual año con año lo llenan de experiencia, y satisfacción, “la temporada de la pitaya es muy pesada, pero gracias a Dios nos va bien”.
Para cortar las frutas los pitayeros usan lámparas de cacería, su luz ayuda a identificarlas bien de entre los cactus, donde florecen; otro largo proceso.
“El cactus no requiere de mucho trabajo, pues básicamente es pedirle a Dios que llueva durante el tiempo de lluvias para que se recupere del desgaste que tuvo durante el proceso que tuvo de estar produciendo, como el pitayo es pura agua, se deshidrata”.
Todo comienza cuando se planta un brazo de pitayo, y después de doce meses le nace uno más y así sucesivamente, por años. “Es un proceso largo, un pitayo para que ya te empiece a producir, pues yo tanteo que unos diez años dura”, recuerda.
A mediados de diciembre es cuando las flores comienzan a salir, sin saber qué suerte correrán con el frío. Este año, éste fue insolente en Techaluta y quemó una cantidad considerable de pitayas. “O sea que es normal que un año haya muchas y un año haya menos, es un proceso que se puede dar y que no siempre va a haber la misma cantidad”, detalla.
Así, cada año la temporada arroja más o menos frutos. Para este 2017, el hombre calcula que la privanza arrojará entre 4 mil y 5 mil pitayas, en su huerto, una cantidad no muy buena, pero tampoco la peor de todas, recuerda el hombre.
Los pitayeros enfrentan el paso de los años y el reto que traen consigo, y se mantienen firmes en su espacio de las Nueve Esquinas. Nada mejor para ejemplificar el tipo de adversidades que enfrentan año con año, que el cobro que les hace la actual administración por ocupar el espacio, un aproximado de 80 pesos por día y por permiso, cuando años atrás les cobraban treinta, recuerdan y lamentan. “No por eso nos vamos a detener, pero sí se me hace algo elevado, pues”.
Además recuerdan cómo en 2016 lucharon por mantenerse en el lugar, pues el Ayuntamiento buscaba retirarles el permiso. “O sea que lo que pasa que como ya tenemos el producto, y ya tenemos la plaza más que nada y tenemos los clientes, lo que es más importante y pues por eso pagamos”.
A pesar de estas y otras dificultades los productores y vendedores de pitayas no se retiran, ni planean hacerlo pronto, pues ofrecer este fruto a los tapatíos estos meses y llenar de vida las nueve esquinas “es algo bonito porque la verdad la pitaya es una fruta pues muy, cómo te diré, que mucha gente la busca, y pues exótica… mucha gente le encantan las pitayas y yo tengo clientes que te puedo decir que vienen diario, y pues algo que dicen: pitayas no hay diario”, concluye el hombre que desde hace dos décadas entrega sus días a producir y acercar a la metrópoli esta deliciosa tradición.
MC