Conversación de dos caminantes del Everest

Laguneros por el mundo

Una familia lagunera narra la experiencia de 11 días de recorrido por los caminos de la montaña más alta del mundo, una aventura para la cual se prepararon física y mentalmente.

Hasta cuatro meses de preparación se necesitaron para realizar esta extraordinaria caminata. (Especial)
Nepal /

Por: María José Ramos León / Javier Ramos Salas

El martes 27 de marzo volamos en una pequeña avioneta comercial desde Kathmandú hasta el pueblo de Lukla, en Nepal. Nuestro equipo, los Ramos León, lo conformamos los que suscriben este diálogo, más Pita León y Juan Carlos Ramos León. 

Al grupo familiar hay que agregar a nuestros valiosísimos guías, Sambhu Gurung y Tabir Bahdur Magar, ambos nepalís con amplia experiencia en el montañismo de los Himalaya.

Lukla (300 habitantes) es el puerto de entrada al parque nacional Sagarmatha, dentro del cual se encuentran los famosos picos del Everest, Lothse, Nupse, Annapurna, Cho Oyu, Ama Dablam y tantos otros. Ahí, bajando del avioncito, iniciamos nuestro camino. 

De los pueblos donde dormimos, el más grande es Namche Bazar, con 2,100 habitantes. Ubicado en el corazón de la región llamada Solu Khumbú, Namche es la capital cultural y comercial de la etnia Sherpa.

Ahí encuentras las provisiones y el equipo necesario para continuar tu camino. Por Cierto, fue en Namche donde coincidimos con nuestros amigos laguneros Marcela y Ramón Arzoz, quienes ya venían de bajada después de tocar la base del Everest (sus recomendaciones nos sirvieron mucho).

El pueblo más pequeño fue una ranchería (Somarhe) compuesta de no más de 10 casitas y dos pensiones con tres o cuatro habitaciones cada una. Ahí abrazamos las estrellas bien prendidas en el fondo obscuro de la noche fría y casi cohabitamos con un Yak que pasaba la noche en el patio abierto fuera de nuestras habitaciones.

Cada que íbamos al baño común, cruzando el patio, el yak atento seguía con su mirada nuestros pasos. A medida que vamos subiendo en altura y acercándonos al Everest, los lugares a donde llegamos a dormir son cada vez más rústicos y desprovistos de los servicios básicos como energía eléctrica, agua, calefacción. Todos los baños son comunes. Pero al mismo tiempo había una conexión especial con todos los senderistas del camino: gente de muchas nacionalidades, todos conectados por medio del Everest en un ambiente fraternal y de cooperación muy favorable.

Cuando salíamos de Dingboche, que era el penúltimo puesto antes de llegar a la base del Everest, decidimos dividir el equipo: los mayores (papá y mamá) detendríamos la marcha, porque los motores ya empezaban a cascabelear y era mejor emprender el regreso a Lukla.

Los hijos, con la fuerza propia de la juventud, podían continuar hasta llegar al campamento base, llevando de encargo el espíritu de sus padres, como así lo hicieron. Para los mayores de edad, el camino abarcó 6 días y para los hijos un total de 11 días. Experiencia extraordinaria, maravillosa, la que todos vivimos en los caminos al Everest.

JAVIER: a quién se le ocurrió está locura, hija, de ir a caminar hasta los Himalaya?

MARIJOSE: No me acuerdo en qué momento o a quién se le ocurrió. Por mi parte me convencí cuando fui a platicar con un amigo que ya había hecho el camino y su experiencia me emocionó. Representaba un viaje totalmente diferente para el cual nos teníamos que preparar distinto, comparado con otros viajes que habíamos hecho antes.

JAVIER: Así es, nunca antes habíamos hecho un viaje de este tipo. Vaya que requeríamos preparación: una caminata de 116 kilómetros ida y vuelta a la base del Everest, en condiciones de clima y altura desconocidas para nosotros. Desde tres o cuatro meses antes cada uno de nosotros nos metimos a fortalecer piernas, muslos, pulmón, espalda. Luego, tu mamá nos recomendó un programa de medicina alternativa preventiva, que creo nos sirvió bastante. Físicamente íbamos bien preparados, aunque mi debilidad mayor fue la respiración. La tuya, ¿cuál fue tu debilidad?

MARIJOSE.-Adaptarme a la “incomodidad”. Fueron días donde las necesidades básicas no eran satisfechas a como estamos acostumbrados. Frío sin calefacción, baño común sin mucha salubridad, comida extraña y no muy limpia.

Todo esto representó un reto diario para mí. Creo que lo más importante fue aceptar que así estaba la situación, que era temporal y que no la podía remediar. Fue un reto, pero al mismo tiempo me ayudo a apreciar lo sencillo y agradecer lo afortunados que somos. También definitivamente el oxígeno. Los últimos días, con mayor altura, cada paso que daba contaba pues todo se iba haciendo más pesado.

JAVIER.-Siempre que te sales de tu zona de confort hay un cierto grado de incomodidad, sobre todo cuando viajas, al cabo de unos cuantos días ya extrañas tu cama y tu almohada. De tanta incomodidad, luego empiezas a pensar: ”qué fregaos estoy haciendo aquí”.

Pero estoy de acuerdo contigo hija, eso es parte de nuestro aprendizaje: estar preparados mentalmente para vivir otras circunstancias, tener capacidad de adaptación.

Continuará.

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