Cuando “dignidad y la resistencia” se vuelven música

Originarias del Caracol de Oventic, región recuperada por el EZLN después del 94, jóvenes zapatistas encontraron en la música otra forma de expresión.

Anayeli García Martínez
México /

El sonido de las cuerdas del bajo estremeció a todas las mujeres. Un “dum, dum, dum” se escuchó y rápidamente las notas fueron tomando ritmo, luego le siguió el acordeón y de fondo se comenzó a escuchar el tono de la guitarra.

En el escenario aparecían tres mujeres de faldas abultadas y blusas bordadas, todas protegiendo sus rostros tras un pasamontañas. Movieron sus manos dando vida a los instrumentos mientras una cuarta tomó el micrófono y empezó a cantar.

La vocalista comenzó y al ritmo de la música fue sosteniendo las sílabas: “Voy a cantar un co-rri-do… el valor de las mu-je-res. Les digo que sí podemos… hacer también los tra-ba-jos… que necesita nuestro pue-blo…”.

Desde el público se veía a cuatro jóvenes moviéndose, bailando, dando ritmo a las cuerdas; y desde el escenario se observaba a la multitud de mujeres entregadas con gritos, alzando los brazos, haciendo sonidos con los labios.

Durante esos minutos ellas fueron las protagonistas, fueron fotografiadas y grabadas en video, recibieron aplausos, gritos, y después de inundar el aire y los montes chiapanecos de corridos y canciones rancheras, las cuatro mujeres, en realidad niñas, concluyeron su presentación.

La escena se repitió durante los tres días que duró el Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan que se realizó en el Caracol de Morelia, en el sureste Chiapaneco, del 8 al 10 de marzo.

TRAS LOS PASAMONTAÑAS

No usan WhatsApp ni tienen Facebook, no se sienten cómodas dando entrevistas y tampoco les gusta decir sus nombres, lo único que dan a saber es que su grupo musical se llama Dignidad y la Resistencia y qué mejor nombre, piensan, para una bandita zapatista.

Aunque bajo el escenario son tímidas, reciben contentas a todas las que se acercan a tomarse fotos con ellas.

“Me dan ganas de llegar a la casa y poner el disco”, les dijo una chica que tras la presentación corrió al templete para saludarlas.

“Ahorita no hay disco”, le respondió la vocalista con la misma voz cálida que dejó salir en su canto y con la misma amabilidad con la que se disculpó por no seguir cantando cuando las peticiones de “otra, otra, otra” fueron incesantes.

La mirada inocente de las niñas deja notar que tal vez bajo el pasamontañas sonríen, se divierten. En las cámaras de los teléfonos celulares aparecen abrazando sus instrumentos, una carga su acordeón, otra cuida su guitarra y la última protege su bajo.

“NO TENEMOS MAESTRO”

La vocalista es mayor de edad, tiene 22 años; las otras son unas niñas, la de la guitarra tiene 13; la del acordeón tiene 15 y la pequeña que toca el bajo apenas 14 años; aun así es la más risueña cuando le dicen que el bajo estimuló a las invitadas de todo el mundo que llegaron a ese encuentro.

Las integrantes del grupo son originarias del Caracol de Oventic, una de las cinco regiones autónomas recuperadas por el movimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional después del levantamiento armado de 1994.

Su participación en el Caracol de Morelia fue particular, quizá pueden considerarlo uno de sus primeros conciertos masivos porque estuvieron ante unas 5 mil mujeres de otras nacionalidades y frente a unas 2 mil zapatistas.

El año pasado Dignidad y la Resistencia se presentó en el “CompArte por la Humanidad”, un festival cultural que se realizó en Oventic y en el Centro Indígena de Capacitación Integral (Cideci) para dar espacio a las expresiones artísticas y compartirlas con las comunidades zapatistas.

Poco a poco las jóvenes han tomado experiencia. Desde hace dos años integraron su grupo y aunque no todas viven cerca y no tienen a alguien que las oriente musicalmente, tratan de ensayar una vez a la semana. Ellas dicen que aún les falta afinar la voz y los sonidos.

“Hace dos años empezamos a practicar, sin maestro, sin nada, tocamos cuando escuchamos las canciones”, explica la vocalista.

“NOS EMOCIONA”

Ninguna de las cuatro vivió el proceso organizativo que preparó el levantamiento armado de 1994; sin embargo, su historia indígena está marcada por la filosofía zapatista: Obedecer y no mandar; representar y no suplantar; bajar y no subir; servir y no servirse; convencer y no vencer; construir y no destruir, y proponer y no imponer.

En el Encuentro de Mujeres que Luchan el grupo presentó gran parte de su pequeño repertorio, tocaron desde “Las mañanitas” hasta “La del moño colorado”, pasando por canciones de su propia autoría como “Capacidad de las mujeres”, dedicada a todas las asistentes, zapatistas y concejalas del Concejo Indígena de Gobierno (CIG).

Sus interpretaciones revolucionarias se inspiran en la historia de las indígenas, como la de María de Jesús Patricio, Marichuy, vocera del Congreso Nacional Indígena (CNI) y del CIG que este año buscó una candidatura independiente a la Presidencia de la República con el único fin de llevar la voz de las comunidades indígenas al proceso electoral.

Historias como las de Marichuy o los relatos de las mujeres de su pueblo las inspiran. Ellas bailan, se divierten y enseñan por qué la necesidad de la resistencia.

Hace unos años sus padres no querían que tocaran, pero poco a poco los convencieron. Esta vez no pudieron asistir para verlas, primero porque el encuentro estaba reservado para las mujeres y, segundo, porque sus madres se quedaron en casa a cuidar a los hermanos más pequeños.

Si hoy las vieran, vistiendo sus ropas típicas, las mismas que se usan para hacer las tortillas, si las observaran con su micrófono de diadema sobre el pasamontañas, moviendo la cabeza al ritmo de la música, seguro estarían orgullos de ellas.

“Empezamos jugando”, dice la vocalista. Hace unos años los dedos de sus manos intentaban arrancar sonidos a un acordeón de juguete y un pequeño teclado, de esos de plástico con los que la niñez se entretiene. Hoy tratan de combinar a la perfección cada nota musical y quizás en un futuro acompañarlas de letras en su lengua materna, el tzotzil.

“A veces fallamos por la emoción del público, nos emociona bastante cuando vemos a la gente bailando, gritando…”, dice una de ellas.

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