En Tlahuelilpan, Hidalgo, no se ponen de acuerdo en qué momento se jodió el pueblo. Si fue hace tres años, cuando las camionetas último modelo comenzaron a multiplicarse después de que llegaron los huachicoleros y distorsionaron la economía con dinero sucio. O hace 30, cuando Pemex construyó su refinería en Tula, alterando para siempre las dinámicas sociales de una región hasta entonces agrícola.
El caso es que en algún punto, el municipio torció hacia un camino jodido que culmina en ese día en que llovió gasolina y luego fuego, el 18 de enero pasado.
Aunque desde siempre la pobreza ha marcado al municipio alfalfero, los pobladores dicen que desde hace dos años ha empeorado. Las estadísticas señalan retraso social: apenas hay 11 primarias, cuatro secundarias y ninguna preparatoria. Seis de cada 10 casas no tienen lavadora. Solo tres de diez personas terminaron la secundaria.
Si esos elementos de pobreza contribuyeron a que los pobladores se arremolinaran en un frenesí de rapiña, queda abierto al debate sobre criminalidad y delincuencia que reina en estos días y en el que el presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido voz cantante. El alcalde, Juan Pedro Cruz, se apega a la idea de que la culpa la tiene la miseria.
Ernesto Contreras, cronista municipal, concuerda en señalar que ha sido la pobreza la que ha orillado al auge de la idea de la riqueza fácil. Eso dice él. Y agrega a otro responsable: Pemex.
“Venían ellos según a generar empleo, pero como el campesino no estaba preparado, empezaron a traer a su gente. Nosotros nos esforzamos para tener acceso a una plaza y muchos se fueron a capacitar. Estábamos listos y al final tampoco nos dieron respuesta, pues solo traían a sus sindicalizados”, recuerda el cronista.
Otro punto que marca el destino jodido de Tlahuelilpan es la evolución o involución de su economía. Hasta antes del huachicoleo, cuenta Contreras, la economía del municipio se basaba en el cultivo de alfalfa, trigo y maíz, hasta que la contaminación de sus tierras con los residuos de las refinerías y el alza en el precio de combustible ocasionó que muchos vieran en la venta ilegal una mina de oro líquido.
Es decir, vieron en la extracción del combustible una forma de obtener ganancias de miles de pesos, pues basta picar un ducto, llenar los bidones y venderlo a expendedores que lo ofertan a un precio muy por debajo de lo que se expende en las gasolineras.
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Lo que más sobra en Tlahuelilpan son jóvenes y lo que menos falta es empleo. El 21 por ciento de la población tiene entre 14 y 35 años. Cerca de 70 por ciento de sus 19 mil habitantes no posee un trabajo formal. Las cifras son del Inegi.
Quien acredita la versión es el Joven, un huachicolero de Tlahuelilpan que desde temprana edad intentó en distintos empleos, mal pagados —como albañil—, obtener dinero, hasta que se hartó y aceptó la invitación de un amigo para participar en la extracción ilegal del combustible.
“Entré hace dos años al negocio, necesitaba dinero y de chalán o campesino no hubiera conseguido salir de la pobreza”, dice en entrevista junto a un ducto perforado hace algunas semanas.
Este muchacho recuerda que en aquel tiempo del alza al precio del combustible (enero de 2017) muchos se sumaron al negocio.
—¿La ordeña en cuánto tiempo la llevaban a cabo?
—Dos, tres horas.
—¿Dónde almacenan todo ese combustible?
—En bodegas o casas.
De 2016 a 2018 Hidalgo pasó de tener 344 tomas clandestinas a 2 mil 121; la cifra se quintuplicó en solo tres años, según datos de Pemex.
“Al principio solo se vendía aquí, pero la competencia ha crecido demasiado y por esa razón la llevamos a otros municipios. Es un negocio redondo y redituable, porque nosotros vendemos lo robado a 6 pesos el litro y el revendedor a 12. Todos ganamos y en un día normal me traía de 10 mil a 12 mil pesos”, narra el Joven.
Cuando Tlahuelilpan se jodió
Historia / Tragedia en Tlahuelilpan
Aunque desde siempre la pobreza ha marcado al municipio alfalfero, los pobladores dicen que desde hace dos años ha empeorado.
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