El repique de las campanas de la iglesias de Aguililla retumbó a las ocho de la mañana del domingo; era la última llamada a misa. Casi al mismo tiempo, dos camionetas blancas, cada una cargada con un ataúd de madera, se abrían pasó entre las calles del pueblo, detrás venían al menos 200 personas, la mayoría vestidas de negro y envueltas en llanto.
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La primera camioneta llevaba el cuerpo del presidente municipal de Aguililla, César Valencia, en la segunda iba René Gaytán, su asesor. Los féretros fueron bajados de las camionetas y dejados justo en la entrada de la iglesia.
El padre Gilberto Vergara, vestido con una túnica purpura se detuvo frente a los dos cajones de madera, los miró fijamente, entre dientes elevó una oración, con su mano derecha dibujó la señal de la cruz, después dio media vuelta y con pasos firmes tomó rumbo al altar.
La misa inició con un discurso distinto al esperado por los familiares de los asesinados; el padre Gilberto Vergara perdonó a los criminales que mataron a César y a René.
La homilía fue un discurso que podría ser calificado de políticamente correcto, el padre Gilberto fue duro en su mensaje más no agresivo. Pidió a los deudos dejar atrás el rencor y los deseos de venganza contra los responsables, también pidió confiar en las autoridades.
“Dejemos que la autoridad haga lo suyo por muy difícil que parezca, que implante en nuestras tierras la justicia, dejemos que sea la ley y el gobierno los que tomen las riendas, lo que hemos pedido siempre y pidamos al señor con mucha fe, tal vez, con más fe todavía que está situación de muerte termine. Estamos en la cruz, estamos en el camino, estamos en el dolor, esperemos la resurrección, que así sea”, dijo el sacerdote.
El religioso estuvo a punto de claudicar. Su voz se cortó en pleno discurso, la tristeza lo invadió pues el alcalde era su amigo, tomó aire, terminó la misa sin derramar una sola lágrima, entero, pero con el corazón destrozado.
“Dale señor el eterno descanso, que por la misericordia de Dios el alma de César y nuestros fieles difuntos descanse en paz, así sea” dijo el sacerdote de Aguililla al terminar la misa mientras rodeaba con agua bendita los ataúdes.
Entre el bullicio de los asistentes el mariachi comenzó a sonar. La piel de todos los presentes se estremeció. Poco afinado el vocalista del mariachi cantaba con sentimiento la canción "Te vas, ángel mío". El cortejo tomó rumbo al panteón, en una caminata de casi una hora.
Durante el trayecto el mariachi no dejó de sonar. La última parada antes de llegar al panteón se dio en la casa del alcalde. La procesión siguió por las calles de Aguililla. El cortejo pasó frente a una casa que hace unos meses fue quemada y baleada por sicarios; el reflejo de la violencia que impera en la zona.
La tensión se sentía en el ambiente. Militares armados con rifles calibre 50 en vehículos artillados, así como elementos de la Guardia Nacional y policía estatales de Michoacán tomaron el control de la seguridad del panteón, para salvaguardar la integridad de los deudos.
Llegó el momento más duro para los familiares de César y de René, era hora de despedirse para siempre. Era la última vez que César estaría con sus tres hijos y su esposa. Los cuadro se fundieron en un abrazo frente al ataúd.
El caballo del alcalde, de nombre "Educado", fue llevado a pie del ataúd, nadie lo montaba más que César, el animal tuvo la oportunidad de despedirse de su inseparable jinete.
El féretro de César Valencia fue sepultado enfundado en su playera de fútbol, el deporte que tanto amó. El ataúd fue bajado a la tumba, la esposa y los tres hijos del alcalde tomaron entre sus manos tierra y la lanzaron a la fosa. César fue enterrado con la fotografía que se tomó junto a una bandera de México, el día que tomó protesta en el cargo de alcalde.
dmr