Este jueves se cumplen dos meses de que más de 400 personas del municipio de Amatenango de la Frontera, Chiapas, huyeron hacia Guatemala, de la violencia generada por el crimen organizado y de las amenazas de reclutamiento forzado.
Fue el 19 de julio cuando los enfrentamientos entre los dos grupos delictivos en la Sierra Fronteriza de Chiapas se agudizaron, por lo que la población asediada se refugió de la siguiente manera: 240 personas en Ampliación Nueva Reforma; Monte Rico, 45; Unión Frontera, 40; Oaxaqueño, 12; Jocoquitán, 35; mientras que, en Villa Nueva, Unión Frontera y Monte Rico con 32 personas cada una de las localidades.
¿Por qué no quieren volver a México?
La precariedad aún es visible en el albergue temporal instalado en la Escuela Rural de "Ampliación Nueva Reforma" donde permanecen 171 personas de las más de 240 que llegaron en el momento más álgido de la violencia.
Uno de los desplazados relató a MILENIO que a pesar de que no cuentan con servicio médico, han decidido no volver a México hasta que garanticen la paz.
“No estamos bien que digamos, tranquilos, felices, no, porque no es igual y no es fácil lo que ya vivimos o lo que estamos pasando, pues a veces no dormimos de tanto pensar, a veces ya no comemos lo normal como comíamos en la casa, comíamos lo natural y diferente (…) principalmente el maíz y trabajábamos allá porque somos campesinos”, expuso.
Luego de recibir la ayuda humanitaria que la Parroquia de Cuilco llevó a los refugiados, uno de ellos aseveró que hasta ahora son las organizaciones de la sociedad civil internacional, las iglesias y las comunidades aledañas, quienes han hecho posible la alimentación durante la emergencia y que hasta ahora no los han abandonado.
De acuerdo con el censo de las autoridades comunales, son al menos 33 organizaciones y familias las que han hecho aportaciones hasta ahora, dentro de ellas se encuentran la Iglesia Adventista, la Iglesia de Dios, la Iglesia Católica, Médicos del Mundo, New Life International, Comisionado del Migrante, Cruz Roja Guatemalteca, mientras que recientemente la quinta Brigada de Infantería y Fuerza Aérea Guatemalteca donó 272 kilogramos de ayuda.
“Le digo yo: vamos a buscar trabajo aquí en Guatemala mientras se compone allá abajo, después vamos a regresar a nuestras casas y mientras tanto la gente de aquí de Guatemala, le agradezco mucho a ellos y a Dios, porque, aunque sea Maseca, pasta y frijol nos apoyan y la verdad no importa dormir en el piso, lo importante es que estamos con vida y tenga a mis hijos”, preció.
En este contexto de abandono en el que se encuentran los desplazados mexicanos, algunos han optado por buscar trabajo en los cafetales guatemaltecos a cambio de alimentos e incluso para pagar la renta de viviendas, debido a que por determinación de las autoridades chapines, el albergue estará en funciones hasta el 25 de septiembre, después de esta fecha únicamente estará al servicio de la educación de las infancias.
“Vamos a estar ahí mientras se controle, si miramos que se controla vamos a ir (…) Sí, porque tenemos nuestras casas, nuestros terrenos, ahí comemos (…) Como dice el dicho: 'mientras que aquí no nos corran, aquí vamos a estar' (…) Gracias a Dios y a la gente que nos están atendiendo”, afirmó el desplazado.
¿Y la educación de los niños desplazados?
Una madre de familia desplazada recordó que la Coordinadora y el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE – SNTE) aseguraron que son 20 mil estudiantes y 5 mil maestros de la Sierra afectados por la falta de clases, sin embargo, en el campamento de Guatemala también se encuentran unos 100 infantes que tampoco han podido retornar a las aulas ni tomar clases en línea por la falta de internet.
“La verdad, ahorita no están estudiando para nada, incluso mañana vamos a hablar con el maestro de allá abajo, no sé si seguir o darle de baja (…) Al menos ahí están los policías y los soldados, pero no confiamos, tenemos miedo, tenemos pena, yo (…) mis jóvenes, de repente, no sabemos, los llevan al filtro para apoyar a ellos, ese es mi pena”, enfatizó.
A pesar del tiempo, el dolor por haber dejado su patrimonio persiste en la señora Blanca, una señora de escasos 85 años, quien lamentó la violencia vivida este año y obligó a que su familia se separara, pues uno de sus hijos se quedó en una de las comunidades de Amatenango para evitar que su vivienda construida de block y lámina sea saqueada por los delincuentes.
“Y como nosotros le dijimos a ellos (consulado mexicano), si ustedes quieren salir de dudas, vayan a vivir allá abajo, vayan a nuestras casas, en esos lugares vayan a vivir, vayan a probar, si eso es mentira, pues vayan, les dije yo, vaya, nosotros no, ya no queremos estar allá, por miedo, por pena nos han obligado ustedes a bajar, ya nos dijeron que si queremos bajar a nosotros, que bajemos a vivir, que está todo tranquilo, está todo, no hay nada para allá, pero nosotros tenemos miedo”, manifestó.
Hoy teme terminar los últimos años de su vida fuera de lo que algún día fue su comunidad y su hogar, donde vio nacer y crecer a sus tres hijos, ya que “están sucediendo muchas cosas malas allá donde nosotros vivimos, ahí están agarrando a los amigos”.
MO