Un diente frontal roto se convirtió en la pista que ha seguido la familia de Isaac Aurelio Cervantes Santiago, de 25 años de edad, para identificarlo entre los restos calcinados levantados por peritos federales y estatales luego de la explosión de la toma clandestina en el ducto de Petróleos Mexicanos (Pemex) en la comunidad de San Primitivo, en Tlahuelilpan, Hidalgo.
La familia, hermanos y padres, se armaron de valor para buscar a Isaac en la zona del siniestro, en diversos hospitales y hasta donde pudieron pasar en los servicios periciales, donde se encuentran alrededor de 62 cadáveres a los que se les practican pruebas de ADN para poder ser entregados a sus seres queridos.
“Han pasado tres meses de esa tragedia y seguimos esperando los resultados prometidos por las autoridades para que nos entreguen los restos de lo que haya quedado, para darle sepultura, más que nada, y tener a dónde ir a verlo. Nosotros teníamos la esperanza de que él nos cuidara, pero desgraciadamente Diosito no lo dejó”, comentó llorando Matilde Santiago, madre de Isaac.
“Queremos que nos hablen con la verdad, ya basta de mentiras. Dijeron que tendrían los resultados en cuestión de semanas y hace ocho días dos señoritas de Pachuca nos comentaron que ya tienen 80 por ciento de los estudios de ADN, pero que deben de hacer más pruebas para certificar que entregaran los cuerpos correctos”, añadió Javier Cervantes, hermano de Isaac, con quien festejó su cumpleaños en octubre pasado.
Doña Maty y su esposo, Celerino, están conscientes de que su hijo probablemente quedó completamente carbonizado y se encuentra bajo los escombros de la zanja cubierta con tierra por decisión de los mismos pobladores, quienes colocaron una especie de memorial, con cruces de madera y mármol y pequeñas tumbas. Hacen guardias permanentes para evitar cualquier desalojo por parte de los dueños del terreno.
En la misma sencilla casa paterna, Isaac construyó un cuarto de tabique gris en el que apenas cabe una cama matrimonial, una individual y un clóset improvisado. No hay puerta, solo una cortina rosada. Ahí vivía con su esposa, Maricela Cruz Monroy, con la cual tuvo a Cristian Isaac, de 7; Edwin, de 4, y Citlali, de 2 años.
Maricela, de 24 años, ha guardado parte de los objetos de su esposo y cada vez que sus niños le preguntan por su padre, solo les indica que está con Dios y se niega asumir la etiqueta de viuda.
Este jueves, al cumplirse tres meses de la tragedia, la herida volverá a sangrar, como indicaron los pobladores, que están desesperados por no saber dónde quedaron los restos de las víctimas de la explosión.
Entre estas está Hugo, de 13 años. Sus padres vigilan el lugar donde colocaron las cruces, se aferran a la pequeña capilla creada, se niegan a que les tomen fotografías y, más aun, a que los pretendan desalojar. Ahí no hay negociación. Será su espacio en tanto reciben los restos y no se moverán a pesar de las presiones. Nada tienen ya que perder.
Por lo pronto, hoy a las 7 de la tarde acudirán a misa y después a depositar ofrendas en las tumbas de los desaparecidos.