El sol todavía no se asomaba, eran aproximadamente las 6:00 horas cuando tres miembros de Travesías Laguna y yo, partimos al encuentro de 'El Valle de las Esferas', ubicado en Dinamita, Durango, un lugar el cual los senderistas han puesto entre sus rutas favoritas, pues ofrece una serie de encantos dispuestos para aquellos ojos que saben apreciar la aventura.
Con un trayecto de una hora y media desde la ciudad de Torreón, Coahuila, al arribar, lo primero que uno se percata es que no puede entrar a la zona cualquier vehículo, pues el terreno a recorrer es muy hostil, al acceder se acaba el pavimento, además de encontrarse con riesgosos precipicios, exponiendo a la unidad no especializada a no solo sufrir daños en su carrocería, sino a incluso a volcarse.
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Rocas esféricas gigantes
Al llegar al lugar, lo primero que se puede divisar a lo largo y ancho es que pareciera como si se hubiera salpicado el lugar con rocas cuyas formaciones exclusivamente son esféricas, pues para donde se voltee, la vista las encontrará de todos los tamaños y formando estructuras que tienen un efecto psicológico similar a la pareidolia con las nubes, pues entre los miembros de Travesías Laguna y yo, vimos rocas formando dinosaurios, zapatos y hasta incluso cuerpos humanoides.
Entre lo destacable al recorrer el paraje, se pueden apreciar las rocas gigantes, las cuales alcanzan una altura de aproximadamente unos 6 metros, mismas que con una percepción algo romantizada al estilo 'Don Quijote y sus molinos', podrían parecer los vehículos espaciales de una extraña civilización perdida.
Algo que constantemente me señalaban los miembros de Travesías Laguna, eran las extrañas posiciones de las cuales pendían muchas rocas redondeadas, es decir, se pueden ver muchas de ellas apiladas de maneras que desafían la física, dando la impresión que con poco más de un simple sopló de viento se podría derribar una de esas inmensas estructuras naturales.
Pinturas rupestres
Definitivamente, algo que me sorprendió muchísimo fue la forma en que están expuestas las pinturas rupestres en el paraje, pues a pesar de su longevidad histórica, ahí están, sin ningún cuidado ni resguardo, solo ahí a la intemperie, sin ninguna cuota, solo esperando para todos aquellos que tengan la osadía de llegar hasta allá.
En efecto, llegar a las pinturas rupestres no es una tarea tan sencilla, pues para acceder a la zona donde se encuentran hay que llevar el cuerpo cubierto, pues la hierba que hay que atravesar es alta y tiene espinas. No obstante, como dijo el ex jugador de futbol americano Jimmy Johnson, "la diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario es el esfuerzo extra".
Visitar la pintura rupestre vale totalmente la pena, evidentemente hay que saber apreciar la historia, y ser conscientes de las energías que pueden emanar de una reliquia donde trazos plasman tanta cultura e identidad de nuestro pasado. Una experiencia inolvidable, pues hablamos de un precedente de aquellos que nos precedieron, de los que estuvieron antes, y sembraron las semillas del lugar al que hoy llamamos hogar.
Las leyendas del tesoro en la zona
Un lugar tan enigmático como este, tiene que tener sus historias a los alrededores tal es el caso de la leyenda que continúa vigente entre los senderistas y los caza tesoros, pues a pesar de que existen diferentes versiones de la misma, únicamente cambia la posición de la ubicación dónde según, alguna vez el legendario forajido Pancho Villa habría enterrado y escondido un verdadero tesoro en el silencioso y extenso yermo.
Es así como un lugar inhóspito, en consecuencia de todas las atracciones mencionadas anteriormente, se vuelve encantador, pues no solo es la magia del ambiente desolado en la zona, y lo críptico de las pinturas rupestres o las leyendas, sino la posibilidad de volver a conectar con uno mismo, en un reto de hombre contra la naturaleza, ahí es donde entra el senderismo y la capacidad de querer vivir una verdadera aventura para superarse, pues como dijo el escritor y periodista Ernest Hemingway, "la verdadera nobleza radica en ser superior a tu antiguo yo".
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