Don Mario González no quería que su hijo estudiara en la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, Guerrero, quería que se dedicara a otra carrera u oficio, que se quedara en Huamantla, Tlaxcala, ahí donde sueltan toros en la calle, al puro estilo de la pamplonada española, pero la insistencia de César, su primogénito, por querer ser maestro era fuerte, un sueño que no podía frenar.
La ilusión de su hijo, cuenta, era terminar su carrera como maestro, inspirado por haber participado en las jornadas extramuros en la sierra tlaxcalteca y por invitación de amigos en Chilpancingo emprendió el viaje sin saber que sería desaparecido y convertirse en una pieza de la historia de violencia del México del siglo XXI.
Ya son 10 años que el teléfono no suena, ya no recibe los mensajes de voz o de Whatsapp de su vástago de 21 años, quien le confería sus aventuras en la escuela, sus romances fugaces, sus fiestas fuera de la Normal o simplemente para decirle lo siguente:
“Que me amaba, que me amaba, 'después te hablo, te amo mucho pá…' Y eso… Híjole, es difícil, en estos momentos te puedo decir que lo quiero un chingo, no sé, no tengo pruebas de que pueda estar bien, pero tampoco no tengo prueba de que esté mal mi hijo”.
Mario ha caminado por toda la República Mexicana, ha viajado a países que nunca pensó conocer, desde Estados Unidos y hasta Suiza, portando la fotografía de su hijo en la cartera y en pancarta, una imagen tomada meses antes de ingresar a la Rural que jamás imaginó que recorrería el mundo entero y que es la última que tiene de él.
“Cuando él me dijo que se iba a estudiar a una Normal, yo estaba muy enojado, definitivamente no quería yo, estaba muy lejos Guerrero, imagínate, yo no sabía el contexto de Guerrero, no sabía yo cómo eran las muertes allá, pues en Tlaxcala no es habitual que se vea ese tipo de destazamiento a los seres humanos o que se los coman”, comentó.
Sus gustos y “ojo alegre…”
César Manuel González Hernández tenía 21 años cuando desapareció el 26 de septiembre de 2014, viajaba en uno de los cinco camiones secuestrados y con dirección a Iguala, Guerrero, para reunir dinero, viajar a la Ciudad de México y participar en la marcha del 2 de octubre.
De acuerdo con las diligencias, él y sus compañeros habrían sido detenidos por policías municiaples en el cruce de la calle Juan N. Álvarez y llevados en camionetas con rumbo al municipio de Cocula.
Antes de salir de Tlaxcala, su padre lo recuerda como un chico alegre, atento, educado y con mucha atracción hacia las muchachas, la parte más débil de su “negro”, porque era común que tuviera muchas novias o algunas aventuras en su natal Huamantla, pero sin faltar al respeto o aprovecharse de cualquier persona.
"Mi negro era de esos que te cae bien, se ganaba tu confianza y te ayudaba, nunca era de esos peleoneros, era más bien mujeriego el cabrón, tenía unas tres por acá y una de ellas me marcó para preguntarme cómo estaba, me pidió que me calmara y que todo saldrá bien”, con sonrisa cómplice recordó Don Mario los amoríos de su hijo.
César le agradaba el futbol, sin un equipo en concreto, de vez en cuando lo practicaba, pero su cualidad, dice su padre, era la de “enamorar a las chavas y es que era delgado, moreno claro y con gran sentido del humor se ganaba la atención de las escuinclas, no sabes… Lo seguían mucho y su mamá se enojaba mucho”.
Aunque no era mucho dedicado a la música, a este joven le gustaban las canciones de banda, aquellas que se le dedican a las mujeres para conquistarlas o para demostrarles que el amor será eterno. Vestido con jeans y, a veces, con botas, porque así lo demandaba la ocasión…
“Siempre limpio andaba, por eso me extrañó que se fuera para Guerrero y en el campo, no era lo suyo”.
La búsqueda insaciable
Un día antes de que César desapareciera junto con sus compañeros en la ciudad de Iguala, llamó a don Mario, le dijo que pasando la marcha del 2 de octubre en la capital mexicana, lo visitaría a Huamantla, le pidió permiso de llevar a unos compañeros para comer, el padre accedió y alistaba todo lo necesario para recibir a la comitiva.
“Esperando su llamada nada, no, le hablo por teléfono y le hablo por teléfono, no… Toda la noche le hablé por teléfono, como unas 100 llamadas… Y ya no me contestó”.
La llamada fue un 25 de septiembre y Mario difícilmente va a olvidar esa fecha, porque lo platicó con su esposa, Doña Hilda, con quien coincidió que harían una comida especial para su chamaco, lo que más le gustaba unas enchiladas con bisteces:
“Eso era lo que más le gustaba a mi chamaco, iba a comprarle unas piezas bien grandes, también para sus amigos, pero solo por verlo feliz al cabrón”.
Después de enterarse de la desaparición de su hijo, don Mario empacó sus cosas y junto con su señora dejaron Huamantla, sin antes haber encargado a sus dos hijas encargadas con sus suegros, emprendieron el rumbo hacia Ayotzinapa, sin saber o conocer a alguien, fue una aventura que duró casi un día de camino, pero la ilusión por hallarlo era más grande.
“Híjole, es bien difícil, muy difícil, cargando un dolor impresionante, aparte de eso pues la situación de la salud, va cambiando, el cansancio, aparentemente decimos que no estamos cansados, pero el cuerpo ya, el desgaste, definitivamente ha sido un terror para toda la familia”, recuerda un Mario sumamente cansado.
Son 10 años de sufrir, de subir, de buscar, de bajar y de toparse con una realidad cada vez más insufrible, pero este don Mario, fuerte y difícil de doblar y de llorar, ¿Resistirá? “No estoy preparado para eso, no sé qué haría…"