Un letrero oxidado y 43 lonas desgastadas y desteñidas por la inclemencia del sol y el paso del tiempo advierten que la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa “Raúl Isidro Burgos” está cerca. La ausencia de los normalistas desaparecidos se vive a flor de piel, incluso antes de pisar la entrada de la escuela: basta cruzar el arco rojo que en letras blancas tiene escrito el nombre de la normal para sentir que desde 2014 el tiempo no avanza aquí.
Sentados en cajas de refresco, entre pláticas y risas, cuatro estudiantes de primer ingreso cuidan la entrada de la normal. Detrás del portón negro que resguardan, escrito con letras rojas se lee “Vivos los queremos 43”, justo frente a la frase están los restos de un árbol tallado con siluetas humanas y del que emanan tortugas. Todo los evoca.
Cada rincón de la escuela es un memorial de la trágica noche de Iguala, pues desde ese día las semillas de la rabia y dignidad se arraigaron en el corazón de la comunidad estudiantil. El lugar más importante de toda la escuela es la cancha de basquetbol. Ahí desde hace siete años, 43 sillas esperan el retorno de los hijos pródigos de Ayotzinapa; cada una tiene su nombre, foto y una veladora para iluminar su camino de regreso.
Detrás de las sillas se lee en la enorme lona que está colgada en la cancha “Todos somos Ayotzinapa” y frente a ellas está un altar donde una imagen de la Virgen María exclama a Dios con dolor justicia para los desaparecidos.
Aunque la mayoría de los estudiantes actuales de la normal no convivió con los 43, todos los conocen muy bien: sus rostros, nombres, sueños e historias están impregnadas en la escuela, pues cada que ingresa una nueva generación de viva voz conocen el dolor y la desesperación de los padres y madres de los normalistas desaparecidos, esto ha creado un lazo familiar entre ellos.
“Desde que entramos en un primer año como Ayotzinapa se nos enseña la hermandad, la unión, el amor, la fraternidad nos impregnan de todo esto, los familiares son una parte fundamental en la lucha en Ayotzinapa, tenemos relación directa con ellos, nosotros los vemos como una familia, los padres aquí en Ayotzinapa son como esa figura paterna que nosotros respetamos”, dijo a MILENIO uno de los representantes del Comité Estudiantil Ricardo Flores Magón.
En solidaridad con los padres y madres, toda la comunidad estudiantil de la Normal ha mostrado su carácter de tortugas: con su caparazón protegen la memoria de su lucha y enaltecen su legado, muestra de ello son las paredes de los edificios que inmortalizan su resistencia.
Ahí está plasmado el rostro de Bernardo Campos, padre de José Ángel Campos Cantor, con su icónico sombrero, sus ojos brillosos de pena y un cubrebocas color rojo estampado con el símbolo +43. Otro mural retrata a Margarito Guerrero, padre de Jhosivani Guerrero de la Cruz, durante una protesta en la 35 Zona Militar en enero de 2015 para exigir la presentación con vida de los estudiantes.
Antes de la desaparición de los 43 normalistas, el 12 de diciembre de 2011, dos estudiantes, Jorge Alexis Herrera y Jesús Echeverría, fueron asesinados por policías estatales y federales en la Autopista del Sol cuando bloqueaban la vía en demanda de una reunión con el entonces gobernador Ángel Aguirre Rivero.
El golpe mortal contra la Normal llegó el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, el saldo fue de 43 jóvenes desaparecidos, seis personas ejecutadas, entre ellas tres normalistas, incluyendo el caso de un joven cuyo cuerpo apareció al día siguiente en un paraje inhabitado con muestras de tortura y al menos 40 personas fueron lesionadas.
Desde ese día, la normal vive en duelo, no obstante su corazón sigue luchando y sus voces siguen gritando justicia por sus compañeros.
"Con esto ocurrido en Iguala nos demuestra que somos el enemigo del Estado, arrancarle el rostro a nuestro compañero Julio César Mondragón fue un mensaje contundente hacia nosotros: ‘si ustedes siguen protestando, haciendo sus movilizaciones les va a ocurrir lo mismo’, después de eso nuestra ideología prácticamente se separa del Estado, desde 2014 para acá nos quedó claro que Ayotzinapa es enemigo público", finalizó uno de los representantes del Comité Estudiantil Ricardo Flores Magón.
Los 140 jóvenes que año con año ingresan a Ayotzinapa (80 para la Licenciatura en Primaria y 60 para Educación Intercultural Bilingüe) se preparan para estar frente a un grupo cumpliendo cinco ejes fundamentales: académico, político, cultural, deportivo y productivo.
Desde hace siete años, cada septiembre se suspenden las clases para realizar jornadas de lucha. Exigen a la Secretaría de Educación de Guerrero abrir la convocatoria de nuevo ingreso para seguir operando, una vez conseguido este objetivo, piden más recursos para material didáctico, libros y mobiliario para poder dar clases a sus alumnos.
“Yo antes de entrar a Ayotzinapa, igual que muchas personas, criticaba el normalismo rural, nos dicen que somos vándalos, delincuentes, que somos unos buenos para nada, pero si la sociedad realmente conociera por lo que luchamos, la nobleza de nuestro trabajo nos apoyaría, esto que hacemos no es por gusto, nosotros salimos a manifestarnos porque en Ayotzinapa hace falta comida, edificios, baños”, explicó uno de los representantes del Comité Estudiantil Ricardo Flores Magón.
ledz