“En 'la bestia' se siente frío, me dolían los huesos”

Un grupo criminal irrumpió hace un año en su casa, en El Salvador, y le dio tres días para abandonar el país si no quería morir; desde hace 9 meses, la regularización de la situación migratoria de Alexander está en proceso.

Gabriela Jiménez
Ciudad de México /

Su orientación sexual fue el motivo por el cual Alexander se vio obligado a huir de su lugar de origen.

En El Salvador, el joven de 23 años estudiaba la carrera profesional de Idiomas. Con su familia, de un nivel socioeconómico medio, no sufría de carencias materiales y llevaba una vida “normal” y cómoda.

Sin embargo, hace más de un año el crimen irrumpió en su hogar. Integrantes de la Mara Salvatrucha arribaron repentinamente para amenzarlo. Solo hubo dos opciones sobre la mesa: abandonar su país o ser asesinado. ¿El motivo? Ser homosexual.

“Un día, unos individuos que se dedicaban a cosas malas llegaron y me dijeron: ‘te damos tres días para que te vayas de aquí’. No se llevaban con mi orientación sexual.

“Hablé con mis papás y me dijeron: ‘usted ya está grandecito, lo podemos apoyar, pero se va a ir con su hermana’. También fui a la Policía, pero allá está vendida, corrupta”, recuerda.

Con su mochila en la espalda y algunos dólares en la cartera, Alex y su hermana se despidieron de sus padres –a quienes no han vuelto a ver– para tomar un autobús y cruzar a Guatemala. Pero la verdadera travesía iniciaría en la frontera con México, en el estado de Chiapas.

Tras cruzar el río Suchiate a bordo de una lancha con más centroamericanos, el siguiente punto de arribo era Oaxaca.

En el camino, de manera extraña un grupo de hombres de Honduras le tendió la mano a Alex y a su hermana, ofreciéndoles casa, comida y trabajo en Putla de Guerrero, Oaxaca.

Ambos, sin malicia alguna, aceptaron la propuesta, sin saber que sus nuevos amigos se dedicaban al tráfico de personas y otros ilícitos.

“Desgraciadamente, mi hermana se enamoró de uno de ellos. Un día yo me fui para la central y compré un boleto para la Ciudad de México”.

Su hermana había preferido quedarse con los hondureños y no la volvió a ver.

Alex se dirigió a la capital sin problemas. Su vestimenta de marca y su tez blanca lo ayudaron a pasar desapercibido, aunque en ocasiones el acento lo delataba.

Pese a ello, en su paso fue víctima de diversos abusos. Taxistas, por ejemplo, le cobraban al triple una carrera y además lo amagaban con llevarlo ante las autoridades de Migración.

Al cabo de varios tropiezos, logró llegar a una casa de atención a migrantes, según refiere, “en medio de la nada”. Inicialmente se sintió como en su hogar, pero en pocos minutos le robaron sus pertenencias.

Al terminar su estancia, se retiró junto con algunos paisanos hacia Huehuetoca, Estado de México, donde abordaron La Bestia.

“En la madrugada se siente un frío... Los labios me sangraban, y las manos se me ponían duras; me dolían los huesos”, narra.

Entre asaltos, brutalidad policiaca, agresiones físicas e intentos de abuso sexual, Alex pasó por San Luis Potosí y Coahuila a bordo de la máquina ferroviaria.

Después de una breve parada en Saltillo, decidió ir en autobús a Monterrey, en donde habita desde hace poco menos de un año. Incluso ya consiguió un empleo en una pequeña carnicería.

Aunque su plan original era llegar a territorio estadunidense, Alex vio una oportunidad de vida en México. Los trámites para regularizar su estancia en el país están en proceso desde hace nueve meses, lo cual lo tiene impaciente.

Su hermana, con quien no ha entablado comunicación, actualmente vive una vida cómoda en Los Ángeles, California.

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