“Decidí quedarme y dije 'si me llevan esposada ─porque dijeron que iban a venir a sacarte a la fuerza─, que esposen también a mi perrito conmigo' porque no lo voy a dejar, es parte de mi familia”, platica Andrea Gurría, una de las 60 personas que el jueves decidieron no evacuar la isla de Punta Allen, al sur de Tulum, a pesar de la alerta que emitió el gobierno de Quintana Roo, ante la cercanía del huracán Beryl, que pegó el viernes.
Un día antes, el miércoles, un operativo conformado por los gobiernos municipal y estatal, con policías, Protección Civil y elementos de la Marina y de la Guardia Nacional, acudieron al poblado, en el que habitan 270 personas, para convencer a los que no habían salido aún, pero nadie más aceptó.
En total, 210 personas salieron de la isla, algunos en los vehículos oficiales y otros, en sus autos particulares. Los demás, se arriesgaron.
Pasado el huracán, MILENIO acudió a Punta Allen para platicar con quienes permanecieron allí. Aseguran que fue una buena decisión. El huracán ni se sintió.
La capitana Gurría, que se dedica a tours marítimos para extranjeros, se siente contenta de no haber salido de la isla, pues con su criterio como mujer de mar, tuvo razón.
“Estábamos siguiendo la trayectoria del huracán en una aplicación y tengo años viviendo aquí en el lugar y no es la primera vez que pasamos por una situación como ésta; a veces, en base en la experiencia, que tenemos de vivir en una localidad como ésta, hemos aprendido un poco a conocer, igual trabajo en el mar, entonces como que uno aprende, claro, no hay que confiarse, pero así como venía, realmente, sentíamos que no había tanto peligro para nosotros”, dice.
“Obviamente si viniera directamente como categoría 5 el huracán, pues sí, ya uno es más consciente y busca las medidas necesarias para salir a un lugar seguro”, afirma.
Y en efecto, el pronóstico se cumplió, pues entró como categoría dos.
“No pegó nada. Sonará como algo… no sé cómo lo vayan a tomar, pero nos ha ido peor con los ‘nortes’, cuando entran las suradas, yo trabajo en el mar y sí se pone pesado a veces, pero ayer definitivamente, sí había recalón porque se escuchaba, pero no había viento o que se viera que se doblan las palmeras; tenía abierta una ventana y no había ni viento, con eso le digo todo, había bastante calor, como ahorita, pero lluvia, nada”, platica.
Además, añade, no quería dejar a su perrito, pues, aunque le dijeron que había refugios en el centro de Tulum para llegar con animales de compañía, consideró que no se sentiría cómodo. Y peor: asegura que a veces el gobierno los saca, pero ya no los regresa a casa.
Punta Allen está a dos horas desde el centro de Tulum, por una carretera de terracería que atraviesa la Reserva de la Biósfera de Siaan Ka’an, es decir, por en medio de la selva.
El camino quedó encharcado y había al menos tres afectaciones al tránsito, pues el mar sacó sargazo, y acumuló ramas y piedras en el camino, pero sobre todo mucha basura: botellas de plástico, envases de vidrio, chanclas, juguetes de plástico, pedazos de camastros…
Gurría no se quedó sola. Se refugió en una vivienda bien hecha, de material resistente, con su familia: su hija pequeña, su perro, su hija mayor con su pareja, su suegra y su cuñado.
“Estábamos en familia y tenían una camioneta por cualquier cosa, veríamos si salíamos o nos quedábamos; eso me animó a quedarme, había un medio para salir”, añade.
En la misma localidad, el joven Ángel Jesús, de 20 años, que es cocinero en uno de los pocos hoteles de la isla, se quedó resguardado en la habitación en la que vive.
“Me sentía seguro en el hotel, supuse que no iba a ser algo grave porque tenía en cuenta que iba a ser en la madrugada; supuse que cuando despertara ya iba a estar y así pasó, no pasó a mayores”, comenta.
Con él, se quedaron otros compañeros, el gerente y el dueño del hotel.
“Al principio no se sentía nada, incluso no había viento, el mar estaba tranquilo y me acosté a descansar, no escuchaba nada, no había signos del huracán y pasó la madrugada y afortunadamente no pasó a mayores”, insiste.
“Muchos me decían que iba a ser algo fuerte, mis familiares me decían ‘salte de allá, no te vaya a pasar algo’, pero decidí quedarme, tenía en cuenta que no iba a ser algo feo, aunque sí tenía miedo sobre lo que iba a pasar, estaba nervioso”, dice mientras camina por la playa, en a que no hay viento ni lluvia ni sol.
Una calle más allá, platica con unas amigas Patricia Flores, secretaria de una cooperativa de pescadores.
“La economía está muy mal. Si salíamos, te sacan y no regresan, y ¿cómo me voy a venir con mis perros?, ¿cómo voy a entrar?”, explica.
Dice que las tormentas de los últimos días han ocasionado que la temporada de langosta no haya sido fructífera y, sumado a que es temporada baja de turistas, ha ocasionado que no haya entrada de dinero.
“Nos dedicamos al turismo, mayormente, lo que es el tour, el fly fishing y la pesca de langosta, que empezó "re mal". Está muy bajo el trabajo, en junio casi no tuvimos trabajo, nos afectó mucho que hubo muchas tormentas, vino Alberto, luego vino otra, estuvimos con muchas lluvias, aparte es temporada baja, no tenemos tanta gente”, dice.
Satisfecha por su decisión, Patricia asegura que en la isla “tenemos comida, tenemos de todo, porque yo metí comida, cada quien prende su luz porque tenemos plantas, estoy con mis mascotitas, no las voy a abandonar, como mucha gente que se fue y dejó a sus perros tirados”.
MO