Johana Cu es un adolescente de 13 años que junto con sus abuelos, Donsantos Pofirio Cu Martín y Guadalupe Balam Chi, acudieron al cementerio de Pomuch, municipio de Hecelchakán, para limpiar los huesos y cambiar la ropa de su tío Serafín Balam, que falleció hace seis años, y al que recuerdan con mucho cariño al igual que al resto de los familiares fallecidos que también reposan en sus osarios y a quienes esperan el primero de noviembre cuando se celebra el Hanal Pixán, Comida de las Ánimas.
La salud de Johana se quebrantó a consecuencia de la leucemia, pero una vez restablecida decidió acompañar a sus abuelos a cumplir con el ancestral rito del Choo Ba'ak (limpia de huesos) y del Heel Nook´oo´ (Cambio de muda o ropa). A pesar del intenso calor y los rayos del sol del medio día, ella afanosamente apoya en la faena pintando la bóveda.
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A pesar de haber vivido la muerte de cerca, Johana dice no tenerle miedo, por eso está tranquila en esta “convivencia de vivos y muertos”. Aunque siente nostalgia al recordar a su tío Serafín, a quien le escribió una carta cuando ella estaba postrada por la enfermedad, la cual está en el osario.
Mientras platica, sus ojos se llenan de lágrimas que trata de contener. “Siento nostalgia, tristeza por mi tío, lo recuerdo mucho, y como me quería mucho escribí la carta porque como está en el cielo, nos cuida”.
Al igual que Johana y su familia, en esta comunidad maya de Pomuch, en la región maya conocida como el Camino Real, a unos 70 kilómetros de la capital campechana, acuden al cementerio a cumplir con la tradición ancestral de cambiar de muda o ropa a los difuntos, días antes al del Día de Muertos que en la Península de Yucatán se celebra con el Hanal Pixán.
Donsantos Cu explica que a los tres años, el cuerpo de la persona difunda se exhuma. “En este tiempo ya nada más queda la huesamenta, entonces se saca y se coloca en el osario y ya después cada año hay que cambiarle la ropa, porque ya para finados debe estar listo, porque es como si fuera su cumpleaños, tiene que estrenar”.
La tarea inicia al sacar el osario de la bóveda, extrae la osamenta y con la ayuda de una brocha comienza a limpiar uno a uno los huesos que habrá de colocar nuevamente en la caja a la que ya le cambió la manta. Mientras tanto, narra que esta costumbre la aprendió de sus padres y éstos de sus abuelos y confía en que Johana será la encargada de hacer lo mismo cuando él muera.
Antes de limpiar el cráneo, enseña la carta que Johana escribió. “Aquí está, mírela, ella ya está bien, sólo está en vigilancia. La enfermedad la atacó mucho, pero está viva y también eso lo agradecemos porque la muerte es algo natural, todos vamos para allá, pero duele mucho cuando son niños o jóvenes”.
No detiene su labor, se seca el sudor de la frente con el antebrazo, y platica que un día antes ya había cambiado la manta y limpiado las osamentas de su mamá y su papá. De sus suegros se encargaron "los hermanos de mi esposa Guadalupe, ella lo que hizo fue bordar las mantas porque así tiene que ser, son nuestros seres queridos".
Doña Guadalupe Balam dice que aunque es su sobrino, ellos decidieron “no abandonar” a su sobrino pues ya no hay otros familiares que cumplan con este “deber”. Su mamá y mi hermano ya fallecieron, igual sus hermanos, entonces nosotros venimos porque no hay que olvidarlos.
Johana es la que nos acompaña ahora, el año pasado por la leucemia no vino, pero ya está bien y es la que nos va a venir a visitar cuando nos toque morirnos, por eso yo creo que mi sobrino Serafín y todos los difuntos nos cuidan desde el cielo, así que no hay que tener miedo. Hay que estar contentos porque ya la otra semana vienen las ánimas.
De acuerdo con tradición oral, previo a la celebración del Hanal Pixán, las familias deben acudir al cementerio a cambiar de manta a sus difuntos, un rito del que poco hay documentado, y aunque el cementerio de Pomuch ha alcanzado fama en el ámbito nacional e internacional, este singular ritual también se practica en el cementerio del “Norte” en la comunidad maya de Nunkiní, municipio de Calkiní.
El año pasado, debido a la pandemia, hubo restricciones y algunas familias optaron por no acudir, empero este año desde una semana antes, poco a poco llegan los familiares para cumplir con este rito y se registra la presencia de turistas e investigadores atraídos por la singular manera en la que conviven los vivos con los muertos.
Donsantos Cu está feliz porque le está cumpliendo a sus difuntos. “Siempre cada año lo cambiamos, este año que pasó no lo pudimos cambiar porque está la pandemia. Ya ahorita que hay tiempo venimos a a cambiarlo”.
Don José Hass cuenta que antes de la pandemia, cuando una persona moría tocaban la campana. “Ahorita nada de eso, no sabemos cuándo hay un muerto o de qué se murió. Venimos, pero no tenemos miedo, son nuestros papás, nuestras mamás, nuestras hermanas. Yo desde hace cuarenta años vengo, cuando me casé murió mi suegra y desde entonces vengo cada año, ya después se murió mi papá y mi mamá, y son varios que vengo a cambiar. Ayer hice tres, hoy dos y me faltan otros”.
Doña Martha Chi es una mujer de 70 años, camina con dificultad debido a un caída que sufrió, ella no habla español, sin embargo con el apoyo de su nuera relata que tuvo una vida con muchas dificultades, que su esposo murió de un accidente, desde entonces hace el Choo Ba'ak (limpia de huesos) y del Heel Nook´oo´ (Cambio de muda o ropa).
Como consecuencia de un problema de salud, desde muy joven perdió la posibilidad de tener hijos, así que adoptó a dos niños, que son las que la acompañan al cementerio y que sabe que cuando ella muera serán los que continúen con esta tradición.
Antes de que la noche caiga, don Carlos Ucán aprovechó que le dio tiempo para de ir al cementerio para cumplirle a sus difuntos. “Es una obligación que tenemos todos, pero yo lo hago con mucho gusto porque siento bonito poder venir y mientras limpio los huesos platico con ellos de lo que viví en el año, de los logros. Al principio uno siente tristeza, pero va pasando el tiempo y pues ya siente uno alegría de que aunque ya murieron, los podemos visitar como si estuvieran vivos, y ya que dejamos todo listo, entonces a esperar que vengan las ánimas”.
Como parte de la tradición del Hanal Pixán, en Campeche, se espera la visita de los “pixanes” (ánimas) el día primero de noviembre, las familias colocan altares con velas, bebidas y comida, en especial se elabora el pibipollo, un enorme tamal cocido en un horno bajo la tierra. Y así cada año, entre ritos y celebraciones conviven vivos y muertos.
FS