Una tapa de rin es un cencerro, y el bote de mayonesa un tum de aire y el otro una lata de chiles; la tarola es una lámina sacada del basurero, el bombo de piso es un garrafón de plástico, y así comienza la música, que aleja de la pobreza a Enrique Castaños cuando menos por un momento.
Espera en la esquina que cambie el color del semáforo para amenizar a los conductores con un poco de ritmo.
A afirnar los instrumentos
Él es pepenador por las mañanas y por las tardes y noches se dedica a la música. Pero tampoco ha sido fácil, porque primero tuvo que igualar todos los sonidos que escucha en una canción con lo que encuentra en la basura, dice.
La música le viene de oído, pues cada sonido lo copia en su batería improvisada que los acompaña a los semáforos de la ciudad de Durango. Y donde hasta en una luz verde se puede ganar hasta 100 pesos, y por un día no regresar a buscar en los desechos los hogares, y cuando lo va bien, gana hasta 150 pesos, asegura.
El tocar su improvisado instrumento, no es tarea sencilla, de cada canción que escucha, reproduce uno por uno los sonidos, y luego los memoriza. Sus manos sostienen una baqueta y un palo con en hule amarrado.
Así suena, si alguien cerrara los ojos y sólo escuchara, se encontraría con una persona que hace percusión y canta. No el hombre que hace música con objetos sacados de la basura.
Uno de sus mayores miedos al pepenar, es pincharse el dedo con una aguja contaminada, y contraer alguna enfermedad. O lastimarse con vidrios o pedazos de fierro que se escoden entre las bolsas de basura en las que esculca, afirma.
Hay algo que los entristece, que no le permiten toca en restaurantes porque no son instrumentos formales, cuando, siente que cuenta con el talento necesario para atender a los comensales. Y es que, para Enrique, la música lo rescata de la pobreza. Y le pone un poco de vida los demás, porque suena con ritmo y cadencia. Así lo mira la gente en los cruceros mientras se pone el rojo en cualquier parte de la ciudad de Durango.
EGO