En la tradición rarámuri se necesitan tres años de rituales para alcanzar el consuelo ante una pérdida.
La música y las danzas que sonaron y se bailaron este jueves en la zona serrana de Chihuahua recordaron por segundo año consecutivo la vida de los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora.
Nadie en la sierra Tarahumara olvida que a los padres Gallo y Mora -como cariñosamente los llamaban- fueron asesinados por un sicario a sangre fría frente al altar de su propia iglesia en Cerocahui, comunidad enclavada en la barranca de Urique.
“Estamos conmovidos y nuestro corazón indignado porque no podemos tolerar, no podemos aceptar la muerte de ellos, su sangre está clamando justicia hasta el cielo”, exclamó Jesús Alemán Chávez, obispo de la región Cuauhtémoc-Madera, durante la misa en honor a ambos religiosos.
“Nuestros hermanos Javier y Joaquín siguen viviendo en nuestros corazones y no como algo mágico sino porque al morir y la forma en que terminaron su vida, se quedaron y se metieron muy dentro de cada uno de nosotros”, abundó Juan Manuel González, obispo de la Tarahumara.
Previo a las condenas públicas que lanzaron desde el púlpito, a un costado de una especie de altar que pusieron en honor a los padres Gallo y Morita con artículos personales, así como un par de fotografías de cada uno, ambos obispos de túnicas rojas danzaron junto con un grupo de jesuitas alrededor de las tumbas de los padres Gallo y Mora, quienes yacen en el atrio del templo como lo pidieron antes de morir.
Mientras los religiosos daban una y vuelta y enseguida avanzaban, un par de pobladores tocaban la guitarra y el violín, y una mujer rarámuri esparcía incienso en las tumbas que adornaron con medio centenar de veladoras y un arreglo floral.
En la tradición rarámuri hay un par de danzas: la matachín para enterrar el mal y la pascole para celebrar la vida. Algunos pobladores se ponen en los tobillos una especie de sonajas para hacer sentir más sus pisadas.
Estas danzas, con toda y la música de la guitarra y el violín, las replicaron un par de ocasiones ya dentro de la iglesia, durante la propia misa, a la que acudieron familiares de los sacerdotes víctimas del crimen organizado.
“A Javier siempre lo veíamos activo, contento, con ganas de que cada día fueran más grandes y fortalecidas las pequeñas comunidades en las parroquias, en las diócesis”, evocó el obispo de la Tarahumara.
“Javier tenía siempre esa chispa que lo caracterizaba, alguna broma o anécdota que provocaba que él se quedara en esa comunidad, no físicamente sino afectivamente”, abundó.
En la tradición rarámuri se necesitan tres años de rituales para alcanzar el consuelo ante una pérdida, pero a decir del Socio del Provincial de la Compañía de Jesús, José Méndez Alcaraz, en este caso, “la amenaza constante del crimen organizado no lo permite plenamente”….