Jorge Atilano, encargado del sector social de la Compañía de Jesús en México, advirtió que la comunidad jesuita en la Sierra Tarahumara se encuentra con temor luego del asesinato de José Noriel Portillo, alias El Chueco, presunto homicida de dos sacerdotes jesuitas en Cerocahui, Chihuahua, por el vacío de poder que quedó.
En entrevista con Elisa Alanís para MILENIO Televisión, el sacerdote explicó que ahora falta ver quién llenará los vacíos de poder fáctico que controlaba el presunto delincuente, que fue encontrado muerto en Choix, Sinaloa.
“Estamos en la incertidumbre de qué va a pasar. El Chueco gobernó 10 años la sierra tarahumara. Él puso presidentes municipales, él puso presidentes seccionales, él puso autoridades ejidales, él definía el negocio de la cerveza, el transporte de los materiales de las minas, tenía un gran poder en la zona”, platicó.
“Ahora estamos a la expectativa de quién va a llenar ese poder y creemos que es el momento para que el Estado, junto con la comunidad, y en lo que podamos contribuir, pueda ayudar a que sean las instancias legales, las instituciones locales, quienes llenen esos vacíos que ahora quedan”, expresó.
El religioso comentó que para la comunidad jesuita en la zona fue triste conocer la noticia del asesinato de El Chueco, pues “para nosotros, el asesinato no puede ser justicia, esperábamos otro desenlace de esta situación”.
Dijo que han estado en diálogo con las autoridades, dando seguimiento al caso, que cada mes sea han reunido y, que aunque no esperaban esa situación, se habían percatado de que en la sierra empezaban a darse “movimientos extraños” que les hacían prever este escenario.
Además, expuso que durante todo este tiempo, desde junio del año pasado, los sacerdotes jesuitas han vivido con temor por la presencia de Portillo Gil en la zona.
“El primer temor nuestro es que estaba un jesuita, testigo del asesinato de los dos padres; eso es un primer riesgo y nos hacía estar pendientes de cuidarlo para que no pudiera tener algún tipo de percance que le pudiera suceder”, comentó.
Además, “veíamos también que había zonas identificadas como zonas de riesgo, donde nuestros hermanos jesuitas se trasladan a celebrar la eucaristía, el riesgo hacía que tuviéramos que pedir el apoyo a la Guardia Nacional para acompañar a los padres a estas zonas de riesgo, se nos hacía algo que no era lo justo, pero era lo necesario para este momento”.
Por ahora, dijo Atilano, los jesuitas trabajan en proyectos de reconstrucción del tejido social, luego del asesinato de dos los padres, Javier y Joaquín, a quienes recordó como personajes muy apreciados en la región.
“Quien más conocía, de parte de los jesuitas, la cultura ráramuri, era el padre Javier, conocido como El Padre Gallo, el recuerdo que yo tengo es que era muy interesado en inculcar la liturgia, en valorar la cultura rarámuri, en darle su lugar a la mujer dentro de la celebración, alguien que ayudó a fortalecer la iglesia autóctona en la diócesis de la tarahumara”, dijo.
Por su parte, dijo que el padre Joaquín será recordado como “alguien cercano, sencillo, un testimonio que, para la juventud que le tocó educar, contagió este seguimiento de Jesús”.
EHR