Ometepec: hasta mil pesos al mes en cibercafés

Historias • Apuros de profesores

Marlene Paz Infante perdió el rastro de 15 niños de cada uno de sus seis grupos de español una vez comenzada la contingencia y el cierre de escuelas por la pandemia

De 50 alumnos, apenas seis tienen un celular que comparten con su familia. (ESPECIAL)
Alma Paola Wong
Ciudad de México /

Desde que se anunció en marzo la suspensión de clases presenciales y el inicio del confinamiento, Marlene Paz Infante, profesora de la secundaria técnica 228, “24 de febrero”, en Zacualpan, en el municipio de Ometepec, Guerrero, comenzó a frecuentar cada dos semanas los cibercafés de su localidad.

La profesora de seis grupos de español con 50 estudiantes cada uno no cuenta con computadora, por lo que para no descuidar el proceso de aprendizaje se convirtió en una cazadora de cibercafés abiertos en su natal Ometepec.

La maestra de 42 años de edad y 22 de experiencia, llegaba desde temprano al cibercafé, pasaba horas en el lugar descargando ejercicios, sacando copias y planeando las actividades para por lo menos medio mes para sus alumnos cuya lengua materna es el amuzgo.

“Estaba entre dos y tres horas, ya hasta me cobraban por mayoreo, 35 centavos por impresión en lugar de 50. Aun así me gastaba entre 450 y 500 pesos por visita. Hacía todo para que tuvieran trabajo para los próximos 15 días”, relata.

De regreso a casa, pasaba por el sitio de taxis para apalabrar el servicio de transporte de los materiales didácticos. A la mañana siguiente, por 30 pesos, un taxista acudía a su casa a recoger las copias y llevarlas al el punto de encuentro con los estudiantes, previamente pactado. Al cabo de dos semanas, los trabajos también serían devueltos en taxi.

“Después de que imprimía los trabajos, les echaba un telefonazo porque es muy difícil para los niños tener WhatsApp, si apenas unos seis niños por grupo deben tener celular y eso lo comparten con la familia. Les decía que debían estar temprano en el sitio de taxis, luego ellos se repartían los trabajos”, relata.

De cada grupo de 50 estudiantes, explica la profesora, con 35 pudo tener contacto permanente durante el confinamiento, de 15 no supo más, en parte, cuenta, porque viven condiciones económicas muy adversas y deben apoyar a los padres en las tareas del campo, o bien en el caso de las niñas, las familias prefieren ocuparlas en tareas de bordado, ya que son comunidades artesanas.

A la profesora le gustaría contar con una computadora para hacer más fáciles sus labores docentes, pero la complicada situación económica y familiar le impiden pensar en asumir una compra a pagos.

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