Para el capitán Esteban Hernández, el que siga con vida fue un acto divino.
“Le doy gracias a Dios por esa ola que me mandó para que me escupiera fuera del mar, eso fue lo que me salvó”, contó a MILENIO el capitán Rudo, como lo conocen en los muelles de Acapulco, por la década que estuvo en embarcaciones atuneras, uno de los más arduos trabajos de ese gremio.
Hernández Echeverría es uno de los pocos sobrevivientes que estaba en el mar cuando el huracán Otis golpeó con toda su furia el puerto de Acapulco.
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Esa noche —evocó el capitán— se encontraba en el yate Molocho, uno de los tres de los que pudo hacerse tras una vida de trabajo, y aunque sabía de Otis, nunca imaginó la fuerza que tomaría.
“Este huracán sí nos cayó de sorpresa”, reconoció Esteban Hernández de 56 años de edad.
Sentado en una silla, donde reposa convaleciente desde hace unos días en la casa de su nuera en una casa modesta en Acapulco, el capitán Rudo relató que ya muy tarde se enteró que el huracán alcanzaría la categoría 5, por lo que ya sólo le dio tiempo de ponerse dos chalecos salvavidas y esperar.
“Como a la medianoche fue la destrucción total, no puedes ver absolutamente nada, sólo se escuchaba el rugido del huracán”, recordó.
“Cayeron dos olas grandes que hundieron la embarcación y por eso me tuve que tirar al agua a fuerza para no hundirme con el barco”, abundó.
De acuerdo con el capitán Hernández, en ese momento escuchó cómo le pedían ayuda de otras embarcaciones que eran destrozadas por Otis.
“Cuando el aire me llevaba, yo escuchaba que me gritaban: '¡Auxilio! ¡Auxilio!', pero no podía ver para ningún lado, yo ya iba lastimado de la vista”, narró al tiempo que mostraba los derrames que todavía tiene en sus ojos.
Sin playera para dejar ver las heridas que le ocasionó el ciclón, Esteban Hernández aseguró que durante una hora unas inmensas olas lo estuvieron arrastrando en el agua de un lado a otro.
“Trague agua salada con basura, salí lleno de los oídos con basura”, contó.
Durante ese tiempo, el capitán Rudo también tuvo que eludir todos los “misiles” en que se convirtieron los pedazos de las embarcaciones destruidas.
“Cosas que uno no puede levantar con las manos, iban volando para allá y para acá, gracias a Dios no me pegó ninguno”, agradeció.
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Entonces, llegó el milagro.
“Cuando ya me había dado por vencido, no tenía fuerzas, siento que caigo entre ramas y escombros, agarro y digo: '¡Ah caray! ¿Qué hago aquí?' Veo para atrás el mar enfurecido, haciendo de las suyas todavía: el mar me expulsó, me tiró al muelle, si no me hubiera sacado la ola, hubiera quedado sepultado entre todo el escombro”, garantizó.
Pero en ese momento la travesía todavía no terminaba para el capitán que ha dedicado 46 años de su vida al mar.
“Me fui gateando como una iguana herida unos 25 metros entre el escombro, palmeras caídas, vidrios… hasta que llegué adonde estaban los elementos que me auxiliaron, ya cuando ellos me agarraron de los brazos, me desmayé, pero pasé como unos 20 minutos gritando: '¡Auxilio! ¡Auxilio!' En el desastre nadie te escucha.
Agradecido porque volvió a nacer, el capitán Hernández ahora pidió ayuda, tanto como para su salud como para recuperar lo que es su trabajo de toda la vida: las embarcaciones.
“Mi buen respeto para el mar, hay que quererlo, hay que estimarlo mucho porque así como te ayuda también te puede quitar la vida”…
aag