Hace 64 años, siguiendo la tradición de su familia, Felipe Esparza López hizo su primer juguete, con el paso de los años se ha convertido en una actividad diaria que le ha permitido subsistir, vendiendo los juguetes que prácticamente ya nadie elabora.
Ahora tiene 71 años de edad y menciona que seguirá con esta actividad hasta que Dios se lo permita.
Es en la mesa de su casa, es donde tiene todos los materiales necesarios para hacer los juguetes.
"Ahorita los juguetes como los baleros ya no se ven, los trompos de mezquite ya no se ven, los yoyos ya no se ven, pero cuando los niños los ven sí les gusta y es ahí cuando veo que los juguetes mexicanos no han pasado de moda, sólo que ahora prefieren entretenerse en el celular o la tablet".
Nacido en el ejido Compás, Durango se siente orgulloso de ser lagunero, pues junto con sus padres que eran campesinos, se vino a Torreón muy joven buscando salir adelante.
Primero se fueron a Torreón y desde hace 40 años llegó a Lerdo, donde vive actualmente, trabaja a las afueras de algunas primarias de Gómez Palacio vendiendo sus juguetes.
Desde muy joven pensaba que si algún día llegaba a ser anciano utilizaría sus conocimientos en la creación de juguetes para poder mantenerse, pues tal vez ya no podría realizar trabajo pesado.
Su padre, José Ángel Esparza, fue el primero de su familia que se dedicó a la artesanía de juguetes, fue él quien le enseñó a todos sus hijos, aunque don Felipe comenta que sus hermanos ya no se dedican a esto por su edad y la comodidad de que sus hijos los cuidan, pero él a pesar de tener un hijo y una hija, no quiso ser una carga para ellos y decidió quedarse a vivir en Lerdo, mientras sus hijos se fueron a vivir a Peñón Blanco, de donde era su madre y donde conocieron a sus respectivas parejas y se casaron.
"A los 10 años me dediqué hacer y vender avioncitos de papel, que vuelan como los rehiletes, la pelotita vaciladora, la cual está hecha de aserrín que traen una mecha y que botan como las pelotas de esponja, con liga y los cirqueros que son unos monitos que se menean y echan maroma, pa allá y luego pa acá, los cuales están hechos de madera".
"El proceso de elaboración de un avioncito de papel es de los más complejos, pues lleva varios niveles, comenzando por la creación de las alas, el cuerpo, la flecha, la turbina, el rompe viento y una espiga, pa que chille".
Menciona que anteriormente el trabajo era más corriente porque eran de cartoncillo y ahora son de cartulina fosforescente, llevan cinta reflejante y él les pone el sello mexicano militar, el cual era utilizado antes por las fuerzas armadas. "Hasta el de Sarabia tenía este sello", dice.
Logró estudiar hasta tercer grado de primaria, pues no había para más, no obstante, no siempre se dedicó a vender juguetes, pues también trabajó en el campo, sobre todo en la pizca de algodón donde le pagaban a 10 centavos el kilo, recorriendo su labor desde Tlahualilo, el Compás, San Felipe, el Cariño e inclusive Gómez Palacio, y con ello ha visto el desarrollo de la ciudad pues comenta que desde la Urrea hasta la Mayagoitia eran algodonales.
Además de la pizca de algodón, trabajó en la construcción, la ferrería, dejando el trabajo pesado a los 50 años, siguiendo como técnico en fumigaciones, clasificador de pacas en los despepites pero para él lo que más le ha llenado es hacer juguetes.
Felipe estuvo casado con una mujer de Peñón Blanco, falleció hace 20 años y él usa su tiempo para ir a vender juguetes en la primarias, para sacarle sonrisas a los niños y así no sentirse tan solo.
Además, él está dispuesto a enseñar, si están interesados en la creación de juguetes para que no se pierda esta tradición y que así los niños conozcan y se diviertan con los juguetes mexicanos.
Cada juguete tenía un costo de 20 centavos hace 50 años