En la Plaza de Armas de Torreón, se encuentra don Vicente Ramírez, que con desconcierto y tristeza en la mirada, además de dificultad para ver y escuchar, espera el silencio absoluto de la noche para poder dormir en una de sus bancas.
Tiene 88 años, o al menos eso es lo que dice, pues no es preciso en su contar, ya que no lo recuerda con claridad, pero de lo que sí está seguro es de que el tiempo pasa y no perdona, pues según el "ya nada lo divierte".
Cerca de donde estaba sentado, se llevaba a cabo el baile de la tercera edad, y él, con un poco de alegría tararea y hasta canta los pedazos de algunas canciones, recordando su juventud donde le gustaba escuchar a Javier Solís, José Alfredo Jiménez, Emmanuel y hasta a José José.
Nació en una casa ubicada en la cerrada "Ferita" en la calzada Colón y calle González Ortega, cerca de las vías, donde vivió hasta que ya no tuvo para pagar la renta.
Vicente se dice arrepentido de no haber tenido "inteligencia" para ahorrar y hacerse de un terreno, pues de ser así, asegura no andaría por las calles mendigando.
Nunca se casó y mucho menos tuvo hijos, su hermano y su padre, que son a quien más recuerda de su juventud, murieron. Ambos trabajaban en las minas de Peñoles y con nostalgia habla de ellos, de cómo era vivir su lado.
Trabajó casi toda su vida en el mercado Alianza y de Abastos, descargaba camiones con fruta y verdura, pero inevitablemente con el paso de los años, ya no pudo ejercer su oficio, por lo que se vio forzado a retirarse y aunque a veces vuelve a estos lugares, dice que ya no es lo mismo, pues la gente que conocía ya murió o simplemente ya no está.
Cuenta que en una ocasión tuvo un accidente y fue a cáritas para que le apoyarán a sacar una radiografía, sin embargo, un día que iba caminando por San Joaquín sufrió un robo y se las quitaron por lo que ya no pudo atender su rodilla, la cual hasta hoy día tiene lastimada y dice "por eso camino chueco".
Ya sin dientes, menciona que le es imposible comerse un "chicharroncito" o una carne asada, por lo que ahora sólo come cosas blandas, y gusta de ir por caldos a las fondas con el dinero que le dan en la caridad las personas.
Vivió años en la colonia Nueva Aurora y le sorprende como han cambiado las calles, los edificios e incluso los lugares, pues menciona que con cuarenta centavos podías ir al cine o comprar papas y refresco, para lo que ahora se necesita más de 20 pesos.
A pesar de las desventuras y tropiezos de su vida, da gracias a Dios por siempre cuidarlo y se puede notar su fe al saludar y despedirse siempre, bendiciendo a los demás por Dios, antes que a el mismo.