En cualquier instante descubrimos que la vida es un momento que deseamos prorrogar y el desafío se vuelve enorme cuando se anuncia que se deberá enfrentar a una enfermedad que puede ser curada pero a veces nos gana la batalla.
- Te recomendamos En La Laguna se detectan al rededor de 150 casos de cáncer de mama al año Estados
Eso fue lo que le ocurrió a Verónica Soto quien a los 27 años fue al médico y le confirmaron el inicio de un embarazo pero al mismo tiempo el desarrollo de un cáncer de matriz, desafío en el que debió ser determinante para poder salvar a su hijo y a ella misma.
“Desde que despierto no sé que voy a hacer pero sé que haré muchas cosas. Al final del día estoy cansada, yo creo que no llego a contar tres y ya estoy dormida pero satisfecha. Cuando tienes una enfermedad y te dicen que es una terminal te asusta. Siempre lo he dicho, que yo me asusté y lloré pero nada más un día. Pregunté: ‘Doctor, ¿es cáncer del que uno se muere?’ y me dijo que sí. Yo tenía un mes de embarazo de mi hijo, que hoy tiene 23 años”.
Las pruebas confirmaron embarazo y cáncer. En ese entonces vivía en Laredo, Texas, y aunque no tenía familia a la mano, sí contaba con buenos amigos.
Monitoreada por médicos todo el tiempo y con la determinación de que vencería la enfermedad, pensó que era bueno que le diera a ella y no a alguna de sus hermanas, pues contaba con servicio de gastos médicos mayores y se podría atender.
“Yo tenía 27 años cuando esperaba a mi segundo hijo y se presenta el cáncer y yo recuerdo que ese día lloré, me asusté, no estaba mi marido y no tenía comunicación porque él era militar y no tenía a quién decirle más que a una amiga que me acompañó. Ella volteaba, iba manejando y lloraba y yo diciéndole que no llorara porque me asustaba más.
En la noche lloré y me asusté pero en la mañana desperté y pensé: ¿Quién soy yo para que no me dé cáncer? Si a muchas mujeres les ha dado y yo estoy embarazada de un mes y tengo cáncer en la matriz, quién soy yo para que no me dé. Conversé con dios y le dije que ya me había dado y que sabía que lo iba a superar. Le pedí que me acompañara y nunca más volví a llorar o tener miedo”.
El doctor le anunció una displasia severa y por las condiciones ya era cáncer. La recomendación fue que debía abortar y Verónica respondió que no, se trataba de su segundo hijo, con una diferencia de siete años.
"Dije que no iba a abortar, tampoco soy mártir y no me quería morir pero yo dije que iba a aguantar y que el doctor me iría diciendo qué iba a comer, a tomar. Yo soy muy disciplinada y asumí el no querer abortar, era mi responsabilidad".
Continúo así el proceso de gestación y a los tres meses su doctor le reiteró la presencia de un cáncer severo. Los dolores se agudizaron y por dentro ella sentía que ardía todo el tiempo. La indicación fue permanecer en cama debido a que iniciaría tratamiento contra la enfermedad sin que se afectara al bebé.
“Cada ocho días me monitoreaban para ver cómo iba la evolución del bebé. Tres meses me tuvieron en cama completamente tomando medicamentos contra el cáncer y algo bien importante, yo nunca le dije a mi mamá, sabían mis hermanas porque vengo de una familia muy grande y muy unida, además tenía muchos amigos, siempre he sido bendecida con la amistad".
Después de los tres meses Verónica comenzó a protestar. De personalidad inquieta pidió que la dejaran levantarse y caminar, sin embargo, en el proceso debía tomar una droga que la dejaba sin habla: al iniciar una conversación sentía que se ahogaba y presentaba taquicardia.
El médico le advirtió que el cáncer continuaba avanzando, ella lo sabía porque apenas despertaba y comenzaba a vomitar, lo único que no quería, dice, es que amaneciera.
“A los ocho meses me dijo: ‘Vero, ya la libraste, el bebé está bien, lo hemos checado y viene perfectamente pero te va a salir como un changuito', yo soy lampiña pero con un medicamento me salieron muchos bellos, y por eso me dijo eso del bebé, yo pensé que se le quitaría luego y que no pasaba nada”.
Fue al octavo mes cuando comenzó a caminar de nuevo y aunque fue tratada en los Estados Unidos concluyó a los nueve meses su embarazo con una práctica de cesárea en Torreón.
“Durante el proceso nunca les dije ni a mi mamá ni a mi papá, ya eran grandes, si me veías no tenía la cara de sufrida, la verdad… yo me sentía bonita. El último mes fue que yo me sentí embarazada, en Estados Unidos me compré overoles y toda la cosa. Mi cabello lo tenía largo y me lo corté bien chiquito porque se me achicharró con el medicamento que tomaba, nunca lo había usado así, pero me concientizaba sobre lo que venía".
Después de 45 días de la cesárea le hicieron estudios, los médicos le informaron que el cáncer continuaba y debían operar para retirar la matriz, por lo que ella se regresó a Torreón.
“Llegué directo a la casa de mi hermana y de ahí me fui manejando al hospital, les dejé a mi niña de siete años y a mi bebé. Me operaron, me quitaron la matriz y un ovario.
Todo está en ti. En la decisión y en tu actitud. El doctor me dijo que iba a envejecer más pronto por tener un solo ovario, que estaría muy hormonal y la verdad no es cierto, tengo 53 años y me siento muy bien, podrían operarme a cada rato pero yo quiero ser viejita”, apunta sonriente.
Contra todo pronóstico a Verónica todo salió muy bien, comenzó con las radiaciones y su tratamiento duró seis meses, finalmente le informó a sus padres sobre lo ocurrido y de ambos recibió palabras de aliento. Al extremo disciplinada se mantuvo en control por siete año, luego de ese momento nunca ha sentido nada extraño y tampoco ha envejecido.