Acapulco: más allá de las playas, un motor de vivencias únicas: mon amour

Aprender a nadar en la piscina del hotel Alba, encuentros con personajes locales, momentos en la playa y recuerdos.

Devastaciones por paso de Huracán Otis. (Foto: Marco Ugarte/AP Photo)
Guerrero, México /

Para empezar por donde termina: un huracán categoría 5, de furia bíblica. Después, retrocediendo el tiempo, te galopan varios de los recuerdos que guardas de Acapulco:

La piscina del popular Hotel Alba donde tú y tus hermanos aprendieron a nadar. Las fotos polaroid que te tomaste con el maltrecho pirata del Bonanza. El viejo pescador de la playa Mimosa, con aires de Chanoc, que te contó la tarde que se enfrentó a una tortuga del doble del tamaño de su lancha.

Los atardeceres de colores psicodélicos que caen en Pie de la Cuesta y que tanto los embrujan a ti y a tu esposa. La cocinera en Barra de Coyuca que aquella mañana te preparó el caldo de camarón más efectivo para la resacaLas lanchas con fondo de cristal para ir a ver a la virgen debajo del mar. 

El muchacho que te amarró al Bungee y te aventó para que superaras algunos de tus miedos. El suave oleaje de Caleta donde la docena de ostiones, los recuerditos, el aceite de coco para el bronceado, la cubeta de cervezas y la renta de una palapa cuestan más baratos. El burro que emborrachaban sus dueños en La Roqueta. Los suicidas y divertidos toboganes del Cici donde casi saliste volando. La señora que en Icacos le tejió trencitas a tu madre y a ti te pintó un tatuaje con henna. El salvavidas de la Condesa que te dijo cómo detectaba al chilango, y tú nunca volviste a escuchar música a todo volumen en la playa ni a tatuarte con henna.

Las bolas de tamarindo con azúcar que compras a un lado de La Diana. Los reporteros y escritores acapulqueños con quienes has trabado amistad. El Boca Chica, cerrado desde la pandemia, el hotelito al que tú y tu esposa se escaparon cuando ella conoció México. La mesera del Aakal, frente a la Laguna de Coyuca, que nunca olvida que la yema de huevo no te gusta. El Mirador del Derrumbe donde, sin proponértelo, lloraste meses después la muerte de tu madre. Todas y cada una de las personas que te han ayudado a que fumes de la respetada y única Acapulco Golden.

Las excursiones escolares o vecinales donde comías tortas de atún y sardinas enlatadas todo el tiempo. El mozo de El Amigo Miguel que te devolvió la cartera. Los raspados de guayaba que venden en el Malecón. La zarandeada que te dio El Revolcadero y tú aprendiste a tenerle respeto al mar. El adolescente clavadista de La Quebrada que te salvó de un robo cuando una noche caminabas hacia Sinfonía del Mar. La vez que, a mitad de la borrachera en DF, tú y tus amigos planearon un acapulcazo y despertaron, todos dañados, frente al asta bandera.

El festejo de uno de tus cumpleaños en Puerto Marqués. La noche aquella que tu madre invitó a cenar a la palomilla de niños que sacaban monedas en el muelleLos tragos en la barra del Princess, mientras la música de fondo decía que, "si no supiste amar, ahora te puedes marchar". El carrito de golf con el que el personal de Las Brisas te movió por el hotel. El taxista que manejó como loco desde el Fuerte San Diego para que llegaras a tiempo al aeropuerto.

Los desayunos del Hotel Cano. La Feria del Libro en el Zócalo. El doctor que fue a verte a medianoche la vez que te intoxicaste. Los jugos del 100 por ciento natural. La señora que te invitó a la Rena a los XV años de su hija. El cadenero del Baby’O que dejó entrar contra todo pronóstico. Las carnitas que probaste en la Central de Abastos. La noche que pasaste en el Hotel Oviedo.

El alma se te apachurra entre más te acuerdas. Pero como Acapulco es más grande que sus penas, sabes que se reconstruirá y volverás a ir a acumular más recuerdos

MO

  • Alejandro Almazán
  • Líder de Google por la Educación para Hispanoamérica

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