A 112 años de que Torreón obtuvo el rango de ciudad, ha perdido muchos de sus testigos mudos, es decir, los monumentos que dieron cuenta de su surgimiento o hermanamiento entre varias comunidades migrantes establecidas aquí.
Basta recordar y revisar los registros hemerográficos para comprobar que durante su nacimiento, La Perla de La Laguna erigió en sus primeros bulevares y avenidas estatuas de toque europeo.
La Morelos y la Colón poco conservan de esos símbolos.
Entre los pocos que quedan está el que le dio nombre a la segunda y que fue colocada en 1928, aunque con el paso de los tiempos políticos, artistas como Pilar Rioja y figuras emblemáticas de la literatura como El Quijote comenzaron a ocupar el camellón central de vialidad.
Otras calles y bulevares como el Constitución y el Independencia también empezaron a llenarse de bustos o símbolos de hermanamiento con otras etnias, aunque el paso de los años también generó el descuido y el olvido de las mismas.
Al día de hoy la desaparición de estructuras por robos o decisiones gubernamentales sigue siendo una constante.
Las actuales autoridades de las direcciones del Centro Histórico y Obras Públicas justifican que cuando llegaron al poder hace dos años no había un inventario y están en proceso de realizar uno.
No obstante, cabe recordar que el actual alcalde, Jorge Zermeño Infante está en su tercer período y muchos de sus colaboradores repiten en el cargo de otras administraciones, incluso la primera que encabezó hace 20 años.
EL CENTRO DEL SAQUEO
Uno de los sitios más importantes para la colocación de los monumentos desde hace varias décadas es la Alameda Zaragoza, sin embargo, la fisonomía de ese espacio cambió radicalmente en los tiempos de mayor inseguridad.
Los bustos, esculturas y placas referentes a personajes y acontecimientos que marcaron la vida de la ciudad fueron robados o vandalizados, de tal manera que escritoras como Magdalena Mondragón y Enriqueta Ochoa que pusieron en alto el nombre de la región hoy están invisibilizadas.
Tampoco se salvó de los daños la efigie colocada en honor a Ignacio Zaragoza y que le da nombre al paseo público.
Según el último inventario que tiene el Archivo Municipal Eduardo Guerra, la Alameda debería contar con 31 estructuras, pero 14 desaparecieron y siete requieren mantenimiento o restauración de manera urgente.
Entre las piezas robadas se cuenta la escultura donada por la comunidad libanesa a Torreón en su 75 aniversario: un árbol de bronce sobre un muro que representó un homenaje al escritor Gibrán Jalil Gibrán.
Esculpida por Vladimir Alvarado, quien es conocido por otras esculturas como el Cristo del Cerro de las Noas y La Soldadera.
La socióloga Tania Díaz Chávez argumenta que existen varios factores por los que el espacio público pudo haber sido blanco del vandalismo, entre ellos la falta de arraigo identitario hacia las figuras o que el sitio en sí no cuenta con las características de otros.
“Es muy distinto a cómo vemos y vivimos un espacio dentro de la Alameda que es más por la cuestión de violencia situacional: espacios cerrados, menos vista al público, no vigilados y si los haces de bronce es más propenso al vandalismo por robo o por rechazo”.
Considera que hay un contraste con otros espacios como la calzada Colón, donde varias de las estructuras siguen en pie y no resintieron de la misma manera los daños por la forma en que las autoridades las establecieron.
“Aquellos que están erigidos en lo alto lo ves como algo elevado a ti y existe una relación del público distinta, además de que es un espacio cuidado, iluminado y transitado”.
Es por eso que la pérdida de monumentos en el paseo público tiene antecedentes aún antes de los años de mayor inseguridad (2007-2012) e incluso los registros históricos revelan que en la década de los ochenta desapareció el busto del empresario hispano que donó los terrenos para su creación, Joaquín Serrano.
DEL HONOR A LA TRAGEDIA
Desde que Torreón cumplió su centenario fueron erigidos nuevos monumentos o memoriales, pero estuvieron alejados de recordar aquella época de bonanza económica.
Parte del concepto desde entonces y hasta ahora es traer a la memoria tragedias y con ello generar una conciencia que evite su repetición.
Al revisar los registros hemerográficos encontramos casos como El Hortelano, escultura creada por Álvaro Castaños, colocada en el Bosque Venustiano Carranza como una forma de hermanamiento y respeto hacia la comunidad china que en tiempos de la Revolución perdió a más de 300 miembros por una matanza en su contra.
En junio del 2007 y con la presencia del entonces embajador de ese país en México, Yin Hengmin, fue develada la estructura y se emitió una disculpa pública hacia la comunidad asiática de parte de las autoridades torreonenses.
Sin embargo, el paso de los años se encargó de que ese acto de dignificación quedara desdibujado.
En dos ocasiones alguien intentó robar la estructura metálica y en la segunda quedó tirada a escasos metros de la reja del paseo público y registraba un detalle peculiar: la figura del sembrador tenía una soga en el cuello.
Derivado de esos hechos, la comunidad china, en ese entonces encabezada por Manuel Lee Soriano, pidió a la Ayuntamiento la custodia de la escultura, de modo que hoy día en el bosque sólo queda la base sin placa.
Al respecto, Tania Díaz Chávez opina que sucesos como estos evidencian que puede existir aún arraigo en cuanto a costumbres negativas que en su momento caracterizaron a una parte de la sociedad lagunera.
“Es muy triste ver cómo culturalmente el pensamiento xenófobo, clasista y racista sigue teniendo arraigo en nuestra sociedad; creo que lo que sucedió en cuanto a la matanza es algo que aún lo tiene y podría explicarse a través del vandalismo del que fue objeto”.
Otro de los temas que está presente en memoriales en los paseos públicos es la desaparición forzada, la cual derivó de la guerra contra el narcotráfico que emprendió el gobierno mexicano durante el sexenio de Felipe Calderón.
Hace cuatro años, las mujeres que integran Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos de Coahuila (FUUNDEC) decidieron apropiarse de una parte de la Alameda Zaragoza para visibilizar la problemática y tener un sitio para recordar a sus seres queridos.
Ixchel Mireles, integrante del colectivo y quien busca a su esposo, Héctor Armando Tapia desde hace nueve años, recuerda que primero quisieron tomar una estructura de concreto que estaba hueca por la ausencia de una serie de bustos que fueron hurtados, pero al final optaron por un árbol en el que colgaron los nombres y las fotos de sus familiares ausentes.
“Tal vez las bases de datos no nos digan cuántos desaparecidos hay en la región, pero ahí están”.
Comparte que una particularidad del espacio es que aparecen nombres ajenos a la gente del grupo e incluso otras víctimas de desaparición forzada lo utilizan como un encuentro con sus seres queridos desaparecidos que no están en el registro oficial porque no interpusieron denuncia.
“Un día que venimos estaban un muchacho y una muchacha llorando en el árbol. Les preguntamos si tenían un desaparecido y nos dijeron que sí, pero no está su nombre ahí y al ver a los demás sintieron que sí. También dijeron que no había una denuncia porque su mamá no quería por miedo”.
El árbol de la esperanza, como lo llamaron las integrantes de FUUNDEC, no es el único espacio que recupera los nombres de cientos de personas desaparecidas.
También está el memorial que gestionó el Grupo de Víctimas por Nuestros Desaparecidos en Acción (VIDA) ante el gobierno estatal (encabezado hace tres años por Rubén Moreira Valdez)como una manera de mantener presente la deuda que tiene la autoridad con la sociedad.
Oficialmente la Fiscalía General del Estado reconoce que hay 2 mil 125 personas en ese estatus.
Silvia Ortiz, vocera del colectivo y quien desde hace 14 años busca a Silvia Stephanie Sánchez, cuenta que establecerlo no fue una tarea sencilla.
“Nosotros queríamos la Plaza Mayor, pero no quisieron y nos querían mandar a otro lado. No lo permitimos y queríamos que fuera un lugar público por la necesidad de que la gente vea la terrible situación”.
El rechazo no terminó ahí. La idea original era ponerlo en otro sitio del paseo público que no fuera el Lago Coahuila, sin embargo, los comerciantes de la zona se negaron y por ello debió colocarse ahí.
El año pasado durante las remodelaciones de la Alameda, el Municipio quiso retirarlo e incluso dañó parte de sus elementos, pero al final las presiones del colectivo lo hicieron permanecer y ahora debe aguantar los embates de una ciudadanía indiferente.
“Desgraciadamente vienen y lo rayan. No entienden el dolor y el significado para nosotros. Es la manera de estar con ellos y nos deben dejar este espacio porque es nuestro”.
El vandalismo acontecido en esos espacios también tiene una explicación y la reflexión sería en torno a una idea generalizada que aún persiste en cuanto a la violencia desatada por el narcotráfico, al menos es una reflexión que hace Tania Díaz.
“Tendemos socialmente a comprar el discurso neoliberal, individualista y que le conviene al Gobierno de que hay buenos y malos; es decir, que si la gente desaparece o la matan es porque andaba en algo malo”, expone.
UNA TENDENCIA QUE SIGUE
Los dos memoriales más recientes sobre las tragedias que asolan a la sociedad mexicana y lagunera encontraron en los últimos meses como sede a la prolongación de la calzada Colón.
Ahí fue establecido uno denominado: ¿Dónde están?, el cual rememora a siete mujeres víctimas de desaparición o feminicidio. Los nombres son Edna Xóchitl, Luz Alejandra, Adela Yazmín, las hermanas Luz Karina y Mayra Socorro, Silvia Estefanía y Serymar Soto.
Su colocación toma relevancia porque el año pasado Torreón pasó por un proceso de solicitud de Alerta de Género debido a las exigencias de los grupos feministas que señalaron un incremento en la violencia contra las mujeres.
Según el Sistema Nacional de Seguridad Pública, Torreón supera la media nacional en cuanto a presuntos feminicidios y está en el puesto 18 del ranking de 100 municipios.
El segundo de los monumentos colocados no tuvo la misma aceptación y al contrario, generó indignación entre diversos colectivos porque consta de dos árboles con utensilios de cocina intervenidos artísticamente.
La justificación de la autoridad fue que los objetos tienen grabados los testimonios de mujeres violentadas y lo realizaron como una forma de criticarla.
La socióloga Tania Díaz señala que lo anterior sucedió porque fue una iniciativa de índole institucional y las mujeres no se sintieron identificadas.
“Gran parte de la sociedad, no sólo en la laguna sino a nivel nacional, criticó precisamente porque fue una decisión institucional hacerlo de esa manera y no nació de una propuesta legítima inicial de las mujeres”.
Independientemente de lo sucedido, lo que queda para la historia es que la huella de la violencia en diferentes expresiones está plasmada y parece ganarle cada vez más a los espacios del orgullo y honor de una ciudad joven que apenas rebasa su centenario.