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Entre lluvia y viento, preparan barbacoa gigante en Dajiedhi, Hidalgo

Habitantes encendieron los hornos de barbacoa de borrego y pollo pese a la tormenta que los sorprendió.

Víctor Valera
Actopan /

La tormenta llegó y se fue. Después las llamas surgieron de las entrañas de los hornos más grandes de México para sazonar barbacoa en Dajiedhi, localidad de Actopan la noche del domingo. La ceniza estaba en el aire.

Primero fue un rayo, fuerte, con un estruendo repentino y amenazador. Después otro y uno más, contundentes todos. Al encender el primer horno de barbacoa se desató una tormenta eléctrica acompañada de un intenso aguacero, pero los habitantes persistieron y esperaron a que pasara el temporal para continuar con las festividades en honor al Divino Salvador.

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En medio de la lluvia los pobladores de esta comunidad del Valle del Mezquital protegieron los dos hornos, su prioridad. El de la barbacoa con láminas, el cual ya habían encendido entre el repique metálico y constante de las campanas de la iglesia, el estallido de los cohetones y la música alegre de la banda.

El horno para la barbacoa de pollo lo resguardaron con la lona y estructura de una tienda. Protegidos de la tormenta bajo los puestos de la feria patronal, a la espera, nadie quería perder sus lugares.


En la iglesia pidieron que dejara de llover y un fuerte viento se llevó las lonas de los puestos, asustó a los creyentes, revivió el fuego y pintó de rojo el interior del horno de la barbacoa cuyo calor calentó de nueva cuenta la piedra amontonada.

El día transcurría soleado, hasta caluroso, y terminaría entre nubes que anunciaban la continuidad de la tormenta.

Al encender el segundo horno donde cocerían la barbacoa de pollo, un golpe de aire caliente golpeó a las personas con un sonido sordo y veloz. La lumbre ganó fuerza al interior de las piedras, permanecía al rojo vivo, al crepitar de la leña.

Preparación y tradición en cada detalle

Al limpiarlas y rebajarlas, las pencas de maguey las extendieron sobre el horno de la barbacoa donde se calentaron con cuidado de no quemarlas. Algunos usaron guantes pero la mayoría soportaba el calor, la piel bien curtida por el fuego y el trabajo de campo.

Levantaron las pencas entre las piedras del horno y las pasaban a otras personas que las lavaron con cepillo y agua.

Limpiaron la carne de borrego con el agua de una pipa, los cuerpos de las gallinas los maceraron en salsa roja para la barbacoa e hicieron un ximbo con 500 nopales, alrededor de 300 kilos y se tomaron una foto delante de él, con la reina de la feria.

A una señal empezaron. Los azadones retiraron con mucho esfuerzo las piedras al rojo vivo en medio del chisporroteo de la lumbre que se elevaba como polvo encendido, o miles de luciérnagas en la noche cerrada. Eran voces que daban órdenes, que avisaban del peligro de permanecer cerca y pasaban palas de manera urgente.

El sonido como de fierros que se arrastran. Los más atrevidos cargaban la leña carbonizada para aventarla a un lado con tal de que los demás siguieran quitando piedras con el azadón. Otro más arrojaba agua. Varios organizaron porras con tal de mantener los ánimos.

​Antes, se reunieron en medio de los hornos de donde surgía la lumbre, siempre peligrosa. Cada quien sostenía largos azadones en espera de alguna señal, protegidos tan solo con sudaderas.

Se organizaban. Se quitaron las gorras para rezar un padre nuestro en honor al Divino Salvador. Se colocaron delante del horno de la barbacoa mientras el incendio ganaba fuerza. Alrededor, los asistentes de la feria observaban, atentos y a la expectativa.

Luego de media hora las piedras quedaron esparcidas alrededor del horno. La voz que surgía de un megáfono ordenó y así colocaron los casos en el hueco que formaron los azadones y regresaron las piedras.

Llevaron agua y verdura para consomé y colocaron el rebaje alrededor. Instalaron parrillas y la barbacoa. Al poner las lonas y los costales en la orilla y tierra a cubetadas, gritaron si se pudo, si se pudo. Tocaron las campanas de la iglesia, con su torre iluminada.

En tanto, a la santa misa siguió la procesión tradicional con las imágenes. El castillo listo para iluminar el cielo de Dajiedhi. Y el baile sonidero encendió sus luces.

¿Cómo llegar a la localidad de Dajiedhi?

Para llegar a Dajiedhi hay que esperar una colectiva que pasa cada hora y la señal de internet se debe buscar entre las calles del pueblo hasta que el celular la capta, regresa y se va, pero eso ahora no importa. El ambiente era y continúa de fiesta este lunes.

Entre sus habitantes señalan que Dajiedhi es una palabra otomí que significa ojo de sol, quizá como las piedras al rojo vivo que ruedan de los hornos de la barbacoa, pero nadie tiene certeza.

Un arco de colores, con figuras de flores, gallos y en el centro un cristo da la bienvenida, mientras que el viento ondea cientos de papelitos de plástico sujetos por lasos a lo largo de la calle principal de Dajiedhi.

A 15 minutos del centro de Actopan, el pueblo se expande por las tierras áridas del Valle del Mezquital, donde las casas de los migrantes esperan las remesas de Estados Unidos con tal de construir los cuartos aún incompletos e iniciar los acabados. Así es Dajiedhi.


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