La cita bíblica que ha acompañado la historia del asesinato de los sacerdotes Javier Campos y Joaquín Mora, quienes murieron tratando de defender al guía de turistas Pedro Palma de 'El Chueco' es:
"Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos"
El calendario marcó el 20 de junio, un año después del día que marcó un antes y un después para la zona de la Tarahumara, cuando a Sangre fría y en frente del altar dedicado al Sagrado Corazón, el Chueco, disparó contra de los jesuitas.
En el lugar donde el año pasado había sangre derramada e incertidumbre al no encontrar los cuerpos de los sacerdotes, hoy fue puesto el altar de reliquias, donde a manera de homenaje, se colocaron cuatro purificadores, pañuelos de tela usados en las liturgias, que las monjas usaron para limpiar la sangre de los sacerdotes y demás artículos que pertenecieron a los jesuitas.
24 horas antes, decenas de dolientes del Padre Gallo y Padre Morita se trasladaron al poblado de San Rafael Bahuichivo donde, a pie de la carretera, 'El Chueco' dejó los cadáveres de los líderes religiosos y el guía de turistas.
En caravana, gente en vehículos y a pie, rezaron en el lugar del hallazgo y que ahora tiene las cruces de los finados y cada tanto, se bajaron a bailar y celebrar la vida de los sacerdotes, quienes a la mayoría de los presentes bautizó o bien, los acompañaron en los viajes anuales que el padre Gallo organizaba a distintos puntos religiosos, como la Basílica de Guadalupe, el santuario del Santo Niño de Atocha, entre otros.
En la fiesta para las almas de los sacerdotes Jesuitas, desde el rezo del rosario y durante toda la velación se bailó al compás de trío de cuerdas y se bebió tesgüino, una bebida espirituosa de maíz fermentado.
Al amanecer, ollas gigantes de menudo, al puro estilo de la Sierra Tarahumara, se cocinaban en el patio del dispensario de la parroquia de San Francisco Javier en Cerocahui, una de las cocineras confirmó que "se mataron 4 vacas para hacer el menudo, somos mucha gente".
El café y las galletas fueron el refrigerio perfecto para que los danzantes se refrescaran un poco entre canción y canción, mientras la ligera llovizna llevó a todos a refugiarse en la cocina y debajo de una lona.
En tanto, hombres coronados con tocados de flores y listones bailaban frente a la tumba del padre Morita ubicada en el atrio de la parroquia de Cerocahui, para recordar a uno de los sacerdotes que en vida se trasladaba hasta comunidades remotas de la Sierra Tarahumara a predicar la palabra.
En punto de las 3 de la tarde las campanas del templo de San Francisco Javier redoblaron al unísono, en esta ocasión para unirse al llamado de paz convocado por la Compañía de Jesús en México, la Conferencia del Episcopado Mexicano y la Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos de México.
MO