Son las tres de la madrugada, las cinco de la tarde, en pleno domingo o mediodía, un 25 de diciembre. Las manos artesanas detrás del embalsamamiento y trato con cadáveres están a la orden los 365 días del año, 24 horas al día.
Así lo relata Carlos Alberto Flores Esquivel, embalsamador de la ciudad de Torreón, Coahuila, con 35 años de experiencia, siendo parte de un grupo selecto que presta sus servicios a la comunidad; viéndose inmerso en el giro desde los 13 años como parte del legado familiar.
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“Aquí el trabajo es ‘veinticuatro-siete’; no hay horario para este tipo de trabajo. Un servicio comienza desde que entra la llamada, te visita el doliente, y pides información: nombre, fecha de nacimiento, edad, en qué lugar se encuentra el cuerpo, causa de muerte, hospital, domicilio o Semefo. Ahí empezó nuestra labor de servicio”.
Sensibilidad a la adversidad ajena
Los retos de un técnico embalsamador no se limitan a cuidar y procurar el cadáver, el verdadero desafío es el trato con los dolientes; tener la sensibilidad y firmeza para guiarlos a la toma de decisiones eficientes que exige el momento aun adentrándose al duelo.
“Tienes que explicarle las cosas porque ellos andan con su dolor. Hay gente que les habla y no les explica y abusan. Yo soy enemigo de eso. Me gusta estar al pendiente y hablarles. Me meto a fondo, estoy al pendiente de cómo están, en la funeraria, en su domicilio, si ya arreglaron lo de la misa, el cementerio, el traslado al templo. Al difunto se le trata con respeto, pero la persona que fallece ya descansó. Aquí la familia es la que carga con el dolor y con el gasto”.
Descifrar el tipo de ropa, estética y maquillaje que los familiares desean para el difunto son detalles que marcan la pauta para la comodidad de los dolientes, lo que, en palabras de Flores, viene con cargado del gusto por el trabajo.
“Esto yo lo sigo por tradición familiar. Empecé con mi papá, el señor Santos Flores Martínez. Desde niño andaba pegado con él. Él me enseñó. Ya descansó también. Seguimos con el ramo; me gusta este trabajo, me gusta esto y darles un buen servicio, tanto a la persona que fallece como a la familia. Yo no pienso dejarlo, ya hasta que me toque usar uno”, expresa, señalando uno de los ataúdes frente a él.
Flores Esquivel comparte que, si bien, algunos jóvenes fuera del legado familiar han intentado formar parte del ramo funerario y fungir como embalsamadores, se retiran al poco tiempo. Destaca dos razones que vuelven al trabajo ‘poco atractivo’ para ellos: los incentivos económicos, sabiendo que la única forma de superarse sería emprendiendo su propio negocio funerario; y el cambio en los métodos de trabajo de las generaciones más jóvenes, dado que la tecnología ha contribuido al deterioro dentro de las relaciones laborales y sociales.
“A lo mejor tiene que ver con la economía, nosotros pagamos por comisión. Ellos ven que la única forma de subir es emprender”.
“También hay que tener estómago, ver a la familia, saber platicar con los que están pasando por el momento más difícil. Hay momentos en los que por la pérdida se portan irracionales, pueden ser agresivos. Hay que tener esa pauta y empatía para poder tratar a la gente. Los más chavos como que ya más todo por tecnología, y aquí es trabajar con las manos y hablar, no se trata de tecnología. Más bien, es el trato con las personas finadas y con la familia; es la parte más complicada de este trabajo”.
La artesanía del embalsamado
El trabajo del técnico embalsamador requiere compromiso y vocación. En palabras de la experiencia, se necesita “más que la curiosidad” para abrirse paso en el ramo funerario.
“Aquí necesitas ser fuerte, no tener miedo, no sugestionarse porque la cabecita es potente. Si tú te andas con miedo, ves que el muerto se mueve, que te habla, que te toca. Tienes que ser fuerte frente a los olores, a veces vienen sucios o huelen mal. Cuando vienen de Semefo vienen autopsiados, llenos de sangre. El embalsamador tiene que ver de nuevo todo”.
La técnica de embalsamado es descrita como un método artesanal que exige tacto, pulso, paciencia y atención al detalle, dado que, aunque fines prácticos se trata del uso de inyecciones a través de las arterias principales, se encarga del último vistazo de las familias a sus muertos.
El técnico detalla que se requiere contar con conocimientos anatómicos que les permita terminar el trabajo iniciado por el médico legista.
“El médico le hace su autopsia, abre el cuerpo y revisa órganos; el cráneo, su cerebrito y todo. El embalsamador tiene que volver a abrir el cuerpo y revisar todo. Si trae una arteria rota, pues hay que sellar por partes; tienes que abrir forzosamente para revisar. Aquí volvemos a hacer el trabajo que hizo el médico legista. La realidad del embalsamado consiste en inyecciones a través de las arterias, carótida y yugular, son las principales”.
No solamente se requiere el ‘estómago’ para digerir sentimientos ajenos, sino también para tocar y trabajar, bajo el mayor respeto, al cadáver.
“Hay cuerpos que se dejan en una sola posición mucho tiempo. El técnico embalsamador lo que tiene que hacer es masajear el cuerpo, porque su corazón ya se paró, ya se coaguló el líquido y se estancó. Tienes que dar 'masajitos', tender el brazo, doblar las rodillas para que se muevan las arterias para que se empiecen a soltar. Si su brazo ya duró así mucho tiempo, pues tú se las bajas y los vuelve a subir, pero son los músculos. Es de paciencia”.
El llamado de la vocación
El embalsamador no cuenta con un horario de oficina. El servicio comienza desde la entrada de la llamada que exige la recuperación cadavérica, protocolo que puede repetirse hasta dos veces al día; algunos otros no los hay. Flores recuerda que, durante la pandemia, se realizaban hasta 8 servicios diarios.
“Muchas personas quieren entrar, pero vienen y no duran, se van. Es un trabajo que absorbe mucho de ti. Los sentimientos de los demás, ver a la gente llorando, el cuerpo. Mucha gente quiere entrar para conocer, por ver, pero no aguantan. Es más el morbo de ir a ver, a ver qué pasa. Somos varios, pero ya tenemos mucho en este ramo”.
Trabajar de la mano con la muerte es un constante 'estira y afloja' de emociones, miedos y aceptación. El embalsamador lagunero afirma que su trabajo le ha brindado la perspectiva para aceptar lo transitorio y la impermanencia.
“La gente dice que hay que tener corazón duro o sangre fría, pero no. Cuando fallece un ser querido, te pega. Yo lo siento más cuando es un bebé o un niño, cuando tienen accidentes. Ellos apenas están empezando a conocer la vida. Sientes algo extraño”.
“Pero ya estamos acostumbrados. Aunque si te quedas un rato con eso, luego sigues con tu rutina. Terminas de trabajar con ese servicio y ya; el que sigue. No te da tiempo de seguir ‘maquilando’ lo mismo. Te vas ocupando con el que sigue, así es este trabajo”.
Carlos Alberto Flores asegura que este es un trabajo que le gusta y planea continuar con su vocación sin descanso y sin cambiar de giro.
“Esto me llama, me apasiona. Mi trabajo lo empecé desde niño y hasta ahora. Ya hasta que me toque a mí. Yo quiero una urna”.
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