Las nubes que pronosticaban un día lluvioso se desvanecieron y el viento que dejaba sentir su brisa en el rostro, fue cediendo poco a poco. Son las siete de la mañana del viernes 3 de septiembre de 2021; el lugar, el diamante del campo de béisbol en el Estadio Revolución.
Ahí un gigante cobró forma y se erigió imponente para elevarse hacia el cielo lagunero mostrando el otro rostro de Torreón. Se trataba del Zeppelin, uno de los dos globos aerostáticos dirigibles que hay en el país.
La cabina de este vehículo cuenta con seis asientos en donde los pasajeros portan cinturones de seguridad, audífonos especiales con micrófono, que además de protegerlo del ruido de los motores con los que cuenta este dirigible, permitían escuchar las instrucciones del capitán de vuelo, Javier Merino, quien estaba al mando, contrario a lo pensado, las turbulencias no estuvieron presentes.
No hubo movimientos bruscos ni riesgosos que elevara el nivel de los nervios que se trataban de controlar: “Somos pocas las personas que estamos capacitadas para operar este tipo de globos, para estar preparados hay que capacitarse en Alemania”, comentó Merino a través de su micrófono.
Aunque te digan que de alcanza una altitud de 150 a 200 metros, y que la nave se desplaza a una velocidad de entre 30 a 40 kilómetros por hora, cierto es que estando allá arriba, los datos no se logran dimensionar.
La experiencia valía la pena registrarla. Video o fotografías, el celular fue la herramienta más deseada, aunque el riesgo de que cayera accidentalmente si pasó por mi mente.
El Estadio de la Revolución lucía impecable. Frondosos y verdes, así lucían los árboles del Bosque Venustiano Carranza desde las alturas, incluso el monumento instalado en la meta del Maratón Lala. Los cerros característicos de la región lucían imponentes, aunque una gruesa capa de contaminación opacaba un poco la panorámica.
Como una gran colonia de hormigas, el tráfico vehicular fluía sin reparo por las calles de la ciudad: La Juárez, la Cuahutémoc. A lo lejos, Hipermart Independencia, el Crowne Plaza, el Instituto de Medicina Genómica, Odontología, Peñoles; la Plaza Cuatro Caminos, el Cristo de las Noas, la Presidencia de Torreón. Hasta los grandes cilos de la empresa Lala en Gómez Palacio se lograban observar a lo lejos.
El vuelo fue tranquilo y el descenso lo fue más, no hubo mayores sorpresas. Tras quince minutos era momento de regresar al sitio de partida, el diamante del Estadio Revolución; ahí aún se apreciaban a los jugadores del equipo guinda realizando labores de entrenamiento en el campo.
Tener la oportunidad de realizar un viaje así se agradece; se disfruta aun más cuando a la memoria viene el recuerdo de personas que no han tenido esta posibilidad. Los sentimientos se encuentran. Al final del viaje, la sensación de libertad que causa volar, frente a la vulnerabilidad de lo inesperado, sólo se disipa bajo una premisa: Vivir y disfrutar de la experiencia.
EGO