La señora Paulina de 78 años, o Paula como le suelen decir, es una mujer que desde hace más de 50 años vende lonches al puro estilo lagunero a las afueras de la central de los camiones que van para Matamoros, sin embargo tiene una historia la cual vale la pena contar.
Su esposo era quien vendía este tradicional platillo lagunero, sin embargo, al fallecer, no tuvo otra opción de seguir con el negocio de la familia sobre el bulevar Revolución al poniente de Torreón.
Un buen día, mientras Paulina Vázquez terminaba su jornada laboral se le acercó una vendedora de cachitos de lotería, pero no contaba con el dinero para comprar una serie, en eso un camionero tomó el número y le regaló uno de los dos boletos de lotería.
Al siguiente día, un 20 de noviembre de 1980, mientras leía el periódico no podía creer que el número de su cachito correspondía a los ganadores del premio mayor y de lo cual se hacía acreedora de 500 mil pesos por 'pegarle al gordo'.
Comparte que al enterarse de tal noticia no brincó de gusto pero estaba consciente que su vida le podría cambiar y además podría comprar su casa propia, ese hogar que dice, tanto le pedía a Dios.
“Cuando me enteré fui con el dueño de la dulcería donde me ponía afuera de su negocio y me dijo que había ganado y que con eso podría comprar hasta cuatro casas, pero yo solo le pedía a Dios una, es lo que necesitaba y me puso los medios para tenerla”.
Sin embargo, por decisión propia, Paulina no dijo nada a sus familiares sobre el premio que la suerte y el destino le había traído, lo cual generó dimes y diretes entre la familia y conocidos, incluso se llegó a pensar mal.
Relata que al recibir el premio lo depositó al banco y se puso a buscar su casita, misma que ubicó en la colonia Eduardo Guerra, luego la amuebló completamente a su gusto, hasta puso a la moda a sus hijos y le regaló una lavadora a su madre, además, como su padre era maestro albañil, le ofreció que le construyera el segundo piso a la propiedad.
“A nadie le había dicho del premio hasta que ya tuve mi casa y frente a mis hijos, a los que les dije que no pensaran mal de mí, que Dios me mandó un cachito de lotería ganador y con eso compré la casa”.
“Por ejemplo mi papá sí me preguntaba que de dónde sacaba dinero, que si andaba con los hombres”, comparte doña paula con una sonrisa de oreja a oreja mientras le ponía la cebolla, tomate y chile serrano a un lonche de carne con aguacate.
Luego de comprarse todo lo que quiso al paso de los años, llegó la crisis económica al país y con ello la devaluación, fenómeno que le absorbió el valor de lo que tenía aún en el banco.
En tanto, ella jamás dejó de sacar su carrito, acomodar el pan francés dentro de la vitrina, partir la carne y las verduras a la espera de los clientes para ofrecerles un buen lonche lagunero.
Aunque sus hijos le piden que deje de trabajar, ella de inmediato les dice que quiere seguir trabajando donde mismo como hace 50 años y con el oficio con el que sacó adelante a sus siete hijos que todos trabajan.