Personal docente, alumnos y padres de familia del Colegio Emilio Rosenblueth de Torreón, recaudaron obsequios para llevar a casas Cuna y de abuelitos en La Laguna, en un gesto de solidaridad por las fiestas decembrinas.
Con bolsas de colores, cajas envueltas y mochilas repletas de obsequios, avanzaron como una caravana de entusiasmo rumbo a tres espacios donde la vulnerabilidad convive a diario con la esperanza: el 'Albergue Dalaris', la 'Casa Cuna del DIF Torreón' y la 'Casa del Abuelo' del DIF Gómez Palacio.
“Todo surgió como una propuesta de la clase de Cívica y Ética”, relata Paola de Santiago, docente y una de las organizadoras de la actividad, mientras recuerda el momento en que la idea dejó de ser un simple proyecto escolar.
“Los chicos comenzaron a preguntar qué más podían hacer y cuando nos dimos cuenta, todo el colegio estaba donando”.
Lo que nació como una tarea terminó convirtiéndose en una movilización organizada por decenas de familias que, con el pretexto de las fiestas decembrinas, se propusieron regalar algo más que juguetes: tiempo, atención y compañía.
Encuentros que marcan
En el 'Albergue Dalaris', donde conviven personas en situación de calle y adultos mayores que han perdido redes familiares, los estudiantes comenzaron la jornada con actividades lúdicas.
Hubo juegos, dinámicas de integración y hasta rondas improvisadas que rompieron el hielo entre generaciones.
Pronto, las sonrisas de los visitantes se mezclaron con las de los residentes, creando un ambiente donde la timidez se diluía.
Horas después, en la Casa Cuna del DIF Torreón, la experiencia adquirió un matiz distinto. Ahí, niños y adolescentes que se encuentran en procesos de adopción esperaban con curiosidad a los jóvenes visitantes.
El recorrido cerró en la Casa del Abuelo del DIF Gómez Palacio, donde los participantes fueron recibidos con gestos cálidos y voces pausadas.
Para muchos de los alumnos, fue su primer encuentro tan cercano con personas en un asilo, y la experiencia, contaron algunos docentes, los conmovió al punto de las lágrimas.
Historias de vida, recuerdos y anécdotas que los abuelos compartieron se quedaron resonando entre los pasillos, acompañadas por la música de fondo de algún villancico que sonaba en la sala común.
Risas, gratitud y un aprendizaje que pesa
Aunque la jornada estuvo llena de momentos alegres, el convivio también dejó espacio para la reflexión. “Hubo risas, agradecimiento, pero también llanto”, narra Paola de Santiago. “Los estudiantes conocieron historias duras, entendieron la importancia de la empatía y de mirar más allá de su entorno inmediato”.
Los adultos mayores expresaron gratitud sincera por la compañía. Los pequeños en casa cuna se aferraron a los abrazos inesperados. Y los voluntarios regresaron a casa con la sensación de que el aprendizaje real ocurre fuera del aula: en un juego compartido, en una conversación breve, en un regalo entregado con intención.
El Colegio Emilio Rosenblueth planea repetir esta actividad en años posteriores, ahora con la convicción de que estas visitas no solo benefician a quienes las reciben, sino también a quienes participan. Porque la solidaridad, sobre todo cuando nace de una comunidad escolar, se vuelve una lección de vida, una que difícilmente se olvida.
aarp