Que no solo curen el cuerpo de los pacientes sino que curen hasta el alma, es lo que la enfermera Ana María Domínguez, transmite a las nuevas generaciones de enfermeros en cada oportunidad, ya que al igual que ella, tienen una vocación casi innata encaminada a la pasión por ayudar al prójimo de manera permanente.
“Ser enfermera es tener vocación, es amar tu profesión, es llenarte de plenitud y de amor por lo que haces. Es algo que te llena el espíritu, pues no solo hay que curar físicamente sino que también hay que ayudar a curar las almas”.
El conocimiento y servicio forjado al paso de casi tres décadas en clínicas y hospitales del sector público Torreón, Coahuila, le han dejado una enseñanza en cada paciente que su destino le pone e su camino: “Hay que tratar al prójimo como si el servicio fuera hacia algún familiar. Trata al paciente como te gustaría que te trataran a ti”.
Actualmente trabaja como auxiliar de enfermera en salud pública en la Clínica 16 del Instituto Mexicano del seguro Social, donde también colabora en el área de Tanatología de la misma clínica.
Asimismo, desde hace seis años se dedica a la docencia, tanto en las aulas con alumnos y en el hospital con practicantes, donde pone sus conocimientos con atención emocional a disposición para ser replicado.
“Una recomendación para las nuevas generaciones es que no solo curen los cuerpos, sino que curen almas. El dolor muchas veces no es físico, hay que ver su situación emocional”.
Son incontables las experiencias que una enfermera recoge al paso de los años, a lo cual la enfermera Domínguez asegura que hay momentos que marcan su vida por el vínculo y la confianza que se llega a tener con los pacientes. Nombres y apellidos, chicos y grandes, familias completas a quienes ha tendido su mano sin importar a quien tenga enfrente.
“Para mí no hay números de pacientes, hay experiencias. Creo que no hay experiencias desagradables, todo es experiencia y aprendizaje”.
Lo más complicado de su oficio, tratar de sofocar el dolor de los más pequeños y buscar que sea más ameno su paso por el hospital. “En lo personal, con los niños sí me tumbo, porque no concibo cómo puede haber tanto sufrimiento en un niño”.
Recuerda que a sus ocho años de edad fue encantada por la pulcritud de la vestimenta blanca tradicional que portan las enfermeras, luego su madre la impulsó a este oficio bajo la figura de una de sus madrinas, así, a su corta edad Ana María ya estaba enfocada a lo que se quería dedicarse el resto de su vida.
“Con mucho orgullo yo puedo decir que soy de la Vieja Escuela. Vestir de blanco representa ser pulcros, porque vamos a trabajar con personas, además de una presentación que se merecen los pacientes, al igual que los médicos, debemos estar pulcros desde el zapato hasta la cofia”.
Entre lo más satisfactorio de su oficio, es cuando en la calle alguno de sus pacientes la recuerda como la enfermera que un día lo atendió. “Se pueden imaginar lo hermoso que es que toquen la puerta de tu casa y te digan ‘Gracias, porque usted se aferró a hacerme estudios y me detectaron un cáncer a tiempo y estoy bien’, algo muy lindo”.
En pocas palabras, Ana María define a la enfermería como la profesión más hermosa que puede existir.