De las manos de Rosita, las muñequitas Lele se confeccionan en Torreón

Historia

Aunque los clientes quieran regatear el precio de cada muñequita, Rosa conoce el valor de su trabajo, el mismo que hace sentada a pesar del calor de La Laguna.

Rosa llegó de Querétaro a La Laguna hace 35 años. (Lilia Ovalle)
La gente pasa y le quiere ofrecer menos dinero de lo que vale su trabajo, pero no lo acepta. (Lilia Ovalle)
Editorial Milenio
Torreón, Coahuila /

Sentada en una pequeña almohada, Rosita recuerda que fue hace ya más de tres décadas cuando conoció Torreón. El clima salvaje que supera los 40 °C a la sombra en verano y la falta de agua no la asustaron. Porque dice que la gente en La Laguna se queja de no tener agua pero no saben lo que es tener poca agua y sucia en un pueblo perdido en el sur del país. 

“Yo me llamo Rosa, yo vengo de Querétaro del municipio de Amealco, yo vengo de allá y soy indígena, por eso hago mi muñeca como artesanía, porque yo ya estoy aquí (en Torreón) tengo más de 35 años de llegar aquí a La Laguna, estoy aquí en el Mercado Juárez”.

Con el pegamento abierto y los ojitos puestos en las yemas de los dedos, el rostro de la muñequita que confecciona va tomando su estilo alegre. La blusita blanca y la falda colorida dan identidad a esas niñas sentadas, que como ella, sonríen ante la adversidad que generó el covid-19 y que dejó sin empleo a miles de mexicanos y a otros con pérdidas irreparables a perder a sus seres queridos.

“Vendemos las muñecas, vendemos el cubrebocas, tenemos varias mercancías que son artesanías de Querétaro, yo estoy aquí, pero me voy y vengo, ya tengo 35 años aquí en Torreón, Coahuila, porque yo no sé hacer ningún otro trabajo porque yo no sé leer y ya tengo sesenta años. No me voy a ocupar donde hay trabajo, por eso vendo las muñecas”.

Con costos que van desde los 60 pesos y hasta los 130 pesos por muñequita, Rosita también ofrece sus cubrebocas bordados. Una mujer le pregunta, toma dos y le ofrece veinte pesos. Rosita le dice que explica que no son de diez sino de cien pesos y la mujer los deja y se va.

La regateada la puede entender. Pero como artesana lo que no tolera es que intenten no sólo ponerle precio a su trabajo, sino hacer ver que es caro cuando no saben lo que tarda para poder confeccionarlo. Unos músicos llegan a su esquina y comienzan a cantar “Una página más” porque como ella, deben buscar el sustento en medio de la pandemia.

“Yo tejo el cielo del bejuco. De mimbre, de plástico, aquí arreglamos. Mi marido se llama Ernesto y anda en las colonias arreglando las sillas de bejuco, de plástico o mimbre, yo, es mi trabajo también, yo también tejo con mi marido porque ya no tenemos hijos chicos, ya no tenemos mucha familia, nomás mi hija y mi hijo pero ya no viene acá porque como tiene su familia pues atiende lo de la escuela. Tengo una hija que viene hasta diciembre”.

Los clientes pasan y miran. Y aunque piden un precio más bajo esta artesana se niega a abaratar sus productos porque justo sabe cuánto cuesta hacer las cosas. Ella aprendió a hacer muñequitas desde los 13 años con sus cuñadas, y luego un 5 de marzo, tomó el ferrocarril que la trajo a La Laguna junto con Ernesto. Aunque las dudas eran muchas, ella comenzó a vender en la calle. Ahí ha dejado sus artesanías y su vida. 

“Cuesta trabajo, por eso voy al pueblo a que me ayude mi hija y mi nietecita. Ya me cansé mucho con este trabajo pero pienso yo si no hago nada, qué me voy a poner. Tengo un dolor en mis pies y yo ya no podría caminar para buscar un trabajo”.

RCM

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